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Santiago Matatlán, Oaxaca, México, 2021. Foto: Adriana Chávez
*El crecimiento comercial del mezcal ha permitido un despojo cultural a los pueblos originarios debido a que se ha instalado un distorsionado discurso sobre la llamada “cultura del mezcal”, cuando en realidad, la destilación de esta bebida es parte de la dinámica identitaria de las comunidades.
Vidal Pineda / Damián Lagunas
La euforia por la venta del mezcal en Oaxaca es tanta que el número de marcas prolifera igual que los expendios del centro de la ciudad capital y los oaxaqueños, nacidos y crecidos en esta parte de México, ahora desembolsan poco más de 100 pesos por un “caballito” de espadín que hace un lustro costaba 20.
Hasta hace poco, sobre este destilado de agave caía un sinnúmero de prejuicios y estigmas clasistas. Hoy la situación ha cambiado. El sector empresarial, arropado por instituciones gubernamentales enfocadas al turismo y desarrollo económico, ingenian estrategias comerciales para posicionar el consumo del mezcal en el mundo.
En entrevista el gestor cultural Simeón René Calderón González habló desde su natal Tlacolula de Matamoros, Oaxaca, sobre otro de los fenómenos que han llegado con la industrialización del mezcal: la apropiación cultural.
Su testimonio se suma al de mezcaleros, académicos y escritores que fueron entrevistados como parte del reportaje ‘Fiebre de agave, los costos ambientales de la industria del mezcal’, publicado en marzo pasado, quienes han advertido sobre las consecuencias ambientales y los conflictos sociales que el modelo extractivista de la industria genera en los pueblos oaxaqueños, sin que existan esfuerzos concretos para regular la producción y democratizar las ganancias.
Aun así, a la industria del mezcal solo le bastó un par de décadas para consolidar un negocio de millones de dólares que crece a costa de la identidad de las comunidades, forjada por generaciones en por lo menos medio siglo. Tan sólo en el 2021, la industria reportó ingresos de más de ocho mil millones de pesos por la venta de 8.7 millones de litros de mezcal producidos durante ese año en la región mezcalera de Oaxaca.
“Toda industria es devoradora del espíritu y la materia”. La frase es del escritor oaxaqueño Ulises Torrentera que en el 2000 publicaba estas líneas en su libro Mezcalaria, advirtiendo esta apropiación cultural.
Desde el patio de su casa, en Tlacolula, Simeón René, coincide con Torrentera. Para él, más allá de los dólares y de la popularidad que ahora tiene la bebida, la industria “ha convertido la identidad del mezcal en un museo. En un show”, y a los pequeños productores en mano de obra barata de un sistema comercial que tiende a esclavizar su trabajo.
Calderón es promotor indiscutible de las costumbres y tradiciones de su pueblo. Una comunidad de la región de los Valles Centrales a la que se llega después de conducir 45 kilómetros hacia donde aparece el sol. Es reconocida por su riqueza gastronómica, su pan y su legendario mercado dominical, punto de encuentro y comercio entre los pueblos aledaños.
Como en la mayoría de las comunidades vallistas, aquí el mezcal es sagrado y se degusta con fines ceremoniales. Es imprescindible en la vida cotidiana y la ritualidad de las festividades más importantes, como las mayordomías en honor al Señor de Tlacolula o a la Virgen de la Asunción. En las vísperas de las fiestas todo mundo llegaba con garrafas de mezcal, como una forma de agradecimiento y apoyo a los organizadores.
—Ahora, como ya hay muchas envasadoras, la mayoría llega con botellas cerradas y exhibiendo las marcas. Pero cuando vendes un producto no estás vendiendo solamente un líquido, estás vendiendo toda una historia.
En Tlacolula el mezcal se sirve para resaltar la importancia de la hermandad, el servicio y la cooperación; es decir, la verdadera esencia y significado del vocablo zapoteco guelaguetza, distante al espectáculo turístico que las instituciones gubernamentales promocionan como la “máxima fiesta de los oaxaqueños”, cuyo origen se registra en 1932, cuando se realiza el “Homenaje Racial” con el que se festejaron los 400 años de la elevación de Oaxaca al rango de ciudad.
