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La Guelaguetza 2022 lo tuvo todo: protestas por feminicidios, ostentación, fiestas, limosnas

Fotografía: Rafael Castro

Monetizar es el verbo de las Fiestas de Julio, Mes de la Guelaguetza 2022 en la ciudad de Oaxaca.

Aunque, claro, cada quien monetiza de una manera que recuerda lo registrado por Eduardo Galeano en su libro Patas arriba/ La escuela del mundo al revés cuando nos dice que, allá por los años 1997-1998,  “el precio de una camiseta con la imagen de la princesa Pocahontas, vendida por la casa Disney, equivale al salario de una semana del obrero que ha cosido esa camiseta en Haití, a un ritmo de 375 camisetas por hora” o que “la cadena McDonald’s regala juguetes a sus clientes infantiles” que “se fabrican en Vietnam, donde las obreras trabajan diez horas seguidas, en galpones cerrados a cal y canto, a cambio de ochenta centavos”.

Monetizan en divisas hoteles como el Parador de Alcalá o el restaurante Tizne, Cocina de Raíz, desde cuyas terrazas un turista con camisa índigena de diseñadora de moda mira el cerro San Felipe con un aire que yo engancho con la escena aquella en que, en la novela La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, el general Ignacio Aguirre se compara con el cerro del Ajusco ante el azoro de Rosario.

Monetizan una “derrama económica de 460 millones de pesos que dejan 152 mil turistas”, según “estimación” oficial,  los sectores del gobierno estatal y los hoteleros, restauranteros y demás “prestadores de servicios”, como les llaman.

Monetizan en centavos la anciana y el anciano que recolectan las latas o los envases PET de cerveza y refresco o agua pasando con su bolsa negra para basura frente al gentío apostado durante horas para ver el Desfile de Delegaciones.

Yerbas y volovanes

Qué mejor lugar para conjugar el verbo monetizar en las Fiestas de Julio que ese cuadrángulo de la ostentación, la limosna y el cotorreo en que se convirtió, durante las dos ediciones sabatinas de esos desfiles, el tramo del andador turístico Macedonio Alcalá que va de la confluencia de las calles Abasolo-Manuel Bravo a Murguía-Matamoros.

Después que la saxofonista mixteca María Elena Ríos, sobreviviente a un intento de feminicidio, desplegara durante la primera edición de la Guelaguetza del lunes 25 de julio en la Rotonda de la Azucena una manta con la leyenda “Oaxaca Feminicida”, vamos con toda la pila a cubrir el segundo desfile, el del sábado 30 de julio.  A ver qué pasa.

Para los boletos de preventa y venta —respectivamente vendidos los días 15 de mayo y primero de junio de 2022, a  mil 331 y mil cincuenta y dos pesos, y mil 472  y mil 191 en secciones “A” y  “B”— no alcanzó el ingresó de este reportero independiente, y por eso de que trae a flor de piel el recuerdo, viene a la mente aquella vez que en un suntuoso salón del hotel Presidente de Polanco, en la Ciudad de México, le pregunté a Alberto Cortez que, después de sus días revolucionarios de los años sesenta, de qué le había servido la fama, y se encabronó, respondió, palabras más o menos, que para ganar dinero, para comprarse un Ferrari, claro, si me alcanzara con mi sueldo de reportero, ironizó,  y luego añadió que ya querría yo ser famoso como Laura Esquivel y escribir una novela como ella —lo cual me encabronó a mí, que no leía a esta autora ni borracho.

“Cada quien monetiza lo que puede en el neoliberalismo”, me digo, mientras checo la grabadora del teléfono celular, libreta y pluma.

