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Fotografía: Edgar Poe
En este 23 de abril, Día Mundial del Libro, vale preguntarse cuáles son las condiciones actuales de los escritores oaxaqueños: ¿son protagonistas, se lanzan desde un trampolín sin saber dónde van a caer, están al borde del abismo? Va un recorrido de 1987 a 2022 con opiniones contrastantes de entrevistas realizadas por este reportero y publicadas en otros momentos en la sección cultural del periódico El Financiero y el suplemento Cronos de Oaxaca, así como de charlas recientes con varios autores.
Hace 35 años, en Oaxaca había quienes escribían “novelas” de veinte páginas porque en el medio literario local no existían los elementos de juicio ni las bases necesarias, de acuerdo con Julio Ramírez, el creador del taller Cantera Verde. Entre veinte y casi treinta años después, la mayoría de plumas del estado publicaban solo en antologías, como en Cartografía de la literatura oaxaqueña actual (Almadía, 2007), Desde el fondo de la tierra/ Poetas jóvenes de Oaxaca (Praxis, 2012/ y Asamblea de Cantera/ 25 Años (Fondo Editorial Cantera Verde, 2014). Pero en 2021, desde distintos contextos editoriales, los autores oaxaqueños publicaron más de treinta libros de géneros como novela, cuento, ensayo, poesía o crónica, según recuento reciente del escritor Angel Morales.
¿Se acabó definitivamente esa etapa previa a 1987 en la que los escritores ni con formación contaban, cuando se les echaba en el olvido, nadie los promovía y carecían de foros y de acceso a libros, como planteó en 2007 el fundador del mencionado taller?; ¿dejó de ser “incipiente” el “renacimiento” de la creación literaria al que se refirió también en ese año el escritor Leonardo de Jandra?; ¿hoy se vislumbra un “boom” escritural, como optimistamente titularon a ese recuento de Angel Morales en el periódico local Noticias?
En 1987, el nacimiento de Cantera Verde fue “un parteaguas”, en palabras de su gestor, Julio Ramírez. Pero luego de dos décadas de eso, en 2007, el escritor Jorge Pech, autor yucateco con larga residencia en Oaxaca, se refirió a ese taller como “un monopolio”. Pasaron 18 años, y en 2005, surgió la editorial Almadía, propiedad de la Proveedora Escolar, la boyante empresa de la red de papelerías y librerías estatal que hoy maneja la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO) con dinero público y privado, y tan solo dos años después, el poeta istmeño César Rito Salinas calificó a tal casa librera como una farsa, una propuesta para hacer dinero en el sur-sureste del país. Y para este 2022, el editor Alejandro Aparicio Morales afirma que actualmente “los monopolios” editoriales en Oaxaca no se han acabado, que al contrario, “están más fuertes” y al “mando del mercado”, pero que diez o 12 años atrás comenzó a surgir una autogestión de publicaciones independientes que se ha diversificado y está produciendo libros.
¿Conviven el pasado y el presente editorial en el estado, es decir, coexisten los resultados de los encuentros y talleres de los años ochenta que fueron materia prima para lo que está pasando ahorita, como sostiene el escritor Víctor Armando Cruz Chávez, junto a las prácticas de “los monopolios” y el predominio de la promoción de sus publicaciones, y a lado de la peculiar autogestión de las editoriales independientes —Astromelia y Ediciones Libres, de Alejandro Aparicio, o el Colectivo Editorial Pez en el Árbol, o Pandemia Ediciones o La Luz del Barrio, por mencionar algunas— y autores como Rodrigo Islas Brito, quien escribe, edita y a través de las redes sociales comercializa sus propios libros que, además, entrega personalmente, al grado de haber vendido ya mil 325 ejemplares en dos años y medio?
Más aún, ¿ahora sí se cuenta con los requisitos para ser escritor en Oaxaca?, ¿esta vez los oaxaqueños son los protagonistas del auge editorial?, ¿lo literario se ha sobrepuesto a lo extraliterario? o ¿como siempre ha sucedido, la literatura en Oaxaca está a la deriva, aunque hoy lo traten de ocultar, según advierte el también poeta Alejandro Aparicio?
¿Gran fiesta?, ¿al borde del abismo?
En 2007, Julio Ramírez decía que, no obstante que siempre ha habido en la entidad materia prima para la escritura, antes de 1987, en las letras oaxaqueñas existía un rezago enorme, mientras que en ese mismo 2007, Leonardo da Jandra, entonces responsable de la editorial Almadía —y hoy cabeza de la revista, editorial y taller Avispero— , exponía que en Oaxaca se presentaba un renacimiento cultural cuya expresión más genuina era la creación literaria.
