Anel Flores Cruz/
A lo largo de la historia se han construido ideologías amorosas que configuran simbólicamente a mujeres y hombres. En nuestro imaginario hemos concentrado preceptos sociales, creencias y ritos de nuestra cultura, pero también hemos incorporado y reproducido de la cultura occidental historias legendarias del amor romántico tomadas de la literatura y medios visuales como el cine y la televisión.
Hasta la fecha, quizás cada vez menos, sigue siendo un referente próximo La tragedia de Romeo y Julieta de Shakespeare. Aún sin siquiera haber leído el libro, gran parte de la población conoce la historia y la instala en su imaginario como un amor idealizado que encarna virtudes preservadas en una sociedad patriarcal: intensidad, sacrificio, sufrimiento, “nada importa si no podemos estar juntos”. Estas historias, como muchas más, constituyen el mito paradigmático del amor romántico.
Por otro lado, la cultura patriarcal ha encubierto y legitimado desde los espacios socialmente acreditados como las artes y las ciencias, el anhelo amoroso. Y de este modo ha dispuesto paradigmas que han desfavorecido la libertad y la vida de las mujeres. Las máximas de los grandes pensadores de la historia no dejarán mentir.
El amor romántico también ha funcionado como un recurso que hasta la fecha continúa limitando la participación de las mujeres en los espacios públicos: “la experiencia amorosa es también una experiencia política”. Kate Millet, autora de Política sexual (uno de los libros más controvertidos de la tercera ola del feminismo) ejemplifica esta idea de manera magistral: “El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa.” (Entrevista realizada por el diario El País en 1984).
Perversiones del amor romántico
Desde una perspectiva feminista, el amor romántico puede ser un recurso para encubrir la violencia contra las mujeres. Para la antropóloga feminista Marcela Lagarde (en entrevista con este medio), “el amor es parte de la dominación de los hombres hacia las mujeres, y no es que lo vivan distinto, es que, además, tiene un peso muy diferente en sus vidas (…) La creencia es que mujeres y hombres viven lo mismo y no es cierto, las mujeres somos educadas, en México y en otros países, para creer en un amor idealizado que abarca toda la vida, que es alcanzable, que es realizable, que conduce a la felicidad y que es recíproco. La realidad es otra”.
Uno de los lados perversos del amor romántico tiene que ver, como señala Lagarde, con algunos problemas de salud y de derechos reproductivos de las mujeres. Mientras sigamos creyendo que en nombre del amor se entrega y da todo, incluyendo la virginidad, muchas mujeres adolescentes seguirán siendo víctimas de embarazos no deseados y de enfermedades de transmisión sexual.
En este contexto, expresa que es importante que las mujeres reformulemos la manera en la que amamos, que configuremos una nueva filosofía amorosa que nos reposicione frente al amor. “Las mujeres tenemos que ver por nosotras mismas, y mantenernos muy firmes y muy fuertes. Si sentimos cariño por alguien y nos gusta, se vale, pero debemos plantearnos una relación más dialógica, más recíproca, creernos menos cuentos y considerar que los hechos hablan más que las promesas. Debemos aprender a detectar a los hombres machistas y violentos y reconocer que ellos no saben amar”.
Dentro del discurso feminista se apuesta por un amor que no sea entrega, sacrificio y sufrimiento como la tradición mexicana lo estipula. Es en cambio el reconocimiento mutuo entre personas que se respetan, se tienen cariño, se apoyan para vivir y son solidarias entre sí.
No obstante, como señala Lagarde en el amor las mujeres seguimos siendo muy idealistas, “muchas con un pensamiento crítico, principio de realidad, análisis concreto, pero en el amor podemos perdernos, y seguimos queriendo amar y que nos amensegún los mitos tradicionales, universales y eternos que han alimentado nuestra fantasías”. Por ello, sugiere, es importante que cada una analice los mitos y fantasías respecto al amor.
La fiesta del consumo
La tradición amorosa de nuestra sincrética cultura mexicana prescribe que cada 14 de febrero mujeres y hombres, de todas las edades y estratos sociales, debemos hacer una reverencia al romance y ofrecer, al ritmo de la mercadotecnia, el ritual amoroso de los regalos.
De modo que, previo a la fecha –por si caso nos atreviéramos a olvidarlo– , comercios formales e informales se aseguran que cada calle por la que transitemos, observemos –aunque sea de reojo– corazones colorados: grandes, chicos, con texturas, sin textura, con diseños elaborados, sencillos, de unicel, etcétera.