Empezamos el recorrido por el lado norte de la ciudad, pero primero vamos a una invitación a comer. Atravesamos a pie por Xochimilco, barrio que luce tranquilo hasta la Plazuela de la Cruz de Piedra. Al iniciar la calle García Vigil, los transeúntes incrementan notablemente entre los puestos de antojitos y artesanías oaxaqueñas chinas y las ancianas sentadas en los arriates de las jardineras que monetizan una bolsa de palomitas a diez pesos, mientras que el recién inaugurado Centro Gastronómico de Oaxaca (CGO), ubicado en esa zona, empieza a monetizar “una derrama económica anual de 50 millones de pesos” después de “una inversión de 69.8 millones de pesos”, de acuerdo con datos del gobierno estatal.

Cruzamos la Alameda de León y el Zócalo, donde lo único nuevo es el guamúchil que sembraron en el lugar del laurel de los conciertos, árbol histórico que cayó recientemente. Enfilamos por la calle Bustamante, con su trajín de siempre y el comercio de todos los días, el local que monetiza las donas a 14 pesos  y la anciana sentada en la banqueta que monetiza los ramitos de yerbas medicinales —y de paso la consulta por la ansiedad— a diez pesos cada uno.

Pasamos por el parque San Francisco, lleno y misterioso, como siempre. Doblamos por Armenta y López ya a las carreras porque la cita es sobre Periférico, frente a la Comisión Federal de Electricidad, a las 3 y media .

Mientras esperamos viendo a los oaxaqueños que se desperdigan a los municipios conurbados en los taxis colectivos, pensamos si también entra en la mencionada  “derrama económica” oficial de 460 millones de pesos la monetización de las señoras que venden a 20 pesos los volovanes hawaianos, esos tentempié similares a las empanadas fritas que todo transeúnte oaxaqueño que se respete consume cotidianamente.

Relevamos la caminata por el viaje en automóvil por Periférico, Fiallo, Independencia y Nicolás del Puerto. Entramos a la marisquería que monetiza en grande en estos días, como a cien pesos las cubas y a 60 las cervezas y los refrescos.

La chica de blusa y minifalda de cuero color negro en la voz y los dos chavales en los teclados y el güiro que monetizan ahí, tocan tandas de la Sonora Dinamita, La cumbia del mole— de Lila Downs—, cantan Las mañanitas a cada rato y mandan saludos para la gente de la Ciudad de México, Monterrey, Chiapas, Edomex, que “nos visita”.  El colega toma cinco chelas al hilo, mientras que yo solo aguanto tres pepsis —ya no soy ni el 15 por ciento de lo que era antes, diría Bukowski—, más un menú diverso.

Ostentación y limosna

A las 6 de la tarde estamos plantados frente al sitio donde el sábado anterior un señor organizó la cooperacha para dos ancianas triquis que pasaron hacia el Zócalo, y le entraron con divisas los comensales de las terrazas y con pesos los turistas de a pie y los oaxaqueños apostados en las banquetas que llevaban horas esperando ahí el primer Desfile de Delegaciones, el del sábado 23 de julio.

(La escena generó sentimientos encontrados: el volver a creer en la humanidad de los espíritus conservadores y la indignación de los espíritus progres; personalmente, nos recordó al Juan Pablo Castel de El túnel, la novela de Ernesto Sabato, cuando se dice a sí mismo: “Cualquiera sabe que no se resuelve el problema de un mendigo (de un mendigo auténtico) con un peso o un pedazo de pan: solamente se resuelve el problema psicológico del señor que compra así, por casi nada, su tranquilidad espiritual y su título de generoso”; las ancianas, por su parte, se fueron rayadas).

Donde estoy apostado, delante de mí hay oaxaqueños que parecen ser oriundos de todas las regiones del estado, gritan “viva el Istmo, viva Juxtlahuaca, viva Ejutla, viva Oaxaca”; y a un lado, cuatro o cinco jóvenes que en un momento dado gritan “somos chilangos”.

