Foto: Carmen Pacheco
Durante generaciones y generaciones miles de mujeres fueron desterradas del espacio público, confinadas al ámbito de lo privado, a la familia, en oposición a lo común, a lo público, a lo político, en un escenario que se fue estableciendo como un sistema de mandato y obediencia respecto a una visión: la de los varones.
Lo doméstico, la familia o lo privado se fue construyendo como un espacio caracterizado por la imposición de estereotipos, de violencia y con un impacto de desigualdad en lo social. A las mujeres se les limitó en su acción en un mundo compartido, donde la realidad depende de todos y donde el destino es el bienestar común. Se les limitó en su expresión, se invisibilizó y se minimizó su labor. El mundo como espacio público y de participación política se fue deshabitando de mujeres.
A pesar de eso, aquí siguen (aquí seguimos), nuestras voces viven en los pueblos, en las ciudades y en la vida social en general. Hacemos política, una política que no se refiere exclusivamente a aquello que tiene que ver con el gobierno de una nación, con los asuntos públicos o con cuestiones sociales propias de un grupo partidista, o ambos a la vez, donde muchas veces se establece como condición las relaciones de mando y sometimiento entre gobernantes y gobernados, se hace al actuar en un lugar donde es posible entablar un diálogo, donde se discute y se decide, es decir, donde se ve a la persona (hombres y mujeres) como ser que actúa, que obra y tiene la facultad para producir un efecto.
En esta otra posibilidad de la política que se basa en la pluralidad, donde coexisten seres o personas, quienes son o se miran como distintos hay igualdad y distinción a la vez. Ahí la palabra y la acción son maneras de distinguirse, de rebelarse, de deliberar, elegir y decidir.
Es ahí donde están las mujeres en la actualidad, en ese campo de comunicación y de interacción, donde han sumado fuerza y capacidades para concertar con los demás y actuar de acuerdo con las otras (y con los otros) en beneficio común, no en su individualidad.
No es reciente, en muchas comunidades de Oaxaca la participación de las mujeres ha sido clave en el desarrollo de sus familias y en lo comunitario, a pesar de estar confinadas a lo doméstico. O incluso estar sometidas a cualquier tipo de manifestación de violencia.
También en las ciudades las mujeres han tomado un lugar, aunque tal vez con un triple esfuerzo sus voces se escuchan en los espacios públicos, en la política partidista y un poco en los medios.
El desequilibrio natural y la crisis global derivó en la urgente necesidad de poner fin a la violencia y a todo lo que signifique la muerte. Estamos transitando un momento histórico, donde las mujeres están visibilizando la más apremiante demanda, nuestro derecho a vivir, y a vivir libre de violencia. Hay necesidad de voltear la mirada a problemáticas torales que nos convocan a todas y todos. Tenemos derecho a una vida con dignidad.
Tal parece, como dijo María Elena, la joven oaxaqueña atacada con ácido 一presuntamente por órdenes de un exlegislador identificado como Juan Vera Carrizal一 que al mismo tiempo estamos transitando por un retroceso como humanidad.
Pero son las mismas mujeres que en sus luchas por la defensa de la tierra, el medio ambiente, por el agua, los bosques, por la recuperación de su vida en común, nos dan pistas que tal vez pueden orientarnos para enfrentar el mundo que vivimos en la actualidad.
A pesar de este crítico escenario de violencia, desigualdad social económica y en el ámbito laboral, hay evidencias de que la participación de las mujeres está siendo poco a poco una realidad.
Aún con la violencia política o laboral, las mujeres están saliendo de la oscuridad, tragándose el llanto, con el recuerdo de la sangre, y la cara deshecha de otras víctimas. El miedo se está quedando atrás, van también con el puño en alto y con rabia en busca de transformar una realidad que ya no se puede vivir más. El silencio ya no es la opción.
En la búsqueda de la libertad de expresión y de acción en la vida pública se han sumado niñas, jóvenes, adolescentes, mujeres adultas y de la tercera edad, mujeres diversas, complejas quizá, pero todas en busca de recuperar el poder, un poder que no es imposición, sino la fuerza y la potencia que se deriva básicamente de la capacidad de actuar en común para cambiar su realidad. Creo que las mujeres lo sabemos, no nos bastamos solas, ni ellos, se bastan solos, nuestra existencia depende de otros, por ello el cuidado de ésta, nos debe reunir a todas, a todos.