Cuando se habla de las costumbres en Tlacolula la voz de este gestor cultural tiene un gran peso. Simeón René ha sido director de la Casa de la Cultura y se ha encargado de estudiar y valorar las tradiciones.
A él se debe el rescate de la randa de aguja, una técnica de tejido tradicional con una estructura de encaje que había desaparecido con la muerte de las antiguas tejedoras de la zona y que logró redescubrir al deshacer y rehacer una de las viejas blusas de su madre, Teresa de Jesús González Cervantes de Calderón, extinta y reconocida cocinera tradicional. Ahora esa técnica la comparten en el taller que inauguró en su honor.
También es florista. Este oficio que practica desde hace más de 20 años lo lleva a las festividades religiosas más importantes de los pueblos del Valle de Tlacolula y de otras comunidades de las ocho regiones que conforman el estado; el principal destilador de mezcal en México, por encima de Guerrero, Guanajuato, Durango, San Luis Potosí, Zacatecas, Michoacán, Aguascalientes, Morelos y Puebla, entidades que cuentan con la Denominación de Origen Mezcal.
En esos viajes a la Sierra Sur, específicamente en la zona mezcalera de San Carlos Yautepec, donde ha sido invitado para adornar las iglesias, Simeón René ha visto el alto grado de deforestación que existe en las montañas y el empobrecimiento de la tierra a causa de la siembra masiva del agave. También ha detectado que las ganancias generadas por la industria no se comparten y distribuyen con los pequeños mezcaleros.
—He visto a gente con palenques que viven en situaciones muy complejas. Es muy triste ver que la gente que produce el agave y lo destila sigue igual que siempre porque no les pagan lo justo. Eso es una pena porque Oaxaca se esclavizó con el mezcal. Los productores son explotados para beneficiar a otros.
“Con el boom del mezcal hay beneficios para los envasadores, pero no para la gente que lo produce. Es lamentable porque no he visto a mezcaleros que vivan cómodamente”
En estos años el mercado del mezcal mantiene sus puertas abiertas a empresarios, influencers, artistas, chefs, cantantes, libreros, consultores y demás gambusinos de esta Fiebre de agave que impulsan estrategias comerciales que incluyen, entre otras cosas, fiestas y cenas exclusivas; renta de predios para siembra de agave, invasión de zonas arqueológicas y “experiencias” que inician en la ciudad de Oaxaca con un viaje dentro de un barril en el que caben 32 personas, acompañadas por un guía que en un par de minutos resume la historia de la ancestral bebida.
Estos recorridos, en el que se visitan palenques y campos de agave, culminan en la “capital mundial del mezcal”: Santiago Matatlán, poblado del Distrito de Tlacolula donde se destila el 80 % del mezcal estatal, y el 40 % a nivel nacional. En este pueblo se han registrado más de 700 marcas y 200 fábricas, como la industria nombra a los tradicionales palenques.
—¿Es el pueblo quien le da identidad al mezcal o el mezcal al pueblo?— se le pregunta a Simeón René.
Él es contundente en su respuesta y sin pensarlo suelta que “es el pueblo quien le da identidad al mezcal. Es quién le da identidad ceremonial, y todo eso con base a las costumbres y tradiciones”.
En la mayoría de las comunidades oaxaqueñas, explica, la dinámica comunitaria guarda un carácter ceremonial que indica y representa la celebración de un compromiso importante: un casamiento, bautizo o mayordomía, en donde se fortalecen los lazos entre los individuos, las familias. Algunas son parecidas, pero no son iguales. Cada comunidad tiene su forma específica de realizar dichos acuerdos y celebraciones.
En algunos de los pueblos, como el Ayuuk, en la región Mixe de Oaxaca, antes del primer sorbo de mezcal se vierte un chorro a la tierra, como muestra de respeto, y después se degusta y se comparte con amigos y familiares. En la región de la mixteca, los Ñuu Savi hacen lo mismo y antes de beber dicen: “hasta ver la cruz. Jesús mío”. Cosa distinta en la región del Istmo de Tehuantepec donde reina el calor y la cerveza. Pero en Tlacolula, en el cerramiento del compromiso de bodas o en la visita a algún padrino o la veneración de algún santo católico y hasta en la muerte, el mezcal forma parte de la ritualidad.