Abajo, en la banqueta, circula la cerveza en todas sus modalidades: modelos y XX de lata y pico de oro o huevitos de toro en botella de vidrio; arriba, en la terraza del Parador de Alcalá,  los cocteles en vasos de vidrio y el mezcal ancestral o artesanal en copitas de veladora. El contraste de los consumidores es evidente: en lo alto, huipiles indígenas de diseñadora de moda, caras que parece acarician el viento y el sol,  mientras respiran profundo y panean el cielo azul y las nubes blanquísimas; a ras de suelo, banda de todo tipo que se organiza al más puro estilo estadio futbolero: pasan las parejas y les gritan “beso, beso, beso”, a las chavas les chiflan como antes los albañiles, “fiu, fiu”, y a los policías puras mentadas.

De repente, se apersonan un tuxtepecano —así  lo informó— con su hijo, llevan la mitad de un torito de cartón color negro, se plantan a medio andador turístico y el menor como de ocho años, luego de cruzar palabras al oído con quien se ve es su padre, empieza un discurso de varios minutos. Después, ambos monetizan esta guelaguetza oradora: por aquí y allá les dan monedas, desde la terraza del Parador de Alcalá un señor obeso de guayabera amarilla abre su cartera, saca un billete, lo hace bolita y lo avienta, cae a media calle, el niño corre y lo levanta.

La televisión oficial oaxaqueña, CORTV,  instaló una cámara con grúa en la esquina de Matamoros y Alcalá y cada determinado tiempo, el staff panea y pide a la gente que aplauda como en los programas televisivos de la farándula. Hay intentos de olas, el “Cielito lindo” suena de vez en vez, las porras también, solo falta La Chiquitibum.

Los vendedores de papas y chicharrines, cigarros y chicles monetizan en pesos. Los que gritaron “somos chilangos” ingieren cerveza y aumentan su furor, empiezan a interactuar con algunas jóvenes oaxaqueñas. Una de ellas trae pinole y le da a uno: “yo te doy pinole”, le dice uno a otro, la chica oye y piensa que fue a ella, el chavo se da cuenta e inmediatamente le aclara: “a él, a él le doy pinole”.

En la acera de enfrente una mamá tehuana está sentada en una silla en la que se nota lleva las horas, la acompañan una veinteañera con vestido amarrillo y otra mujer.  De mi lado, a unos metros, resalta una chica que después se tomará la foto con varios jóvenes de las delegaciones: a uno de la Mixteca le dará un beso en la mejilla cuando el público se lo pide.

A las 7 y 20 minutos de la tarde-noche entra al andador turístico la vanguardia del desfile: al frente, las patrulas con sus sirenas, atrás los toritos y la delegación de Tuxtepec y en seguida la comitiva del gobernador Alejandro Murat,  quien, después sabríamos por redes sociales, fue interceptado para tomarse la foto por una mujer vestida de tehuana que engañó al personal de logística y seguridad y mostró de improviso una cartulina con la leyenda “666 Feminicidios”.

La chica vestida de amarillo baila con los de la Mixteca. Los nuevos tiempos de las Guelaguetza todavía no incluyen perreo, pero por momentos parece que esto se acerca.  Los chilangos quieren ir al baño, comentan que en la farmacia aledaña monetizan la entrada al sanitario a cien pesos:  “mejor préstame una botella”, dice uno. También piden guelaguetza, y al querer atrapar lo que lanzan las mujeres de la Costa, uno tira su lata cerveza, que se riega en el piso, pero al mirar abajo descubre un chile de agua tirado: “¡un chile de agua!”, exclama, otro se lo quita y se lo pone en la bragueta. Todos ríen.

“Échenle chinas, vuelta, vuelta, vuelta”, vocifera uno, “Grita perro… viva Oaxaca”, exclama otro. Un oaxaqueño colocado al límite del cordón de seguridad le pide al chilango su copa de carrizo: consigue que le sirvan mezcal,  lo pasa, este lo toma como shot. El trámite se repetirá varias veces más.