Antes de Cantera Verde, explicaba su creador, no podía madurar nada porque no existían las bases ni un punto real de partida ni había elementos de juicio. De ahí que de esa época daten documentos curiosos y muy interesantes, como una novela de veinte páginas. Y añadía que aunque hubo un taller auspiciado por la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO) que estuvo cargo del escritor Sandro Cohen, en nueve años publicó solo a un autor oaxaqueño.
El escritor Leonardo da Jandra exponía en esos primeros años del siglo XXI que aunque existían autores de nivel nacional como César Rito Salinas o Natalia Toledo, en general en Oaxaca no se cumplía con los requisitos para ser un escritor, ya que los literatos andaban en 20 mil chambas y 20 mil grillas, amén de que eran como “caracoles cubiertos de una membrana de sensibilidad que se manifestaba como un orgullo tonto y suicida que a quienes más dañaba era a ellos mismos”.
Quizá a estos últimos criterios se debió que en ese tiempo haya sido rechazada una novela bajo el argumento de que en ella el autor externaba todo su “resentimiento oaxaqueño”. Una obra que, al parecer y quizá lamentablemente, se quedó para siempre en el cajón del olvido o fue destruida.
La perspectiva de Julio Ramírez coincidía con la creación del taller Cantera Verde, que nació bajo el cobijo de Arcelia Yañiz, directora entonces de la Biblioteca Pública Central, y de la revista homónima, así como con el posterior desarrollo del Encuentro Internacional “Hacedores de Palabras”. Un proceso de expansión que, en 2007, Jorge Pech veía como “un monopolio” de 20 años que había sido abatido por una nueva realidad literaria generada por escritores independientes, principalmente en referencia a quienes editaban la revista Luna Zeta, encabezada por Abraham Nahón.
Y la perspectiva de Leonardo da Jandra correspondía con el nacimiento de la editorial Almadía —fue creada en 2005, festejó su 17 aniversario en este 2022 con una sede en España—, que entonces dirigía, pero después dejó. Un proyecto que por ese tiempo el escritor César Rito Salinas señalaba por no dar oportunidad a los jóvenes escritores oaxaqueños.
En 2012, cuando la casa autogestiva oaxaqueña Pharus y la editorial independiente Praxis, con sede en la Ciudad de México y a cargo del guatemalteco Carlos López, lanzaban Desde el fondo de la tierra, el poeta oaxaqueño Jesús Rito García —responsable de aquel sello estatal— expresaba que esta publicación era resultado de una contradicción: el desarrollo de nuevas plumas de la poesía local frente al desinterés de las instancias gubernamentales correspondientes y las editoriales locales para apoyarlas y difundirlas, voces escondidas en un estado con demasiadas carencias que por su juventud difícilmente podían tener mucho trabajo publicado, razón por la cual “las editoriales comerciales no tenían algún interés, pero tampoco criterios para decir cuál era buena o mala literatura, pues sus parámetros estaban basados en las ventas”.
Por esos años, en 2010, el poeta Alejandro Aparicio Morales, quien perteneció al llamado movimiento poscorrientista —el cual iniciaron Andrés S. Victoria, Óscar Tanat, Saúl Díaz Parra, Mahra Ramos, Alfonso Carballo y el mismo Rito García—, también comenzó a pensar en la autogestión, una idea que derivaría en la formación de la editorial Astromelia en 2012, la cual lleva 27 títulos publicados, y Ediciones Libres en 2015, que suma 47 libros editados.
“Primero escribes —expone Aparicio Morales—, luego entras en la locura de leer lo que escribiste por todos lados, llegas al punto en que la gente empieza a reconocer tu trabajo y a preguntar dónde conseguir tus libros. Pero, precisamente, dónde publicar, era una problemática en la que estábamos metidos la mayoría de escritores oaxaqueños, sobre todo porque no teníamos trayectoria ni nadie nos conocía y las editoriales nos cerraban las puertas, nos decían que cuántos libros teníamos ya, si éramos reconocidos. Era un problema, porque nadie empieza siendo conocido en las letras. Y por eso inicié en la autogestión”.
Con proyectos así irrumpió en Oaxaca una etapa de autogestión editorial que, gracias a la tecnología y después a la pandemia de covid, ha generado una situación inédita en el contexto cultural local, lo cual incluye encontrar libros de autores oaxaqueños recién publicados en puntos de venta como Burrito Librería, ubicado en el tianguis de la plazuela del Carmen Alto, en plena zona céntrica de la capital del estado.
