Foto: Rocío Flores
San Mateo del Mar es una península caprichosa, mágica, pero también trágica. Unas 10 mil personas conforman esta comunidad del Istmo de Tehuantepec cuyo origen, según la tradición oral se remonta a 1606.
Los zapotecos les llamaron “huaves” (gente que se pudre en la humedad o de pies podridos) pero responden al nombre de ikoot. A diferencia de otras poblaciones indígenas del Istmo que se dedican fundamentalmente a la agricultura y el comercio. Los ikoot tienen en el agua su mayor fuente de vida, una gran parte de sus ingresos viene de la pesca en el mar y la laguna Quirio.
El agua, el viento del Norte y del Sur, el Sol y la Luna, el rayo, son elementos esenciales para entender su cosmovisión. Casi todo el año realizan rituales relacionados a estos, de acuerdo con el antropólogo Saúl Millán.
Fue una de las poblaciones más afectadas por el terremoto de magnitud 8.2 del 7 de septiembre de 2017 y una de las que menos recibió atención o apoyo de las autoridades, debido a un conflicto interétnico con la comunidad de Santa María del Mar y un problema de impugnación electoral, entre otros temas.
Cuatro meses después del terremoto, recorrer las calles de San Mateo es como fotografiar imágenes de desánimo, mujeres y hombres buscan recuperar su cotidiano, pero en su intento de reconciliarse con la vida, aún se pierden en la nostalgia, el desaliento y algunos en la desesperanza, al mirar frente a ellos montones de cascajos como restos de sus hogares.
A pesar de todo, la calma en la laguna Quirio, el sonido del viento, de las aves que se preparan para la migración, las sonrisas tenues de algunas mujeres, la risa de algunos niños y niñas en las calles, y un letrero recién pintado con la leyenda Barrio Nuevo, que brilla con el reflejo del sol en el puente, parecen aludir a la vida y la fortaleza de los ikoot.
Mientras se avanza en la construcción de las casas para la gente que logró obtener un folio y una cantidad de dinero a través del censo oficial, el Comité de Reconstrucción para una Vivienda Digna, creado a raíz de la tragedia, construye refugios para quienes están en condiciones de vulnerabilidad, viviendo en casas de campaña que fácilmente se las lleva el viento.
Estas familias no recibieron apoyos, porque no estaban en el casco del pueblo o porque la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) no las consideró en su censo; salieron de San Mateo después del sismo del 19 y 23 de septiembre porque no había condiciones en sus viviendas, estaban llenas de agua.
En esa fecha, la gente decía “se abrió la tierra y empezó a salir el agua», “el mar está ganando espacio”, se hundían las casas de algunas personas.
Especialistas y documentos del Consejo Nacional de Desastres ven este fenómeno similar a la licuefacción, que describen como un comportamiento del suelo que por una fuerza externa (sísmica en este caso), pasa de un estado sólido a líquido, o adquieren la consistencia de un líquido pesado.
«La gente quiere solidaridad no caridad»
Los refugios están pensados para que la gente pueda habitar de manera segura y dignamente, dice Marcelino Nolasco, activista y coordinador del Centro de Derechos Humanos Tepeyac, quien trabaja en la construcción de estos espacios en San Mateo y en la Colonia Juárez, una población cercana, también afectada por el terremoto.
—Aparentemente la gente se acostumbró a recibir víveres pero cuando eso se acabó, pudo darse cuenta que están solos, y que es fundamental que comiencen a restablecer un espacio, sus saberes y sus lazos en la comunidad. No esperan nada, porque lo que pudieron esperar no llegó, ya pasó. Ahora la gente va parando dignamente su refugio hasta que quede listo al 100 por ciento.
Las construcciones están hechas de estructuras de metal cubiertas con materiales de la región, carrizos, palma y madera, explica el activista.