El desfile finaliza a las 8 y 20 minutos de la noche con la delegación de Putla Villa de Guerrero y los tiliches, que son la sensación. Todo el mundo se moviliza. Nosotros vamos a contracorriente sobre el corredor turístico. Frente al atrio de Santo Domingo, los vendedores ambulantes monetizan los pantalones artesanales a 180 pesos.

“No te pusiste el pantalón, amiga”, le dice un chamaco vendedor a una turista extranjera que le compró uno. “Póntelo”, le grita cuando la chica ya ha avanzado unos pasos; “caliente”, le revira ella, mientras se burla de él con su amiga.

Más adelante, frente a los framboyanes, un grupo que porta una playera con la leyenda “No me esperes, voy a ensayar”, monetiza con extranjeros a los que les enseñan a bailar las coreografías de la Guelaguetza, y luego, frente a la Plazuela del Carmen, un grupo de músicos  jóvenes con aire de roqueros tocan una “cumbia de mi región”, que monetizan en la funda de una guitarra colocada sobre la cantera, mientras varias parejas bailan.

Más allá, en la soledad de las calles nocturnas del lado norte, una pareja de adolescentes —chaval y chavala— que no alcanzó camión de pasajeros carga la cabeza de un mono de calenda mientras camina por toda la calzada Porfirio Díaz.

Del lado contrario, en el sur, en la calle Bustamante, integrantes de las delegaciones que acaban de desfilar comen sentados en las banquetas clayudas y hamburguesas que monetizan los puestos callejeros, mientras algunos oaxaqueños que los fueron a ver hacen una fila enorme para tomar el autobús Halcón que los llevará a los municipios conurbados.

Colofón

Monetizar es verbo de la Guelaguetza 2022. Y muchos oaxaqueños están para ayudar a monetizar a los que monetizan en grande.

El colofón es el cierre de la segunda edición de la “Máxima Fiesta de los Oaxaqueños”, que los oaxaqueños solo vemos por CORTV. En la transmisión, uno de los conductores apunta que así como el “homenaje racial” de 1932 reactivó la economía de Oaxaca tras el terremoto de 1931, así la Guelaguetza 2022 la reactivará después de la pandemia —una hipótesis que enorgullecería a Milton Friedman, padre de la Escuela Monetarista o de Chicago—. Luego agradece a “las empresas aliadas” y anuncia el comercial de ellas al estilo de los comentaristas futboleros de TV Azteca.

El de la Guelaguetza 2022 es un cierre que me recuerda para qué sirve la fama —aquella pregunta que alguna vez le hice a Alberto Cortez y se encabronó—, pero también me confirma que la mujeres son las que hoy encabezan la protesta social en Oaxaca, México y el mundo.

Mientras la actriz mixteca Yalitza Aparicio acompaña al gobernador Alejandro Murat adentro de la Rotonda de la Azucena como “invitada especial”, afuera, otra mixteca, María Elena Ríos, quien no es bienvenida a la fiesta, lo espera con una pancarta que reza: “Oaxaca Feminicida”.

1 Comentario

  • Alejandro Rivera Cirilo
    Posted 3 de agosto de 2022 at 18:53

    …con Guelaguetza o sin Guelaguetza…el que no monetiza no come. Desde Alberto Cortez hasta los que tocan sus canciones en un urbano, todos monetizan. De Yalitza Aparicio a Lila Down, de las Chinas oaxaqueñas al Grupo Maná, todos monetizan. De la que te vende una tlayuda y 5 memelas hasta la que te ofrece un tejate, todos monetizan. De la corregidora de Querétaro a María Elena la saxofonista, todos monetizan. Desgraciadamente el trabajo es un producto y se taza en billetes y centavos. Que en Oaxaca haya una fiesta colectiva llamada Guelaguetza y que tenga todos los defectos de inscribirse en una sociedad injusta y dispareja, no deja de ser un momento, solo un momento en que se notan muchas desigualdades pero es una fiesta viva y aceptada por muchos más oaxaqueños que quienes desde dentro o desde fuera la denigran…

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