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La masacre de Xochicalco

En mayo de 1962, Rubén Jaramillo Ménez y Epifania Zúñiga García esperaban el nacimiento del primer hijo de ambos. Rubén tenía 60 años, quizá algunos más, pues ignoraba la fecha exacta de su nacimiento. Epifania, a sus 45 años de edad, ya había tenido cuatro hijos de otro matrimonio: Ricardo, Enrique, Filemón y Raquel.

Los Jaramillo vivían en Tlalquitenango, Morelos. El padre adoptivo de los cuatro hijos de Epifania (más el que pensaban nacería pronto) se había retirado de una larga lucha armada. Viejo combatiente de la revolución, se inició militando con los zapatistas en la campaña contra Victoriano Huerta. Después se había enfrentado con las fuerzas de Venustiano Carranza, y más tarde con los grupos armados de gobernadores y caciques en Morelos, donde vivía desde niño.

En 1962 Jaramillo estaba escribiendo su autobiografía, que no llegó a concluir. La intentó terminar por él un periodista combativo, Froylán C. Manjarrez, sin conseguirlo, porque a su vez murió prematuramente, a escasos 30 años de su edad. Esos testimonios inconclusos —Autobiografía y Matanza en Xochicalco— los publicó en un solo volumen la editorial Nuestro Tiempo en cuatro ediciones sucesivas: la primera, en 1967; la última, en 1981.

Rubén Jaramillo intentó una y otra vez hacer realidad el plan zapatista de dotar con tierras (luego con créditos y maquinaria), a campesinos morelenses para que dejaran de vivir en la situación de miseria que los agobiaba desde antes de la revolución de 1910.

Jaramillo vio sucederse a los hombres en la presidencia de la República sin que nada cambiase en el estado de Morelos: tras los asesinatos de los atroces Carranza y Álvaro Obregón, el no menos mortífero Plutarco Elías Calles omitió, por medio de sus presidentes Emilio Portes Gil y Pascual Ortiz Rubio, cumplir las promesas de reparto agrario y apoyo a los campesinos.

Todo ese tiempo, cerca de 15 años, Jaramillo se mantuvo en pie de guerra contra caciques que buscaban asesinarlo mediante tropas militares o gavillas de sicarios. Con la amenaza pendiendo sobre él y sus seguidores, el jefe guerrillero aprendió a convertirse en un líder social. Intercedía por los campesinos cultivadores de arroz y caña de azúcar para que obtuviesen pagos justos por sus cosechas, maquinaria para procesarlas, factorías para llegar a ser productores integrales.

Con Lázaro Cárdenas como presidente de la república, en 1934, Rubén Jaramillo recibió al fin el apoyo oficial que buscaba para sus iniciativas. Cárdenas protegió los proyectos de Jaramillo, en especial el de producción de azúcar mediante ingenios que pertenecían a cooperativas supervisadas por el Estado.

Aun con el apoyo del presidente Cárdenas, Jaramillo no dejó de tener problemas con los supervisores estatales, los gerentes: burócratas empecinados en expoliar a los obreros del ingenio y a los campesinos cultivadores de caña. El que más problemas ocasionó fue el oaxaqueño Guillermo Maqueo Castellanos, cuya familia prosperó bajo la dictadura de Porfirio Díaz y sirvió al usurpador Victoriano Huerta.

Cuando Cárdenas estaba por terminar su mandato, pidió a Rubén Jaramillo apoyar la candidatura de Manuel Ávila Camacho a la presidencia. El cañero aceptó a regañadientes las instancias de Cárdenas, desconfiando de aquel general cuyo hermano Maximino era famoso por su corrupción.

Ávila Camacho, ya presidente, ofreció a Jaramillo mantener el apoyo que le diera su antecesor. Sin embargo, en Morelos el líder campesino se enfrentó a la soberbia del gobernador Elpidio Perdomo, con quien tuvo tantos choques que el mandatario ordenó al sicario Teodomiro “El Polilla” Ortiz perseguir y matar al dirigente cañero.

Jaramillo se ocultó de nuevo en los poblados donde tenía partidarios, a esperar el cambio de gobernador. Sin embargo, el sucesor de Perdomo, su secretario Jesús Castillo López, continuó persiguiendo al activista durante 1943.