La fiesta del amor, bajo la mirada de las y los aguafiestas, se enmarca en una cultura del consumo que sugiere que la medida del cariño podría traducirse en la cantidad de dinero que se invierta en un regalo o en pagar un servicio.
Por desgracia y por fortuna, en un país donde la mayoría de la población vive al día, el 77% de las personas que obsequian un regalo gasta alrededor de 300 pesos, según datos del INEGI (2010).
Según esta misma encuesta, los hombres gastan más que las mujeres en regalos. Aunque, a reserva de lo que digan las estadísticas, podría asegurar que mientras los hombres invierten en regalos, ellas invierten en ropa, zapatos y/o maquillaje para la ocasión. Esta situación, en la que ellos invierten más dinero, encuentra su respuedsta en los ritos más arraigados del amor, pero también en el orden social de género donde “los hombres se convierten en los simbólicos más importantes del orden económico”, como señala Marcela Lagarde. En las relaciones tradicionales de género, quien paga también adquiere el poder de iniciar y terminar con el encuentro romántico.
Tampoco es casual que las mujeres prefieran una cena romántica, seguida de flores y perfumes (INEGI, 2010). Y que, a pesar de que no sea lo que esperan, los regalos más frecuentes terminen siendo dulces y chocolates (76%). En este sentido, para Lagarde, los regalos del cuerpo tienen relación con la sexualidad, “se les regala lo que tiene que ver con la preparación de cuerpo de la amante para los artificios del eros: perfumes y joyas”. Lo que explica que la industria de los perfumes sea de las más poderosas.
En este marco donde converge el amor romántico con el dinero y el ocio, como señala Eva Illouz en su libro El consumo de la utopía romántica, se reorganizan las identidades de clase en torno a la definición del amor. Para la autora el amor romántico se convierte en un elemento íntimo del ideal democrático de la opulencia. Nuestras ideas de amor y romance se solapan en un mundo de los clichés y con imágenes que ella denomina “la utopía romántica”, utopía que vive en el imaginario colectivo.
Ollouz también señala, tras una investigación realizada en Estados Unidos, que la generalidad relaciona los lugares románticos con espacios públicos, es decir, fuera de su casa: restaurantes, destinos turísticos o lugares asociados con el entretenimiento y el ocio, como el cine. A esto se añaden elementos como copas de vino, luz de las velas,“cena especial” y música.
El amor en las redes sociales
La celebración del amor en las redes sociales puede arrojar un sinfín de elementos simbólicos del discurso amoroso. En este día puede resultar interesante observar que más allá de las expresiones de afecto, lo que nos mueve no son los sentimientos en sí, sino la visibilidad de la conducta romántica. Quizás esta visibilidad romántica tenga que ver con que de 33 millones de cuentas de Facebook, 14.5 Millones especifican su situación sentimental en la red. Y que en el Día del amor, exista un 200 por ciento más de relaciones añadidas en comparación con cualquier otro día del año. Este día también se convierte en el día más popular para anunciar cuando las personas están casadas, según datos provistos por Facebook. Si las cifras mencionadas estuvieran desagregadas por sexo, con seguridad podría adquirir un sentido diferente.
Dentro de la cultura del romance, el Facebook se convierte para gran parte de usuarias y usuarios en México en un importante regulador de conductas estereotipadas como románticas. Es una vitrina que muestra, bajo una falsa o auténtica apariencia, a personas felices con pareja, felices solteras, personas apáticas que expresan un argumentado rechazo por el día y a personas indiferentes con la fecha.
De acuerdo a mi experiencia como usuaria desde hace aproximadamente siete años, el protocolo es que en días previos muchas mujeres y hombres con pareja (mayormente mujeres menores de 30 años) cambien su fotografía de perfil (si es que no la tenían) por una fotografía en la que aparecen con sus respectivas parejas. Eso por una parte. También he visto que desde que comienza el día y durante las siguientes 24 horas, el Facebook se convierte en un importante dispensario de frases “románticas” con paisajes «románticos», y con menos frecuencia mensajes personalizados para la persona amada en cuestión. Desde luego también hay quienes prefieren hacer público que odian el día.
Finalmente, es imposible desestimar la influencia que tienen el Facebook en la vida de las personas que habitualmente interactúan en esta red, sobre todo cuando datos señalan que el 30% de los matrimonios que se divorcian menciona a la red social (según web Divorce-online). Es significativo también que en México la mayoría de usuarias y usuarios la conformen jóvenes de 18 a 24 años de edad (33%), mientras que el 25% de 25 a 34 años de edad.