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¿Se vale decir que tu presidente es un hijo de puta?

Columna invitada

Rodrigo Islas Brito

¿Se vale decir que el presidente de tu país es un hijo de la chingada? ¿Que su gobierno se ha graduado ya con honores en el terreno de lo rastrero, ineficaz, mentiroso y sinvergüenza? ¿Se vale semejante muestra de encabronamiento para lo que debería ser un análisis desapasionado, gradual y hasta objetivo del delirio y desastre presente?

La verdad no sé si se valga, pero definitivamente ayuda al desahogo. El gasolinazo de un incremento de 18 pesos por decreto en los inicios del 2017 ha desatado en México entero  un pandemónium de protestas  en 29 estados del país. Ni los muertos, ni los desaparecidos, ni las fosas clandestinas, ni las canallas verdades históricas, ni los incinerados, empozolados y niños  de guardería quemados, ni las matanzas de policías disparándole al unísono a un pueblo entero, fueron suficientes para que la gente se pusiera tan de acuerdo sobre cuando dejar correr su furia.

Contraviniendo sus propias promesas de campaña que aseguraban que sus reformas estructurales iban a ser más felices a todos los mexicanos y mexicanas, que la luz y la gasolina se les iba a proporcionar a destajo con cuotas baratas y muy económicas, Enrique Peña Nieto y su secretario estrella hacendario, José Antonio Meade le pintaron mocos a los que no votaron por ellos y hasta a los que si votaron.

De inmediato se han dejado escuchar las voces antichairas  que dicen que hoy  protestar, marchar o mentar madres contra el Mega gasolinazo es ya demasiado tarde, que son ya puras patadas de ahogado. Aunque lo que hay que observar es que no es cosa de que tan tarde sea, sino cuestión de que esto no se va a ir, ni a olvidar en ningún lado.

Estamos ya  en México inmersos en una escalada de vorágine inflacionaria que pinta para solo ponerse peor. Es apenas el cuarto día del 2017 y el tanque de gas que costaba apenas hace unos días 280 pesos, hoy cuesta más de 330 y la Comisión Federal de Electricidad ya dijo que las tarifas de la luz se incrementarán en casi un cinco por ciento. Dos señales con lo que podemos empezar a darnos cuentan que lo que viene, lo que está pasando, puede que no haya indiferencia que lo soporte.

Los argumentos de secretarios y dependencias peñanietistas se acumulan uno tras otro en competencia por ver cuál es más pedestre que el otro. De que entienden el problema pero no había de otra, de que ahora si vamos a pagar la gasolina en su precio justo, justo como la pagan los noruegos, de que este mega madrazo lo agradecerán nuestros hijos, de que el incremento usurero ya estaba fríamente calculado (aun con la promesa de campaña de que que nunca pasaría) pero se cruzó por pura mala suerte con el alza mundial de los precios del petróleo, de que aunque suba la gasolina veinte pesos, no van a subir ni los insumos, ni la comida, ni lo que se acumule y que aquí nadie va a tener que lamentar nada, de que el transporte subirá  (algo , no mucho) pero que lo están aguantando en consideración al bolsillo de los verdaderos y (a estas alturas) abnegadisimos contribuyentes.

Por lo pronto el mentiroso y vergonzante Peña Nieto, con eso de que cuando abre la boca la caga (sí…¡¡Mas!!) no ha dicho hasta hoy tres de enero ni media palabra.  “Deseo a cada uno de ustedes, que el año que inicia sea pleno de salud, trabajo, bienestar y armonía familiar. ¡Feliz Año Nuevo!” fueron los deseos tan escuetamente cínicos que dejó escapar por red social acompañado por una foto suya de galán de novela del dos con un bucólico atardecer en Guaymas de fondo de un anochecer que nos está llegando a todos.

Con el gasolinazo quedó en evidencia no sólo la ausencia de un presidente en el puesto, sino de la clase política en general. Con ese teatro que armaron diputados federales y secretarios desde los últimos meses del año pasado discutiendo millonarios recortes al presupuesto de egresos de la Federación para el 2017 , para el que particularmente los legisladores y legisladoras federales de Oaxaca de todos los partidos se pararon el cuello presumiendo la aprobación de 90 mil 414 millones de pesos de presupuesto para su estado, destacando que habían logrado subirlo 5 mil 80 millones de pesos en comparación a lo logrado en el 2016, con lo cual habían logrado superara el recorte de 239 mil millones de pesos al gasto público nacional anunciado por el mismo gobierno federal.