—Se tomaron en cuenta las condiciones del viento, aunque se están construyendo con estructura de metal, la obligación de la familia es aportar palma y carrizo, para que el refugio no sea un hábitat de tan industrializado, se buscan materiales de la región que proporcionan cierto confort, en tiempos de Norte y lluvia la palma tejida es segura, no le pasa el agua, la apuesta es combinar materiales y apelar al tipo de construcción que han tenido durante siglos. Este proyecto es de construcción pero también va detonando otras acciones, a largo plazo se puede contribuir en restablecer los saberes comunitarios, porque a San Mateo lo que más daño le hizo es el tipo de suelo y las construcciones hechas de concreto, con mucho peso…
Sin embargo frente a las viviendas caídas en el pueblo, hay acumulados montones de grava y cemento, se le comenta a Marcelino
—La gente no tiene alternativas, se da cuenta que tienen una tarjeta para materiales y se entera por “vox populi” que se les va a congelar el saldo o que van a pasar a las casas a tomarles fotos para saber en qué están invirtiendo su dinero. Compra de manera exacerbada. Está construyendo como siempre lo ha hecho, pero según un estudio de resistencia de suelo, hay que partir de otros parámetros para construir, otro tipo de cimientos y otros materiales que nos sean muy pesados, porque San Mateo responde a la naturaleza, es una península mágica pero también trágica. Es necesario evitar materiales pesados, pero hay una resistencia, la gente quiere concreto porque son años de bombardeo de la idea de progreso. Toda la política gubernamental tiene esa orientación, Piso firme, Cuartos Rosas; el gobierno, los políticos en campaña, los programas de apoyo a las comunidades, todos regalan cemento, y eso no orienta más que al consumo. Además, para muchas familias es sinónimo de desarrollo, de fortaleza y seguridad, pero este tipo de materiales no siempre se ajustan a las condiciones en esta península y los resultados los hemos visto.
Hay un caos dentro de la aparente calma, provocado el miedo a que se les retire el dinero y la poca información de las autoridades sobre la asesoría que inicialmente prometieron las empresas que vieron en la reconstrucción un buen negocio, pero al final los dejaron solos.
Personal de la Sedatu entrevistado sobre el tema del censo, apunta que parte de la confusión y quejas de quienes no recibieron el apoyo es porque la gente no se informa y no sabe que, quienes están a cargo de administrar el presupuesto es el gobierno federal a través de la oficina central a cargo de Rosario Robles Berlanga y el banco es el responsable de habilitar las tarjetas.
Nosotros censamos casa por casa, todas entraron en la base de datos, también las casas de adobe, madera, palma y aunque fueran de palito… estuvimos meses ahí (en el Istmo) si estaban y demostraban que eran propietarios se les daba un número, pero muchos recibieron folios clonados o hechos por las mismas autoridades municipales, quienes copiaron un folio del que nosotros le dimos y agregaron otros números, de ahí las quejas de que fueron censados, pero nunca recibieron tarjetas, porque no estaban en nuestra base de datos, también es posible que no han ido a verificar si están listas su tarjetas a Bansefi, ellos (el banco) son los responsables, informó la servidora pública de Sedatu en Oaxaca Leticia López.
Marcelino comenta que quienes si recibieron apoyos, para un aproximado de 400 viviendas, la organización Copevi les apoya con asesoría técnica para la valoración de materiales de sus viviendas, otros están siendo patrocinados por la Fundación Noyola, la cual les patrocina la construcción de sus casas de 10 en 10 si cumplen con ciertos requisitos. Comenta también la posible causa de la desesperanza.
—Hay gente que sufrió las incoherencias del estado, porque las casas de palma o de palo no fueron consideradas viviendas, o porque el personal que realizó el censo no era personal capacitado, o no entraron a sus viviendas para constatar el daño o después de la primera visita nunca regresaron.
En una península que carece de elevaciones topográficas, donde los cerros más cercanos se encuentran a unos 20 kilómetros de distancia y en donde coinciden placas de cocos Norteamérica y Pacífico según el atlas de riesgos de Oaxaca, la amenaza a la comunidad es latente, pero el temor por las drásticas experiencias acumuladas, se enlaza también a los mitos que les constituyen, de ahí los rituales y el espíritu de los ikoot, (los verdaderos nosotros).