Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

“Nueva tradición”

En Huaquechula, Puebla, al “muerto nuevo”, es decir, al fallecido luego del Día de Muertos del año previo , las familias le ponen un altar especial en sus casas, uno en forma piramidal forrado de blanco –con plástico o satín, según las posibilidades de cada quien–, no le colocan fruta u otros alimentos –o acaso en proporción mínima–, sino solo elementos rituales, como los cirios y las flores,  y principalmente, la fotografía del finado o la finada, pero no de frente, sino volteada, encontrada ante un espejo para simbolizar al espíritu. La tradición incluye –o incluía, yo fui en 1993– hacer chocolate de agua y tamales para la noche del 31 de octubre y primero de noviembre y mole para la comida de este último día, y tener las puertas abiertas para los demás pobladores e incluso los visitantes y turistas que lleguen. Esta tradición es viejísima y, obviamente, posee un trasfondo prehispánico-colonial documentado.

Los demás altares, los que no son de “muerto nuevo”, resultan similares a los que la mayoría de mexicanos en diferentes estados ponemos cada año, con variantes y elementos peculiares. Lo mismo que sucede, desde luego, con los rituales en general de estas fechas.

En Huautla de Jiménez, Oaxaca, la madrugada del primero de noviembre comienzan a llegar los pobladores con veladoras y flores al camposanto, iluminan las tumbas y se sientan a esperar a sus difuntos niños y difuntas niñas, que son quienes llegan ese día, según la tradición. Cuando fui en 2004, la entrada al panteón todavía era de terracería, había carpas donde expendían alimentos y cerveza, aunque a esa hora sin abrir, solo estaba una mesita con copitas de aguardiente de a peso cada una. 

También en la sierra mazateca, en Santa María Chilchotla, los huehuentones –seres del inframundo– son los personajes especiales de una tradición ya no tan sólida en otras poblaciones de la zona. Recorren el pueblo con su ritual y también asisten al camposanto, donde no permiten que se les tomen fotografías –al menos no lo permitían en ese 2004–, ni a ellos ni a los dolientes en la tumba.

En la ciudad de Oaxaca, los altares son más bien un asunto familiar y del hogar, quienes tengan difunto niño, niña o mayor qué esperar, ponen su altar con mesas y cajas o huacales o elementos que se puedan forrar con papel china de distintos colores, colocan encima frutas y alimentos, como mole, tamales, pan de muerto y chocolate de agua, preparados a propósito para ese día, y también productos relacionados con el difunto o la difunta, como los cigarros que fumaba o la cerveza o el mezcal que tomaba, así como veladoras y flores. Lo demás es esperar y comer lo que se haya preparado, sin tocar lo del altar. Esos días también los familiares asisten al panteón, llevan flores y veladoras y acompañan a sus difuntos en su tumba. Aunque en la ciudad de Oaxaca, esta vez las familias no  pudieron realizar tales visitas porque los panteones estuvieron cerrados.

En el corredor turístico Macedonio Alcalá y otras calles céntricas de la ciudad de Oaxaca, este 2021 hay “nueva tradición”. Los comercios establecidos de todo tipo, de zapaterías a hoteles boutique y restaurantes, colocaron cierto tipo de portadas con flor de cempasúchil y cresta de gallo o adornaron sus fachadas con esqueletos y calaveras más bien de halloween para enganchar al cliente, lo cual armoniza muy bien con unas catrinas grandototas que pusieron ahí los gobernantes estatales o municipales para que propios y extraños se tomaran la selfie.

Cosa que está muy bien, todos tenemos derecho a hacer nuestra luchita para ganarnos nuestro dinerito –más en tiempos pandémicos–, solo que no hay que corromper tanto el Día de Muertos sin decirlo, no se vale, debe aclararse al turismo extranjero y a uno que otro despistado mexicano que eso no es la tradición del primero y dos de noviembre ni en Oaxaca ni en el país, sino anuncios comerciales y show político para vender, en el caso de nuestro estado, el “Oaxaca de moda”.