Lázaro Cárdenas, entonces secretario de la Defensa Nacional, expidió un salvoconducto para que las fuerzas militares y policiales de todo el país respetaran la vida de Rubén Jaramillo. Castillo López, al recibir la salvaguarda, alardeó: —Aquí mando yo, no Cárdenas. Soy el gobernador del estado y nadie podrá estorbar que yo mate a Rubén Jaramillo.

El resto del año 1943 Jaramillo se enfrentó a los sicarios de Castillo en diferentes poblaciones. En ese año se le unió la joven Epifania García Zúñiga, quien lo acompañaría el resto de su vida, peleando contra los enemigos de Rubén.

En junio de 1944 el líder campesino se entrevistó en la Ciudad de México con el presidente Ávila Camacho. El general le ofreció un puesto en el entonces territorio federal de Baja California. El guerrillero rechazó ese disimulado destierro. El mandatario le ofreció luego un puesto de administrador en un mercado, el cual Jaramillo tardó en ocupar porque el jefe del Departamento Central, Javier Rojo Gómez, le dio muchas largas. Al fin, un funcionario presidencial instaló al dirigente en el mercado “2 de Abril”.

Jaramillo trabajó en el mercado hasta que el gobernador Castillo López lo hizo arrestar. Enviado a Morelos, el líder agrario estuvo preso en Cuernavaca. En julio de 1945 fue puesto en libertad por gestiones de varios simpatizantes suyos, incluyendo al presidente del Tribunal Superior de Justicia y al procurador de Justicia del estado.

De vuelta en el “2 de Abril”, Jaramillo fue solicitado por sus seguidores para ser candidato del Partido Agrario-Obrero Morelense a la gubernatura de Morelos. El caudillo agrarista logró atraer a miles de campesinos y obreros a su campaña, pero en las votaciones fue impuesto el candidato oficial, Ernesto Escobar Muñoz.

Sin descorazonarse, Jaramillo trabajó para consolidar al PAOM. Eso determinó a sus enemigos a buscar un pretexto para culparlo de algún delito y justificar el exterminio del líder popular junto con sus seguidores. Aprovecharon un mitin del líder en el pueblo de Panchimalco, el 27 de agosto de 1946.

Jaramillo llegó a ese lugar para dar un gran discurso, en el que dijo: “Creo que los campesinos y los obreros debemos enseñarnos para qué es la política y nuestra intervención en ella. Quiero que piensen que la política que practican los políticos del gobierno consiste en pago de dinero, bebidas embriagantes, tacos de barbacoa, viajes en camiones y cigarros, para que griten en favor del candidato que proporciona esas dádivas, las cuales al llegar ese candidato al poder cobra caro todo lo que dio y el pueblo no tiene más que soportar esa pesadilla”. Como hasta la fecha sucede.

Mientras Jaramillo arengaba en la escuela del pueblo a 300 personas, un tropel de la defensa rural federal irrumpió disparando sus fusiles. En la balacera que siguió, Maximino Casales, Epifania Zúñiga y Rubén Jaramillo derribaron a balazos a tres reservistas, incluido el comandante de la agresión, Serafín Dorantes. Los asaltantes huyeron.

Tras de ese tiroteo, Jaramillo y su gente emprendieron otra campaña guerrillera en Morelos. Algunos años les tomó alcanzar una tregua. Para 1952, el líder agrario intentó de nuevo ganar las elecciones para gobernador de Morelos, como candidato de la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano. Tampoco esta vez alcanzó la gubernatura el opositor.

Pasó el agrarista algunos años tranquilo hasta que en 1957 proclamó el Plan de Cerro Prieto, exigiendo una nueva repartición de tierras, la expropiación de la industria básica, el desarrollo de la industria pesada y la expropiación de las fábricas. En este movimiento se le unió el Partido Comunista Mexicano.

De nuevo, el gobierno estatal persiguió y trató de exterminar a Jaramillo, hasta que Adolfo López Mateos ascendió a la presidencia de la república y amnistió al guerrillero en 1959.