Es un nuevo mapa de la literatura oaxaqueña el que se vive hoy, considera el escritor Víctor Armando Cruz Chávez: estamos en una gran fiesta permanente de la palabra, confluyen varias generaciones, tomando mezcal todos, conviviendo, platicando, sintiendo esa fascinación por la poesía, la narrativa, compartiendo opiniones, espectativas, pero también estamos en un gran trampolín y nos estamos votando todos juntos sin saber dónde vamos a caer.
En tal mapa, este autor incluye el quehacer de la FILO, que “ahora sí ha adquirido el título de internacional, y con una editorial”, además. Y también a 1450 Ediciones, de Cuahtémoc Peña y Mario Lugos, “una propuesta desde la sociedad civil que en un contexto muy adverso trata de abrirse camino”.
La perspectiva de Alejandro Aparicio es distinta, piensa que la literatura en Oaxaca siempre ha estado a la deriva, aunque eso lo tratan de ocultar hoy.
“Con la pandemia el sistema colapsó —explica—, incluso las editoriales poderosas del país entraron en crisis. Y fue una burla que cobijadas bajo el lema de independientes se declararan en riesgo de quiebra, pues en realidad desplegaron una estrategia de marketing. Del otro lado, del verdadero mundo editorial independiente, la crisis nunca nos pegó porque todo el tiempo vivimos al borde del abismo”.
¿Boom de talleres?, ¿los mismos grupitos?
En 2018, Cruz Chávez decía que los jóvenes estaban preocupados tratando de entenderse a sí mismos y en proyectar lo que observaban a través de la literatura, pero sentía que esa preocupación y la velocidad no les permitía darse cuenta que las generaciones de los años sesenta, setenta y ochenta abrieron cancha para el posicionamiento de la literatura oaxaqueña. En contraste, la poeta y ahora novelista Clyo Mendoza (Oaxaca, 1993) exponía que en 2010 percibió que la estética de los escritores oaxaqueños estaba arraigada en autores como Jaime Sabines, lo cual no le interesaba, y decidió irse a la Ciudad de México a estudiar Letras.
Añadía esta autora que afortunadamente su generación estaba también ya lejos del malditismo mal comprendido de irse por las drogas y el alcohol, punto sobre el que Cruz Chávez precisaba: comentan que estábamos ocupados en la bohemia y por eso no hicimos nada, pero si no tuvimos redes sociales ni editoriales de prestigio que nos apoyaran, como ahora, eso no quiere decir que no hiciéramos nuestro trabajo.
Según este autor, la materia prima de lo que está sucediendo ahorita en las letras oaxaqueñas son referentes como Andrés Henestrosa y Macario Matus, y autores como Manuel Matus que a finales de los ochenta crearon talleres y encuentros. Angel Morales suma a esto a Cantera Verde, un taller con 35 años que sigue trabajando todos los sábados, y de paso, señala que muchos de los que lo criticaban saltaron al gobierno, municipio o alguna institución para servirse y ver por su beneficio personal.
Para Cruz Chávez, se está visibilizando la literatura oaxaqueña y se vive una “etapa interesante” en la que se encuentra muy presente la parte femenina y se le da valor fundamental a los indígenas. Según Aparicio Morales, aquélla se encuentra fragmentada entre lo institucional que siempre es un asco y los independientes que al final de cuentas terminan siendo familiares de diputados o amigos de los influyentes o siendo parte de la mafia de la gran editorial oaxaqueña que no es oaxaqueña o, peor aún, constituyendo otro grupo de amigos que se adulan entre ellos.
De acuerdo con Angel Morales, empiezan a resaltar varios escritores que, independientemente de la calidad, producen más porque son muchos: esta vez me parece que los oaxaqueños son protagonistas, habrá que darles su lugar. Complementa al respecto Víctor Armando Cruz Chávez: en cuanto a la nueva generación, hay que tener un poco de cuidado porque si bien la cantidad es un indicador positivo, no necesariamente refleja calidad.
Angel Morales sugiere llamar “generación de los talleres” a la que ha publicado más de 30 libros tan solo en 2021, y añade: todas las críticas que se le hagan a los talleres son válidas y casi siempre ciertas, pero por el carácter del oaxaqueño, éstas suelen ser extraliterarias; se deben realizar las críticas desde la función que realizan en un contexto como Oaxaca, y no sólo por enemistades o gustos personales. Cruz Chávez aclara: hay abundancia de jóvenes que están escribiendo y creando editoriales independientes, pero no hay un boom.
Y Alejandro Aparicio concluye: no existe un boom de escritores de talleres en Oaxaca, no hay nada, son los mismos grupitos de siempre.
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