Roberto Cruz Lavariega
¿Será que Gabino Cué siempre fue un tirano, o es hasta ahora que encontró su momento para finalmente serlo?
Eso fue lo que me pregunte hace unos días cuando el otrora representante del cambio, aquel que dijo en su campaña que iba a someter a referéndum ciudadano cualquier obra pública importante, el mismo que dijo entender la esperanza desesperada de miles de oaxaqueños que habían visto en el gobierno de Ulises Ruiz Ortiz mas horrores de los que su capacidad de asombro podía soportar.
Soltó sin más un “huele a mano negra” y catalogó así a aquellos que se oponen a su visión de un “salonsote” para mil quinientas personas, construido en una zona ecológica protegida, suspendido en una pendiente, erigido en un cerro al que el anterior gobierno ulisista le partió la brújula al escarbar terreno para una carretera de cuatro carriles para los que la naturaleza no había reservado espacio alguno, y que tuvo durante mucho tiempo en peligro a vecinos de las colonias cercanas ( si no es que todavía los tiene) de desaparecer con todo y casa debajo de un alud de tierra
Cué lanzó- a un año y medio de que su gobierno expire, su “mano negra”, una amenaza nada velada a la ciudadanía que se apostó hace unas semanas frente a las obras del estacionamiento del Centro Cultural y de Convenciones de Oaxaca (CCCO) para proceder a una clausura simbólica y fueron recibidos por más de un centenar de trabajadores cetemistas, con cohetones, pedradas y mentadas de madre, dejando un saldo de una mujer herida.
Amenaza de represión, de más madrazos, de más cohetones. Del mejor ni le busquen por qué a la mano negra se le corta.
No es que uno idealice a Francisco Toledo, principal adalid simbólico, teórico y práctico de esta cruzada ciudadana o las personas y asociaciones que se han aglomerado a su alrededor para formar el Frente para la Defensa del Fortín.
Al final podrán moverse o no esos intereses de los que hablaba Gabino Cué, que tienen según él, el propósito de confrontar a los oaxaqueños (como si los crónicos y pusilánimes alcances de su sexenio no los hubiera confrontado ya lo suficiente) pero lo cierto, para quienes estuvimos presentes esa mañana de cohetones, es que en el rostro de la gente solo vimos furia, coraje y hasta decepción por un gobernante que pasó con pena y sin gloria y que rumbo a la andanada final de su sexenio, ha decido convertirse en un símil del predecesor que tanto criticó imponiendo una obra pública por decreto, cuando su mandato se hizo del record de obras iniciadas y nunca acabadas (el Polideportivo, el estadio de Futbol) o mal acabadas, como el paso a desnivel de Periférico que se agrietó al mes y medio, y que es probablemente la única obra pública significativa que el vallista contemporáneo recuerde haber visto inaugurada durante este sexenio.
Y no hay que olvidar a la mente maestra de este monumento a la insensatez llamado CCCO, José Zorrilla de San Martín Diego, titular de la Secretaría de Turismo y Desarrollo Económico (STyDE) y artífice de este tango del absurdo.
Su último acto de legitimación para con su magna obra, “que Oaxaca necesita tanto” (y él, como accionista mayoritario del hotel de al lado) fue un evento proselitista al que solo asistieron las pancartas y los lideres de mercados, la CTM, la Canirac y un grupo de personas notoriamente acarreadas, que lo mismo hubieran ido a apoyar a su gobernador contra “la gente que no quiere el progreso de Oaxaca”, que a agitar banderitas en un masivo mitin de Antorcha Campesina.
El CCCO es ya el risible e indignante nuevo Taj Mahal del gabinismo. Risible por lo absurdo, patético y bizarro del esfuerzo por legitimar ante los ojos de la mas mínima lógica ciudadana un pretendido centro de negocios en un terreno mínimo de cuatro por cuatro. Indignante, por la misma razón.
El CCCO va en marcha, se está construyendo a costa de costa de devastar la naturaleza y lo que se ponga enfrente, a no ser que la magisterial Sección 22 (el grupo que él mismo confirma que por una cuestión de mera mano de obra, nadie puede tocar) se encuentre limitada de causas sociales.
Salvo eso, Cué y José Zorrilla seguirán construyendo su infausto testamento. Una afrenta que desde lo más alto nos recordara que una mañana Gabino se despertó y decidió que era un buen día para ser autoritario.
Foto: revoluciontrespuntocero