Sin importarles el perdón presidencial, diferentes caciques de Morelos se unieron para eliminar a su principal enemigo. Ante los numerosos atentados en su contra, Rubén Jaramillo dio a conocer un manifiesto en el que denunciaba el acoso y anunciaba otro plan de lucha. Al parecer, ese plan —conocido como El último manifiesto de Rubén Jaramillo— determinó a López Mateos para ordenar la ejecución del líder agrario.

El 23 de mayo 1962, en Tlalquitenango, mientras Rubén y su esposa aserraban una viga, cuatro pelotones de soldados al mando del sargento Manuel Justo Díaz, elementos de la Policía Judicial Federal y pistoleros no identificados asaltaron su vivienda, en el número 10 de la calle de Mina.

Hacia las tres de la tarde, la tropa de asalto halló a toda la familia Jaramillo Zúñiga reunida: Rubén, su esposa Epifania, sus hijos Ricardo, Enrique, Filemón y Raquel, además de Rosa García Montesinos, madre de Epifania, y María de Jesús Sánchez Palma, esposa de Filemón.

Rubén Jaramillo fue rodeado. Los soldados le apuntaron con sus rifles. Raquel, la única hija del líder, corrió a interponerse ante los fusiles, abrazando a su padre.

El joven Filemón intentó frenar el ataque mostrando la amnistía que firmara el presidente López Mateos. Un individuo vestido de civil le arrebató los documentos para decirle: —No compliques más las cosas. A Rubén Jaramillo nos lo vamos a llevar para que hable con el general y estará de regreso en Tlaquiltenango en una media hora, a más tardar.

Raquel Jaramillo acudió al presidente municipal, Inocente Torres. Le exigió frenar a los armados, pero un grupo de ellos exhibió papeles. Torres, después de mirarlos, dijo: —Nada se puede hacer. Llevan orden de la Procuraduría General de la República para aprehender a Rubén Jaramillo.

Mientras Raquel y Torres alegaban con los portadores de la orden, Rubén, Epifania, Ricardo, Enrique y Filemón fueron subidos a golpes a dos automóviles sin insignias. Cuando la hija del líder volvió a su casa, los vecinos le dijeron cómo se llevaron a sus familiares. Nadie volvió a ver con vida a los Jaramillo Zúñiga.

Wikipedia, de los pocos sitios electrónicos con detalles sobre este crimen de Estado, informa que Raquel Jaramillo denunció al capitán del ejército José Martínez y al delator Heriberto “El Pintor” Espinoza como los principales ejecutores de su familia. Ambos, dijo la joven, actuaron por órdenes del general Pascual Cornejo Brun, jefe de la 24ª Zona Militar C. Wikipedia añade que el historiador y biógrafo de Rubén Jaramillo, Raúl Macín, afirma que el nombre completo del capitán secuestrador era José Martínez Sánchez.

El nombre en clave para ese asesinato múltiple fue “Operativo Xochicalco”. Cuando se conoció la masacre, diversos medios informativos, como la revista Política y la agencia informativa Prensa Latina, señalaron que el presidente López Mateos ordenó ese el crimen.

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos confirma: “… gracias a los estudios académicos y al periodismo de investigación que practica en la revista Contralínea el comunicador Zósimo Camacho, está establecido que la ‘Operación Xochicalco’ fue ejecutada por el Ejército Mexicano por órdenes del presidente Adolfo López Mateos”. https://www.cndh.org.mx/noticia/asesinato-de-ruben-jaramillo-militar-politico-revolucionario-y-guerrillero-mexicano-de

Ese 23 de mayo, hacia las cinco de la tarde, en las inmediaciones de la zona arqueológica de Xochicalco, Severiano Analco Tezoquipa y dos de sus diez hijos, Andrés y Rodrigo Analco Ramírez, conducían algunas reses al corralito de su propiedad cuando se toparon con tres jeeps militares. Los hijos se ocultaron, el padre se quedó mirando. https://contralinea.com.mx/ocho-columnas/militares-autores-de-la-masacre-de-ruben-jaramillo-en-1962-testigos/

Una veintena de soldados con rifles rodeó a Severiano. Le gritó uno de los uniformados: —¡Qué haces aquí, pinche indio pendejo! ¡Órale, lárgate y no regreses; ni te asomes porque te carga la chingada!

