Foto: Eduardo González
Después de más de 50 días en confinamiento estamos a punto de volver a “una nueva normalidad”, o al menos es la idea que parece predominar, aunque he pensado que a lo que deberíamos volver es a lo esencial.
No estoy segura que como sociedad tengamos clara esta nueva normalidad como le ha llamado el presidente de la República Andrés Manuel López Obrador. Nunca ha sido fácil definir siquiera la normalidad, generalmente tratamos de ajustar a aquellos parámetros “correctamente” establecidos social y políticamente en la que se asume a la sociedad como un conjunto homogéneo de individuos y no como sociedades con diversas formas de vida.
Eso hace aún más complejo definir la “nueva normalidad” ¿será que nuestra existencia estará ahora definida por la salud? honestamente, no lo creo. Entre otras cosas, la desigualdad social que evidenció el Covid-19 difícilmente lo permitiría.
Probablemente el miedo que aún persiste ante el Covid y la crisis económica consecuencia de esta epidemia en el país limitará por un tiempo nuestras prácticas sociales y de consumo, pero finalmente, como han dicho algunos pensadores, como el filosofo alemán Harmut Rosa, los intereses políticos y económicos, ayudados por algoritmos, seguirán moviendo el mundo. La nueva normalidad dejará de serlo y se irán ajustando a los parámetros que el sistema económico vaya definiendo.
Por eso ahora que estamos a punto de retornar a nuestra vida social y dejar el confinamiento obligado que vivimos me parece prudente preguntar si tuvimos o tenemos aún la oportunidad de pensar a qué normalidad queremos regresar. Después de casi dos meses de mirar, escuchar y hablar con muchas personas sobre este momento que vivimos, he pensando que deberíamos regresar a lo imprescindible o al menos intentarlo.
Las primeras semanas en las que el virus nos obligó a dejar los espacios públicos, escuelas, oficinas y comercios no esenciales, muchos fotógrafos y reporteros, reporteras, me incluyo, retrataron la ciudad verde. La Verde Antequera con sus 588 años estaba semivacía, sin sus calendas, sin sus múltiples actividades culturales, pero viva.
En sus parques y espacios públicos se podía disfrutar de los árboles frondosos, expectantes, silenciosos, como si solo esperarán la luz o el viento que traen las lunas para contarte la historia que se está viviendo. Las calles se transitaban serenas y se podía oír muy bien el silencio entre sus edificios limpios y mercados sin bullicio, raro para una ciudad como la nuestra.
Cientos de comunidades cerraron sus entradas y se organizaron para resguardarse ante el temor a un virus que «sabrá dios de dónde viene», pero que podría ponerlos en situación vulnerable, debido a la falta de hospitales, en muchas no hay infraestructura ni para atender un parto, que decir para atender el Covid-19.
Para algunos esto significó minar sus ingresos, una crisis económica, emocional o incluso de violencia para el caso de muchas mujeres confinadas al hogar de tiempo completo, para otros la posibilidad de repensar la vida de una manera distinta.
Otra forma, que tal vez ahora no podríamos definirla, que nos diera la experiencia de vivir frugalmente, una otra manera de hacer la vida, en la que se abrieran espacios para incluir la fiesta y la cultura que hacemos en nuestras interacciones diarias, como parte de las prácticas y modos de vincularnos comunitariamente, una manera que contemplará el principio de reciprocidad entre las actividades del ser humano y la naturaleza.
Un virus llegó a parar la realidad que vivíamos, nos quitó de las calles y nos obligó a mirarnos como una sociedad acelerada, desigual, con malos hábitos alimenticios, jornadas extenuantes de trabajos, incluso mal remunerados, estrés, consumo excesivo de productos y prácticas económicas y sociales no esenciales, que exaltan el poder, el tener, el egoísmo, la vanidad, la deshonestidad, el autoengaño y la explotación a la naturaleza como principios o justificación para alcanzar una felicidad que quizá es inexistente. Lo exhibió el virus cuando por salvar la vida, dejamos las actividades no esenciales y nos mostró qué es lo primordial para sostener la vida.
Tal vez por primera vez estamos viendo que la vida es una responsabilidad de todos, que nuestros estados emocionales dependen de infinidad de relaciones, que hemos olvidado tratar con dignidad a los ancianos y ancianas o personas de la tercera edad, que socavamos sus conocimientos y su experiencia, que no son los supermercados quienes nos dotan de alimentos, sino las personas que se dedican a sembrar y a cosechar de la tierra, que puede faltar una pizza, pero no debe faltar el agua, la tortilla, los frijoles, la flor de calabaza para las quesadillas, o cualquier otro producto de la tierra.
El virus hizo visible que ocupamos nuestro tiempo, gastando y consumiendo masivamente productos no esenciales, pero por fortuna hemos logrado sobrevivir sin tanto de eso, algunas personas incluso tuvieron ventajas en sus hábitos alimenticios, o se volvieron más creativos, más cercanos a sus familias. Aunque también es innegable muchos quedaron sin trabajo, sin dinero para pagar las deudas y seguir comprando lo que “la normalidad” nos dicta.
Y ahora, con tanta prisa por reabrir las actividades económicas, me pregunto si cuando se levanten las medidas de sana distancia y el confinamiento obligado sabremos a qué normalidad o nueva normalidad vale la pena volver y que estamos dispuestos a dar a cambio.
En las caminatas, las pláticas con mujeres y hombres del mercado, taxistas, enfermeros, con amigas o amigos desempleados, profesionales a quienes les descontaron su sueldo, u otros que sugieren el trueque y los huertos en los hogares, el intercambio de saberes o compartir la lectura, el arte, la música, las actividades gastronómicas y artesanales para mantener la vida, pensaba que podríamos recuperar algunas de esas prácticas que revivimos en el confinamiento obligado, que no deberían perderse, que el retorno a lo esencial podría ser una salida o la entrada a un nuevo ciclo de vida.
3 Comentario
Isaac Angeles Contreras
Totalmenre de acuerdo en el retorno a lo esencial
Humberto Sesma Vázquez
Totalmente de acuerdo, es urgente regresar a los esencial de las actividades que son la vida misma, más allá de etiquetas sanitarias. Por fortuna, las reglas de la «nueva normalidad» impuesta por el establishment, no afectará mucho a Oaxaca, porque en Oaxaca no hay industria y el mercado siempre ha estado deprimido por la lacerante pobreza. Quizá, nuevamente, Oaxaca llegue tarde a esa «nueva normalidad», prevista para los países y estados con grandes centros industriales y con poder adquisitivo asegurado.
Me gustan tus reportajes, notas y editoriales. Saludos.
Pilar Trinidad
En ese momento, 8 de agosto del 2021, al igual que todos pensamos que regresaríamos a como todo era antes, pero a un año y medio, y al parecer por más tiempo, eso que se llamó la nueva normalidad poco a poco se ha vuelto una severa realidad de que no volveremos a lo de antes y nunca más volveremos a ser los mismos. En eso que llamas lo esencial, ojalá y no se nos olvide de que lo esencial, cuestión que se olvida en la vorágine de la ciudad, lo esencial es vivir, y en tiempos de pandemia, sobrevivir. Saludos.
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