Salvajes vs mafiosos
De pronto se abre el bosque y aparece la visión: en la fauna cultural oaxaqueña hay quienes se sienten “los detectives salvajes”, según novela del chileno Roberto Bolaño, y quienes se sienten “la mafia”, según caracterización del argentino Luis Guillermo Piazza.
Están los loquillos con sus desmanes etílicos y/ o motorolos: se encaraman en las cúpulas de iglesias en la madrugada o realizan viajes intrépidos para seguir la briaga donde caiga, además de que cuestionan la cultura institucional, aunque no boicotean a las figuras cimeras locales o los actos oficiales, como sí hacían los Lima y los Belano.
Están los que se comportan políticamente correctos: exigen respetar los cánones de la letras milenarias y citan a las voces de la Gran Literatura Universal para convalidar una Gran Literatura Oaxaqueña que aún no existe.
Ambos, eso sí, salvajes y mafiosos, agotan las lecturas de toda la historia humana —¿para morir con más conocimiento, como diría el amigo periodista Ramón Martínez de Velasco, o para qué?—, citan ad nauseam desde los clásicos prehispánicos hasta los clásicos de Finlandia.
¿Se reproducen modelitos de comportamiento de los años sesenta y setenta del centro histórico del Distrito Federal en el centro histórico de la ciudad de Oaxaca, no obstante que hay unas diez mil comunidades en 570 municipios en la entidad, y aunque podría hablarse de características comunes, las pequeñas y grandes diferencias entre cada una de ellas permiten una enorme diversidad cultural en el estado?
El reportero da un manotazo frente a sus ojos y la visión se desvanece: “estoy alucinando, ya no voy a tomar tanto nescafé”, piensa.