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El plagio: admisión de mediocridad

*Juan Manuel Alegría

Posiblemente el plagio existe a la par de la evolución del ser humano. Seguramente, cuando un neandertal observó que otro pintaba mamuts en la pared de una cueva, hizo lo propio en la suya. Por ello, el libro de los libros, La Biblia, contiene plagios de diferentes culturas. En la época de los griegos ya comenzaba a irritar la costumbre de plagiar, tanto que, el poeta Teognis (583-500 a. C.) es, presumiblemente, según Kevin Perromat, “el primer autor que intenta controlar la difusión de su obra”. Teognis escribió unos versos donde decía que tenía un sistema para evitar el plagio o falsificación de su obra: “a sus versos les pondría un sello para que nunca [más] pase inadvertido si alguien los roba, y que nadie tome una obra inferior cuando hay obras de calidad, y así todo el mundo diga: ‘Estos son versos de Teognis de Megara’”.

En la época dorada de los griegos hubo imputaciones de plagio a Platón, Aristóteles, o a Aristófanes y también hubo quienes defendían o aprobaban esa apropiación, como el hispanorromano Séneca o, más tarde, el francés Jean de La Bruyère: “todo está dicho y llegamos demasiado tarde: hace más de siete mil años que hay hombres y que piensan (…) no hacemos más que cosechar detrás de los clásicos y los más hábiles de entre los modernos”, citado por Perromat.

Por supuesto que el plagio era considerado detestable, como lo demuestra en varias ocasiones el famoso autor de epigramas satíricos Marco Valerio Marcial (40-104 d. C.), quien se queja de un poeta al que no nombra:

“Te encomiendo, Quinciano, mis libritos. Si es que puedo llamar míos los que recita un poeta amigo tuyo. Si ellos se quejan de su dolorosa esclavitud, acude en su ayuda por entero. Y cuando aquél se proclame su dueño, di que son míos y que han sido liberados. Si lo dices bien alto tres o cuatro veces, harás que se avergüence el plagiario”. Epigrama LII.

Es en los versos del poeta romano, nacido en Hispania, donde aparece por primera vez el término “plagiario” como lo entendemos ahora, porque antes se llamaba a esa acción hurto o robo. Antes de ser usado así, el término “plagiare”, significaba revender de manera fraudulenta a un esclavo o a un hombre libre como esclavo; el castigo, por azotes, estaba contemplado en la Ley Flavia o plagiaria. El término no fue bien aceptado sino hasta el siglo XVI. Marcial también denunció a Fidentino:

“Corre el rumor de que tú, Fidentino, lees mis versos al público como si fueran tuyos. Si quieres que se diga que son míos, te enviaré gratis los poemas; si quieres que se diga que son tuyos, compra esto: que no son míos [es decir, ‘compra el silencio’]”. Epigrama XXIX. Libro I.

En este caso, Marcial quería que le reconocieran su autoría porque, a pesar de que obtenía ganancias con la venta de sus libros, era importante que sus protectores lo supieran, ya que eran la fuente principal de sus ingresos. Es lo que se le critica, que pudiera renunciar a la autoría si se le pagaba. Por eso escribe en otra parte:

“El que desea adquirir la gloria recitando versos de otro, debe comprar, no el libro, sino el silencio del autor”. Epigrama LXVII.

Como fuera, en ese tiempo no se castigaba esa apropiación, pero ya comenzaba el crecimiento del embrión que muchos siglos después comenzaría a reglamentarse. Si bien el derecho al honor estaba contemplado en la Ley de las XII Tablas o Ley de igualdad romana, que castigaba, incluso con pena de muerte a quien injuriaba o recitara o publicara libelos, no tomó en cuenta el plagio intelectual. En la época de Marcial ni en la pretérita de los griegos, se conoce aún nada algo parecido a los derechos de autor, el derecho romano no alcanzó para eso; no obstante, aunque no tenían los derechos sobre la obra publicada, esta era respetada por un sentimiento moral; cuando no se acataba, el autor lo revelaba. Antes de Marcial, Marco Tulio Cicerón (106 a.C- 43 a.C) le reclama al escritor y editor Tito Ponponio Ático:

“¿Te propones publicar mi obra contra mi voluntad? Ni siquiera Hermodoro de Efeso se atrevió a hacer cosa semejante”.

