Hace un par de años rumbo a la ciudad de México, en el autobús del ADO, un tipo que fingió estar dormido intentó meter sus manos entre mis pernas. Otro día, otro hombre, que transitaba en su bicicleta, mientras yo caminaba por la calle Hidalgo (en pleno centro histórico), me tocó las nalgas. A una amiga, desde la ventana de un carro, le apretaron los senos mientras ella caminaba por Crespo; a otra le chiflaron y le dijeron que “estaba como para violarla” en una calle de la colonia Reforma; a otra la siguieron mientras la insultaban en avenida Universidad. Y así, podría citar muchas más experiencias desagradables de mujeres cercanas a mí que viven en la ciudad de Oaxaca.
Lo anterior como ejemplo real de la experiencia subjetiva de ser mujeres y vivir en una sociedad machista, donde no importa si cumples o no con los estándares de belleza hegemónica (o sea, si creen que eres fea o guapa), no importa si vistes cubierta de todo el cuerpo o descubierta, si caminas por una avenida iluminada o a oscuras, si eres joven o no tan joven, si tienes algún grado académico o no, a casi todas (por no decir todas) nos han fastidiado la tranquilidad que puede dar caminar por las calles.
Habrá quien diga, desde sus prejuicios, que los hombres también son acosados en la vía pública, que mujeres desconocidas les chiflan, que los tocan y que amenazan con violarlos por tener unas “bonitas piernas”; o quien diga que la culpa la tenemos las mujeres por “andar provocando”, porque seguramente nos levantamos todas las mañanas pensando en qué ropa podemos ponernos para que nos insulten; también hay quienes dicen que “no aguantamos nada”, que se trata de halagos de buena onda, porque nada más dulce que un desconocido te diga “estas bien rica” o “adiós mamacita”; o quienes se ofenden de que nos ofendamos, porque “ya no se nos puede decir nada”, porque “todo lo tomamos como acoso”, como si tuviéramos algún problema cognitivo (o sea tontas) que nos impide distinguir entre un halago real y una expresión de acoso sexual. La diferencia en todo caso será siempre el consentimiento. Los halagos o piropos generalmente se dan entre personas conocidas, si estos provienen de un desconocido y además hacen alusión implícita o explícita a la sexualidad de las mujeres, se convierten en acoso.
Muchas mujeres hemos desarrollado la “habilidad” para leer las intenciones de algunos hombres y el peligro cuando caminamos por las calles, nos cruzamos la acera, nos detenemos a fingir que revisamos nuestros bolsos o nos metemos a algún local para evadir el peligro, y no es que tengamos ese “don” o que sea parte esencial de nuestra naturaleza, es más bien el resultado de una cultura que ha tolerado y se ha vuelto cómplice de prácticas machistas que siembran en las mujeres desde pequeñas la semilla del miedo. Y por si acaso hubiera dudas, según el Colegio de México, 93 por ciento de las mujeres han recibido miradas libidinosas, 69 por ciento ha sufrido acercamientos indeseados, 39 por ciento ha sido víctima de persecución y 50 por ciento ha sido tocada en las calles.[1]
Quizás habría que respondernos los motivos que impulsan a algunos hombres a acosar a las mujeres: ¿será un acto consciente o inconsciente? (en cualquiera de los dos casos no los exime de su responsabilidad), ¿será que alguna vez alguien les dijo que eso les hacía atractivos?, ¿o que en algún momento de suerte alguna mujer le respondería y saldría con ellos?, ¿es posible que en molestar a las mujeres muchos hayan encontrado la mejor manera de no aburrirse de su triste vida?, ¿será que necesitan reafirmar su masculinidad y/o heterosexualidad y esta es una forma más de hacerlo?, ¿acaso es responsable una cultura que nos alecciona para creer que el cuerpo de las mujeres es de consumo colectivo de los varones sin importar que las mujeres tienen la facultad de decidir?, ¿será que nos están cobrando de manera simbólica el uso de los espacios públicos que antes era predominantemente masculino? Y, finalmente preguntarnos ¿cómo podremos las mujeres (las más interesadas) detener el acoso sexual de los hombres?, ¿en qué momento los hombres asumirán su responsabilidad?
El acoso callejero es un tipo de violencia simbólica que expresa la asimetría de poder entre hombres y mujeres, es un problema de la desigualdad de género, porque cualquier hombre, independientemente de su condición económica, puede convertirse en un acosador, aunque muchas veces en el imaginario nos remitamos a albañiles o comerciantes ambulantes, también la experiencia nos dice que los hombres en carros lujosos, diputados o rectores de universidades, por ejemplo, han abusado del poder que la sociedad machista les otorga.
La buena noticia es que ante el hartazgo, que no es nuevo, las mujeres conscientemente han decidido poner el tema sobre la mesa y la agenda pública. En México se han emprendido desde la creatividad feminista y haciendo uso de los medios digitales, una serie de campañas que evidencian estas prácticas, como el video de “Las morras enfrentan a sus acosadores”[2], o en abril de este año en redes sociales, previo a la Movilización Nacional contra las Violencias Machistas que se celebró el 24 de abril de este año, miles de mujeres narraron con el hashtag “#Miprimeracoso” sus experiencias frente al acoso sexual, lo cual dio pie a que el tema se mediatizara a nivel internacional como un asunto que afecta a más mujeres de las que creemos, y sobre todo, pudimos darnos cuenta con vergüenza y preocupación que muchas mujeres han tenido su primer acoso desde la infancia.
No obstante, a pesar de que el tema se ha hecho público, no todas las mujeres pueden reconocer las repercusiones de este tipo de violencia, porque también hemos aprendido que el silencio es la respuesta más favorable para no “meternos en problemas”, porque “calladitas nos vemos más bonitas” y porque el enojo, la frustración y la impotencia en las mujeres, muchas veces termina como una sentencia de neurosis.
En Oaxaca muchas mujeres han expuesto el tema en el interior de sus colectivos, entre amigas, compañeras de oficina, primas, vecinas, y también en redes sociales se han compartido una serie de estrategias que van desde responder al acoso cuando el entorno es seguro, es decir cuando hay personas alrededor que puedan intervenir, o incluso se han promovido talleres de autodefensa como respuesta al acoso. Lo cierto es que la mayoría de las mujeres coincidimos en que “de camino a casa queremos ser libres, no valientes”, porque las calles también son nuestras.
[1] http://www.eluniversal.com.mx/articulo/nacion/politica/2016/10/21/impulsa-prd-tipificar-acoso-sexual-callejero
[2] Video. Exhiben «Las Morras» acoso sexual en calles CDMX: http://www.radioformula.com.mx/notas.asp?Idn=593107&idFC=2016
1 Comentario
Alejandra Galindo
El reto es dejar de normalizar este tipo de violencia, dejar de justificar el uso abusivo del poder con supuestos «hagalgos».
http://www.ayudapsicologicacognitivoconductual.com/
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