Hoy, a la luz de la evidencias, queda clara que está no fue más que otra de las acostumbradas simulaciones de una diputación federal que hace unos años le dio carta blanca a este megasolinazo con la aprobación de la reforma energética, pero que se blindó en el 2017 con la aprobación en su presupuesto de nueve millones de pesos en vales en gasolina, para salir inmunes.

Con todo esto no queda más que preguntarse si puede haber políticos en este país que todavía se cuestione porque la gente que se supone debe respaldarlos, hoy está decididamente harta de ellos, o tal vez piensen de plano que a sus excelentísimas figuras ese hartazgo les hace lo que el viento a Juárez.

Como quiera que sea es un mal cálculo del gobierno federal y  la clase política mexicana pensar que se puede joder tanto con tan poco. Que se le puede decir a la gente de un día para otro, hoy tu vida cuesta el doble y después nada va a pasar, porque aunque al final nada pase, será el peso de los agravios el que un día les terminara estallando en sus manos y en sus fauces abiertas. Y esto no es un deseo, sino la simple lógica de que lo que un día sube, algún día tiene que bajar, aunque sea el mismo peso del averno.

México es un país colapsado, podrido, corrupto hasta el compadrazgo, ángel caído de un paraíso que nunca existió, especialista en hacer trillonario al millonario y miserable al menos pobre. Con un Donald Trump esperando a entrar en unos días en el puesto de responsable del país más poderoso del mundo para cumplir aunque sea en una tercera parte las promesas que les hizo a sus racistas y temerosos votantes por meter en cintura a los “bad hombres” mexicanos que tanto han dañado a su patria de estrellas y muchas barras.

Con un patatús financiero en desarrollo en el sucio y vecino México, al que ya va a estar muy difícil que le pueda sacar, tal como lo anunció, el costo de un demencial muro fronterizo a un gobierno federal mexicano que desde hace un tiempo, en su corrupción desmedida y su búsqueda por consolidar una venta de garaje del país entero, ha estado gastando más de lo que gana, con una deuda pública que hoy vale un cincuenta por ciento del total del  Producto Interno Bruto, en medio de escalonadas muestras de la más voraz corrupción de gobernadores prófugos ya sea de la justicia, como el ensangrentado Javier Duarte en Veracruz, o de su propia vergüenza como el incólume Gabino Cué en Oaxaca. De los que para muestra se señala a cada uno responsable de un fraude a las finanzas públicas de miles de millones de pesos (180 mil en el caso de Duarte, todavía con una cifra en cálculo en el caso de Cué) que dejaron a sus entidades en la quiebra, la pobreza, la deuda y el desempleo.

Es también en este contexto de auténtico desastre nacional que las  promesas antiinmigrantes de Trump se vuelven aún más pesadillezcas. Con un crimen organizado de mil cabezas, sangriento, corruptor e impune, al que el gasolinazo no le afectara gran cosa con los miles de litros que anualmente usufructúa de los chatarreros ductos de PEMEX, con un despeñadero en ciernes en el que la inflación en movimiento sólo tornara más volátil  (sí…¡¡Mas!!), el ya de por si semi destrozado pacto social.

El escenario de hoy en México , con reformas estructurales solo hechas a la medida de los compromisos internacionales firmados por presidentes mexicanos, siempre frívolos, borrachos como una cuba o adictos al fenobarbital, es de desfonde, en donde hasta lo más apocalípticos ya están sintiendo que la quijada se le está estrechando.

Hoy el “mal humor social” bautizado por Enrique Peña Nieto está en escalada y su límite será el infierno. A lo que no puede quedar de otra que la respuesta de una sociedad civil verdaderamente organizada que por mero instinto de conservación se resista a llegar a un escenario de permanente apocalipsis.

Hoy la clase política mexicana está terminando por cenarse su propia cola y México entero se está alimentando de sus propias ruinas. En ese trámite nos estamos  atragantando todos. Más vale ir encontrando una alternativa que no implique más destrucción.