Hermodoro, discípulo de Platón, obtuvo ganancias con la obra de su maestro, lo cual fue considerado infamante, porque para ellos, como para Cicerón, el plagio era un problema ético. Con la invención de la imprenta y la trasformación del pensamiento, no sería sino hasta el Renacimiento cuando se concibe al autor como originador y responsable de su obra. En la Ilustración, con la fundación de academias, nace el concepto de derecho de autor y el escritor es considerado “autoridad espiritual”.

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Un plagio es un robo. Según diferentes autores, el hurto consiste en traspasar total o parcialmente la mayoría de contenidos de una obra de otro y hacerla pasar como suya; incluso, se puede considerar plagio, cuando no sea exactamente igual sino que contenga cambios disimulados.

En el periodismo se da todos los días, es la falta de respeto al trabajo de otros colegas. “El plagio viola el compromiso básico del periodista con la verdad. El plagio es una mentira porque implica la falsedad de aparecer ante el lector como el autor de un trabajo que otro hizo y, por tanto, es un engaño al lector”, afirma el icono de la ética latinoamericana, Javier Darío Restrepo.

El maestro colombiano cita el código ético de los periodistas belgas: “el plagio debe ser tenido como odioso y deshonrante, aunque se tenga la certeza de no ser descubierto”. Agrega que, a la condena sobre esta conducta, le da validez universal el que más de 30 países incluyan en sus códigos de ética la norma sobre plagio.

Son muy famosos los plagiarios descubiertos. Ahora, en la Red, es común que un medio copie la información aparecida en otro y lo cite sin pagar por ello. En otras épocas eran verdaderos pleitos, como los que sostenían, en el marco de la guerra de Cuba, Randolph Hearts (Evening Journal) y Joseph Pulitzer (World) al copiarse las notas. Es famosa aquella información que Hearts publicó:

“El coronel Reflipe W. Thenuz, un artillero austriaco de fama europea, que junto con el coronel Ordoñez defendía las baterías de Aguadores, resultó herido grave en combate y ha muerto”. (The Journal. 8 de junio de 1898).

Los del World lo creyeron y, con leves cambios, la publicaron al otro día, sin citar la fuente. Al siguiente día, en el Journal , en la primera plana, apareció la verdad: que habían inventado esa nota para atrapar a los de Pulitzer. El nombre del coronel es un anagrama que dice: “nos robamos las noticias” (“Reflipe W” al revés es “we pilfer” y “Thenuz” la fonetización de “the news”). Durante un mes Hearts se burló de su rival. Quien daría su nombre para el más importante premio periodístico, Pulitzer, no dijo nada.

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Antes había que conseguir el libro o el periódico para copiarlo a mano. Ahora, como nunca, se han abierto las posibilidades para plagiar a destajo. Sólo se necesita una computadora con acceso a Internet y buscar el tema requerido. Así como antes era “coser y cantar” ahora es “copiar y pegar”. Eso hizo Alfredo Bryce Echenique, el laureado escritor peruano, con casi una veintena de artículos publicados por otros intelectuales en varios medios (y denunciado, desde cinco años antes del premio), por los que tuvo que pagar 57 mil 258 dólares de multa una vez descubierto. Con todo, a pesar de que una docena de escritores mexicanos se opuso, ya conocidos los delitos, en octubre de hace tres años, se le entregó a Bryce el premio de Literatura en Lenguas Romances de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. No tuvo la dignidad para rechazar el premio de 150 mil dólares; con el pago por sus trampas, le quedarían casi cien mil.

El principal defensor del plagiario fue Jorge Volpi, quien alegó peregrinas razones: que el suyo no podía “erigirse en jurado criminal” —no se necesitaba, los plagios ya habían sido juzgados. Volpi disculpó al plagiario porque, el periodismo no tenía que ver con la obra narrativa, dijo, y menospreció a quienes estaban en contra, tildándolos de hipócritas y soberbios por pedir que se devolviera el premio: “en un acto de soberbia e hipocresía lamentables, para exigir que le sea retirado a Bryce”.