—Cuando llegas a la casa de alguien para hacer alguna petición, lo primero que haces es acercarte al altar para saludar a la imagen del Santo. Haces tus oraciones y después saludas a los dueños y a quienes habitan en la casa. Hablas de todo y de nada, y más tarde les explicas el motivo de tu visita. Al final, cuando los caseros aceptan el pacto, se bebe un mezcal para consumar el compromiso, y ese mezcal comúnmente se encuentra sobre el mismo altar, como muestra de su relevancia sagrada.
Calderón es imperativo cuando habla de conservar el conocimiento ancestral ceremonial de las comunidades, pues de esta manera se evita el exotismo y la folclorización al que quedan reducidas y que borran las historias que las han dotado de identidad.
Como referencia habla de la indumentaria y las artesanía tradicionales de los pueblos de Oaxaca que han sido apropiadas. El caso de la diseñadora francesa Isabel Marant, en el 2015 acusada de plagio por el pueblo ayuuk de Santa María Tlahuitoltepec, es uno de los ejemplos más claros de este fenómeno.
Hoy la industria del mezcal ha crecido y las especulaciones entorno a las ganancias también, tanto que a finales del 2021, el gobierno del estado, interesado en el posicionamiento de la bebida en el mundo, nombró a Bryan Cranston embajador del mezcal aún cuando la única relación que la estrella de Breaking Bad mantiene con la bebida es la marca Dos hombres, que comercializa en compañía de su colega y ahora socio Aaron Paul, el otro protagonista de la serie televisiva.
Cranston y Paul cuentan en sus redes sociales que para crear la marca recorrieron y visitaron cada uno de los pueblos mezcaleros de Oaxaca hasta llegar a un pequeño palenque del poblado agavero de San Luis del Río, también del Distrito de Tlacolula. Pero durante una visita al poblado, hay quienes afirman que nunca han visto a los actores por esta pequeña comunidad serrana donde la deforestación a causa de la siembra extensiva de agave ha mermado la calidad de la tierra y ocasionado deslaves que se intensifican con el inicio del temporal de lluvias.
Pero ellos no son los únicos, la estrategia de marketing de muchos consorcios que invierten en marcas de mezcal se basa en la folclorización de la imagen del maestro o maestra mezcalera; los paisajes bucólicos de los campos de agave y de los palenques contrasta con lo que los mezcaliers promocionan como la “cultura del mezcal”.
En las comunidades mezcaleras de Oaxaca la producción de la bebida es el resultado de conocimientos transmitidos de generación en generación. Con la producción comercial del mezcal estos conocimientos corren el riesgo de desaparecer».
Por lo anterior, Simeón René regresa a la importancia de capacitar a los productores para que sean ellos los que se encarguen cuidar el prestigio de la bebida y resguardar el conocimiento ancestral que les ha permitido destilar el agave de manera tradicional y a pequeña escala, sin que su esencia se altere por agentes extraños que tratan de homogeneizarla para alcanzar nuevos clientes, sin importar su calidad.
—Dicen que Oaxaca es muy pobre, pero no es cierto, tenemos una gran riqueza que ha sido mal administrada. Más allá de la moda, en Tlacolula de Matamoros y demás pueblos de los Valles de Oaxaca, no importa que no haya nada mientras haya mezcal.
En julio de 2022 la Guelaguetza, la “fiesta étnica más grande”, llega a su 90 edición como espectáculo turístico emblema que, después de dos años de su cancelación por la pandemia del Covid-19, busca reactivar la economía estatal. Con ella también se realizará la 23 edición de La Feria Internacional del Mezcal, suspendida durante el mismo tiempo y por los mismos motivos.
Las autoridades esperan que con la participación de más de 70 marcas de mezcal, degustaciones y cenas privadas, con maestro mezcalero incluido, la reactivación económica por la Feria Internacional del Mezcal alcance los 50 millones de pesos en una semana.
Mientras que la población oaxaqueña desplazada por la gentrificación, abrumada con el turismo y la apropiación de su identidad, espera encontrar un lugar que les permita degustar un buen mezcal sin tener que vaciar sus bolsillos.