Antes de huir, Severiano vio que los soldados empujaban a unas personas que parecían gente de campo. Después, el testigo y sus hijos corrieron hacia su jacal. Al bajar una loma escucharon disparos. Cuando estaban a punto de entrar a su casa, sonaron más descargas. Poco después, hubo ruido de motores alejándose. Severiano, además de criar sus reses, trabajaba como vigilante en la zona arqueológica de Xochicalco, entonces poco visitada.

Lentamente, el padre y sus dos hijos retornaron al sitio donde vieron los jeeps. Sobre una loma descubrieron los vehículos a la distancia, retirándose a toda velocidad. Llegando al llano hallaron los tres hombres, con espanto, cuatro cuerpos tendidos: una mujer, tres hombres jóvenes. En el suelo, un rastro de sangre indicaba que los habían arrastrado hasta el punto donde yacían.

En una barranca, a diez metros de distancia, yacía el cuerpo de un hombre mayor. Los campesinos no podían saberlo, pero a Rubén le habían dado nueve balazos: siete en el cuerpo, dos en la cabeza, todos de calibre .45A, de uso exclusivo del ejército mexicano. Severiano, con sus hijos, regresó a donde estaban la mujer y los jóvenes baleados. Se preguntaban qué hacer con los cuerpos cuando casi los arrolló una camioneta violentamente salida de algún recoveco.

Zósimo Camacho, reportero de Contralínea, entrevistó a los sobrevivientes de la familia Analco Ramírez. Descubrió que Severiano y sus hijos Andrés y Rodrigo fueron obligados por el Ministerio Público y los policías judiciales llegados de Tetecala a levantar los cuerpos de Jaramillo y su familia para subirlos a una camioneta.

Enseguida, Severiano y Andrés fueron a su vez subidos a la camioneta. Se los llevaron junto con los cinco cadáveres. Rodrigo pudo librarse porque suplicó que lo dejasen ir a su casa para ayudar a su mujer, quien estaba en labor de parto.

Los dos testigos quedaron detenidos e incomunicados en la Policía Judicial del estado. Los obligaron a dar testimonio a agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la policía secreta. Cuando los soltaron, padre e hijo fueron amenazados: si contaban lo que supieron, los asesinarían o los culparían de participación en la matanza.

El reportaje de Contralínea afirma que su reconstrucción de los hechos, basada en entrevistas con integrantes de la familia Analco Ramírez, “coincide con lo registrado por los espías de la DFS, información que se encuentra ahora en la Galería 1 del Archivo General de la Nación, área bajo custodia del Centro de Investigación y Seguridad Nacional”.

El reportaje añade que las tarjetas de los agentes de la DFS, fechadas un día después de la matanza, refieren: “Severiano Analco, vigilante de las ruinas de Xochicalco, observó ayer como a las 18:00 horas la llegada de dos carros negros y un jeep a ese lugar y que cuando se dirigió a los visitantes para ver qué se les ofrecía, un elemento en mangas de camisa lo encañonó con una ametralladora ordenándole que se retirara del sitio”.

Durante sesenta años, la familia Analco se abstuvo de revelar lo que sus hombres sabían. “Algunos de los sobrevivientes no lo comentaron siquiera con sus esposas e hijos. Y actualmente no todos están dispuestos a platicar sobre esos hechos”, escribe Zósimo Camacho.

Heriberto “El Pintor” Espinoza, señalado por Raquel Jaramillo como el delator que entregó a la familia masacrada, apareció muerto en septiembre de 1962, en Guerrero. Del capitán José Martínez no se volvió a saber más.

El llano terregoso donde quedaron tirados Epifania Zúñiga y sus tres hijos fue empedrado para volverlo estacionamiento de la zona arqueológica de Xochicalco.

Al filo de la barranca donde los ejecutores tiraron el cuerpo del dirigente agrario, bajo la sombra de huizaches y parotas, una columna ostenta una placa que dice: “Los campesinos y el pueblo de Morelos, en homenaje a los luchadores sociales Rubén Jaramillo Ménez, Epifania Zúñiga García y sus hijos Enrique, Filemón y Ricardo, asesinados en este lugar el 23 de mayo de 1962”. El hijo nonato de ambos agraristas, también asesinado, no pudo nunca recibir un nombre. Tampoco sus asesinos recibieron condena alguna.