Por cierto, como es costumbre, más de cien escritores firmaron una carta defendiendo al apropiador de lo ajeno —igual a quienes se negaban a ver los crímenes de “Mama Rosa”.

También, el mismo Volpi fue acusado de plagiario años antes. Junto con Denisse Dresser. En esa misma carta, el escritor quiso desmanchar su imagen al indicar que Fernando Escalante había sido pareja de la señora Dresser. Escalante, a su vez, replicó que sólo dos veces en su vida había escrito sobre Volpi y que ninguna sobre su obra (http://www.animalpolitico.com/2012/10/respondefernandoescalante-a-volpi-premiaron-a-un-tramposo/).

Quién sí se encargó de hacer cera y pabilo de Volpi y Dresser, fue León Krauze (y otros más) quien, en un texto titulado “Dresser y Volpi (sic): inspirados”, publicado en Letras libres, desgrana más de treinta puntos de coincidencia o plagio de la obra de Jon Stewart:

“Si la emulación es la mejor forma del halago, Jon Stewart tiene hoy una gran razón para sentirse adulado. Denise Dresser y Jorge Volpi lo leyeron y decidieron que la mejor manera de reconocer la labor del cómico periodista era duplicar, muchas veces al pie de la letra, su libro America: The Book (Warner, 2004). […].

“La fórmula de Dresser y Volpi parece infalible: recoger las ideas de Stewart, adaptarlas a México y, voilà, éxito seguro. Que aparentemente nadie le haya avisado al propio Stewart es lo de menos. Es improbable, también, que le hayan enviado su clon mexicano a manera de agradecimiento, aunque al final del volumen y en letra minúscula Dresser y Volpi exhiban los vuelos de su ética artística y profesional y se digan “inspirados” por él: en una lista de agradecimientos con veintiocho entradas más, casi todas de chunga (la primera: “A Carlos Salinas de Gortari, por ser quien es”), Stewart ocupala tercera y America: The Book, la quinta […]” (http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/dresser-y-volpi-inspirados).

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De igual manera se ha denunciado a la multipremiada Elena Poniatowska, quien no sólo tomó trozos de un libro de Luis González de Alba, sino alteró esos datos para La noche de Tlatelolco. Su deshonestidad intelectual también la llevó a inventar una entrevista con Jorge Luis Borges y a atribuirle un poema que tomó de la Red.

El poeta Javier Sicilia fue acusado de plagio (sin decirlo) por Evodio Escalante en mayo de 2009:

“¿Pero qué sucede cuando un escritor mexicano de nuestros días, sin mencionarlos, sin anotar sus versos en cursivas o ponerlos entre comillas, y sin acompañar la cita de una pertinente nota al pie de página, indicando la fuente, se apropia de pasajes enteros de lo que han escrito y publicado estos poetas más que eminentes? […].

“¿Se vale, me pregunto, tomar entero un poema de Paul Celan, modificarlo un poco acá y acullá, agregar por ejemplo ‘masticamos’ donde ya el poema de Celan anotaba ‘bebimos’, y hacer de este texto el eje de toda una composición? ¿Es legítimo intercalar frases y versos completos de Eliot, de Rilke, de la Biblia, sin acompañar estos ‘préstamos’ de algún recurso tipográfico que indique o sugiera al menos que no han brotado de la ‘inspiración’ del autor cuyo libro tenemos entre las manos?”

El crítico expuso ejemplos inexcusables

“Por ejemplo, donde el Eliot de El poema de amor de J. Alfred Prufrock habla de: “La neblina amarilla que frota su lomo contra el vidrio”, Sicilia repone: “A la hora del alba, / Cuando la amarillenta niebla lame las ventanas.” Donde el Eliot de La tierra baldía escribe: “Sólo / Hay sombra bajo esta roca roja. / (Ponte a la sombra de esta roca roja), / Voy a enseñarte algo diferente”, Sicilia repite y modifica: “Ponte a la sombra de esta roca roja, / como en la antigua cueva, pero de cara al fuego, / voy a enseñarte no lo diferente, / sino lo que es y ha sido una estría del tiempo.” Donde Eliot pregunta, famosamente: “¿Quién es ese tercero que va siempre a tu lado? (…) Deslizándose en su capa parda con capucha”, Sicilia anota en lenguaje llano y mimético: “a un tercero que iba a nuestro lado, / deslizándose siempre con su capa parda.” Donde el Eliot de los Cuatro cuartetos sentencia: “Y eso que no sabes es lo único que sabes / Y eso de lo que eres dueño es lo que no te pertenece / Y donde estás es donde no estás”; Sicilia condensa y aprovecha para agregar una nota reconfortante: “y eso que no eres es lo único que eres / y ahí donde no eres es posible la vida.” (?) Donde el Eliot de los Cuatro cuartetos indica: “Y el camino que sube es el camino que baja”, Sicilia replica con una inversión: “el camino que baja es el mismo que sube.” La nota erudita tendría que indicar que estos versos se remontan a Heráclito, tal y como lo reconoce de antemano Eliot en un epígrafe de su libro, que a la letra dice: “El camino hacia abajo y el camino hacia arriba es uno y el mismo.” (Diels: Die Fragmente der Vorsocratiker -Heráclito.)”

Javier Sicilia respondió, sin vergüenza, indicando que el plagio puede ser exculpado si se hace con grandes creadores.

“¿Soy realmente un plagiario? Un verdadero plagio sería, por ejemplo, que yo hubiera tomado los poemas de un oscuro u olvidado poeta y con él hubiera ganado un premio. Con ese acto estaría usurpando algo que a ese poeta, que nadie conoce, le pertenecía. Yo, en cambio, tomé poetas conocidísimos, algunos de ellos premios Nobel, tan conocidos, que tú mismo, Evodio, lo notaste”.

El poeta añadía estérilmente en su defensa:

“Los críticos que se han interesado en ella, han hablado de palimpsesto, de una reescritura sobre otras grafías. Yo mismo, a lo largo del tiempo, he declarado públicamente que pertenezco a una tradición muy antigua y a la vez muy moderna para la que la noción de autor no existe y a través de la cual el poeta, ‘la voz de la tribu´, decía Mallarmé, dialoga con la Tradición y la reactualiza para otros”.

Evodio, en su artículo “Respuesta al Kamikaze de Sicilia”, replica más agudamente y refuta cada uno de los argumentos del poeta: “Abundé en torno a los ’préstamos’ y hasta informé acerca de un saqueo de materiales ajenos (Eliot, Rilke, la Biblia, Celan), pero jamás cometí la torpeza de emplear la palabra que tanto te satisface: plagio. Señalé, eso sí, que adobas, desfiguras y corrompes un extraordinario poema de Celan, ‘Fuga de muerte’, que transcribes casi en su integridad sin indicar la fuente o al menos colocar preventivas cursivas” […]. Evodio Escalante es irónico: “No deja de parecerme extraño, empero, que alguien que notoriamente declama que la noción de autor es inexistente, se presente como autor a un concurso literario, y que gane un premio con un libro que en estricto sentido… no lo ha escrito él mismo sino la Tradición”.

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Así, se ha criticado un buen número de hurtadores de textos, como a Guadalupe Loaeza, quien en 2007 plagió a Sandra Russo, del diario argentino Página 12 (http://www.etcetera.com.mx/articulo/_plagio_en_reforma/2314/). Dos años después, en un debate organizado por el diario Reforma entre Gabriela Cuevas (PAN) y Guadalupe Loaeza (PRD), aspirantes a diputadas por el distrito X, la primera acudió a la deshonestidad de la escritora y remitió al auditorio a leer a Guillermo Sheridan, porque él “ha documentado de manera muy clara los plagios de la señora Guadalupe, que ni siquiera ha escrito sus propios artículos”. Guadalupe Loaeza expuso con una infantil respuesta: si no se señala la fuente no es plagio; y aludió a lo que recurre la mayoría de plagiarios: equivocación, descuido o se le olvidó entrecomillar (aunque ella crea el neologismo “encomillar”)

“Estamos viendo mentiras, falsedades […]. Lo que sucedió con Guillermo Sheridan ya lo escribí también. Se debió solamente a un artículo que me basé en Wikipedia. No señalé que venía este artículo en Wikipedia, no lo señalé, pero no es plagio. Wikipedia es para todo mundo, es universal. Todo mundo puede consultar Wikipedia y se llama así, Wikipedia, porque es universal, es para que todo mundo lo consulte”.

En realidad “wiki” (rápido) es un vocablo de origen hawaiano y alude a la tecnología que permite a un usuario a colaborar o editar los contenidos en esa página; lo cual no significa que se le niegue el crédito a Wikipedia. Sigue la escritora:

“Ese artículo ya lo expliqué. No lo encomillé (sic). ¿Plagiar? Imagínate: ¡tengo 27 libros! […] ¿Me entiendes? No lo plagié. Mentiras tras mentiras falsedades tras falsedades. Yo reconozco que recurrí a Wikipedia y no lo señalé, pero lo que yo quiero es servirlos con la verdad”.

La primera se refería a un texto de Sheridan donde exponía otro plagio de la autora de Las reinas de Polanco. Por cierto, Reforma no la sancionó de ninguna manera.

Loaeza también hizo víctima del plagio a Alfonso Diez, articulista de El Columnista y La Quintacolumna. Diez, en una carta señala, de paso, a otro copista:

“Ya ‘casi’ me acostumbré a ver los textos que publico en La Quinta Columna reproducidos en otros espacios. Algunos citan mi nombre, aunque la mayoría no cita la fuente de donde lo tomó. Otros ni mi nombre anotan. Un caso peor fue el del periódico AM de Guanajuato, en el que el articulista Alejandro Pohls (en la sección ‘Opinión’, del 28 de septiembre de 2008) toma inclusive el párrafo de entrada de mi columna del 15 de febrero de este año y se lo adjudica como propio y luego toma párrafos de mis columnas del 12 de febrero y del 23 de septiembre de 2008 para construir un artículo en el que añade textos suyos, erróneos por cierto, para firmar todo como propio”.

“Ahora fue Guadalupe Loaeza. Tiene una página en internet que se llama ‘Las niñas bien ¿abuelas bien?’ en la que publicó el 29 de septiembre de 2008 un artículo titulado ‘Arráncame la vida, personajes de carne y hueso’ […]”.

Es cierto que Loaeza indica “nos hemos permitido reproducir parte del interesante artículo publicado por Alfonso Diez, de La Quinta Columna”, sin embargo, copia párrafos completos sin darle el crédito ni “encomillar”; dice Diez.

“Y del cuarto párrafo en adelante, la mayor parte de ‘su’ artículo, toma primero mi texto del 12 de febrero (Arráncame la vida, fantasía y realidad) y después el del 23 de septiembre, íntegro (Las claves de Arráncame la vida), pero como sólo pone unas comillas al iniciar el cuarto y en los demás párrafos no vuelve a utilizarlas, ni para cerrar la nota, da la impresión de que ella escribió todo, salvo lo entrecomillado en el cuarto”.

“¡Qué vergonzoso! Loaeza ha sido antes acusada de reproducir sin dar créditos y ella simplemente ha respondido que se le olvidó hacerlo”.

Sobre otros plagiarios: Rodrigo Núñez Arancibia y Juan Antonio Pascual Gay, académicos de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y El Colegio de San Luis, respectivamente, escribió otra Loaeza, Soledad:

“Los plagiarios se llevan páginas y palabras, pero lo más grave es que sobre todo hurtan el único capital que puede aspirar a tener un investigador: ideas –cuya propiedad es intangible y pasajera–, creatividad, originalidad, imaginación, aparte de las horas de trabajo en un archivo, frente a la hoja en blanco o a la díscola ficha a la que exprimimos en busca de la información que sabemos que está ahí pero que no se deja ver a la primera lectura […].

“El plagio es un delito moral, civil y hasta comercial. Los plagiarios en la academia son delincuentes que se aprovechan del código de honor que gobierna nuestra profesión, uno de cuyos principios es la buena fe con que se recibe un trabajo que se piensa que ha sido elaborado también de buena fe por quien lo firma”. (La Jornada. 16/07/ 2015)

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Decíamos que, nunca como ahora existieron las ventajas para copiar el trabajo de otros; asimismo, esas herramientas ayudan a descubrir a los plagiarios. Incluso ya se clasifican, según el periodista norteamericano Craig Silverman, existen cuatro tipos de periodistas plagiadores:

“El Principiante: estudiantes de periodismo que adoptan el plagio como parte de su rutina de trabajo. Es posible que estos plagiadores principiantes genuinamente no entendían cómo citar y el problema ético que implica. Esto no es una excusa, pero vale la pena tenerlo en cuenta”.

“El Entusiasta: jóvenes y ambiciosos reporteros que usan el plagio para cumplir con una fuerte carga de trabajo o un tema complicado”. Silverman se pregunta. “¿Es el plagio causado por las demandas del rápido periodismo de internet? ¿A una falta de la educación apropiada sobre las fuentes y cómo citar? ¿O hay algunos destinados a cometer estas faltas, a pesar de la carrera profesional que eligieron?”

“Los que tienen la mente en blanco: columnistas de opinión que carecen de ideas originales o que acuden al plagio cuando se quedan sin material. Ellos toman ideas y párrafos de cualquier lado y los hacen pasar como si fueran propios. Oh, la ironía de que a alguien le paguen por el valor y la originalidad de sus opiniones mientras que roba las palabras e ideas de otros”.

“El Dinosaurio: son los periodistas de la escuela clásica que trabajan para medios impresos y parecen no entender internet y cómo ha ayudado a descubrir palabras robadas. Suelen trabajar en pequeños periódicos comunitarios sin una fuerte presencia en internet. Sus plagios son tan frecuentes como descarados. Y probablemente lo han venido haciendo por años. Todo plagiador en serie, sin importar su tipo, es un problema serio. Pero no todos tienen el mismo futuro en el periodismo. Los de Mente en Blanco´´ son una minoría de los periodistas que se enfocan en periodismo de opinión. Los dinosaurios se extinguirán”, augura Silverman y agrega:

“En particular me preocupan los Principiantes y los Entusiastas. Estos jóvenes plagiadores representan el futuro.

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En México un periodista puede decir lo que quiera, puede mentir o no ser riguroso; si se le descubre no pasa nada. Los periodistas que replican información falsa, cuando se descubre ésta, no tienen el valor de decir: “Lo que publiqué era falso; disculpas”; igualmente con los plagiarios, los denuncian y siguen campantes.

En otras partes del mundo los malos periodistas son despedidos, en algunos casos, también los editores o directores se van a la calle, en otros, han sido encarcelados. Existen lagunas en la cuestión de derechos de autor en México, principalmente en lo que incumbe a los derechos de los periodistas; no obstante, acá y en todo el mundo, el plagio es un problema ético.

Existen los manuales de estilo o códigos de ética que rechazan sin distinción la práctica de la apropiación de un material de otro autor. Es en las redacciones donde se debería ser inflexible con sus periodistas para minimizar el plagio. Así lo señala Josu Mezo, editor de Malaprensa.com : “sin duda, parte de la causa del copia-pega es una cuestión de recursos, pero también hay fallos de formación y rutinas evitables […] Cuando hay un plagio la reacción de los medios suele ser tímida, en la tradición de que ‘rectificar es de nenazas’”.

Señala Javier Darío Restrepo que esa práctica viola el más importante compromiso del periodista, el que tiene con la verdad y es un engaño al lector:

“Es, además, una injusticia porque se toma por asalto el esfuerzo ajeno y se obtiene un lucro que se le debe al autor.

“Se puede agregar también la degradación del trabajo profesional que, lo mismo que la actividad científica, debe exhibir la característica de la transparencia. En efecto, la creación intelectual del periodista siempre centrado en los hechos que suceden, nunca es una verdad definitiva sino un proceso cuyo registro debe continuarse, de la misma manera que la investigación del científico, que es por su naturaleza provisoria, y deja claras huellas de su elaboración para que otros investigadores puedan dar los siguientes pasos. El plagiario borra sus huellas, deja indicaciones falsas que cierran el camino para quien quiera continuar el proceso de seguimiento de los hechos. Todas estas razones aparecen explícitas o implícitas en los artículos de los códigos éticos que condenan la práctica del plagio”.

*Juan Manuel Alegría/Periodista oaxaqueño. Artículista de la revista Etcétera y colaborador del blog fundaciongabo.org