Se puede decir que el artista visual Hugo Velez (Ciudad de México, 1965, con la aclaración de que, dice, “los oaxaqueños nacemos donde se nos hincha la gana”) ya es “cliente” de este reportero y que antes que entrevistas, los encuentros con él siempre se convierten en amenas pláticas donde sale de todo. Básicamente porque habla sin tapujos, directo, sin eufemismos, y proporciona una radiografía sobre el arte en Oaxaca con conocimiento de causa porque lleva viviendo aquí 32 años. Por ahí va está charla.
Hugo Velez se ha mudado de vivienda-taller. Pasó de la calle Ajusco a la calle Nudo Mixteco, en la misma colonia Volcanes, ubicada al norte de la ciudad de Oaxaca, zona donde lleva 25 años, diez de ellos en el pueblo San Felipe del Agua, cuando había pocas “casotas y se vivía muy bien, aislados”. Ha residido entre un entorno tradicional mezclado con viviendas de clase pudiente y otro popular, ha visto el tránsito de una capital oaxaqueña a otra que parece achilangarse con sus unidades habitacionales similares a hoteles de paso y edificios de varios pisos.
—¿Cómo te está yendo a tus 57 años?
—Primero, la pandemia me pegó durísimo, al grado que decidí no producir pintura y darle más caña a los dibujos, los cuales se venden mejor, sobre todo si los pones a un precio accesible: los estuve vendiendo a precios de grabado. Después, me contactó un viejo amigo, me dijo que había visto una escultura mía —yo no les llamo esculturas, sino piezas de bronce, porque no soy escultor—, y me hizo un pedido muy grande. Quería a Apolo y las siete musas del arte. Eso me obligó a ponerme a estudiar, fue una labor de investigación muy bonita, pero también me recordó que no tenía las condiciones necesarias para trabajar piezas de cincuenta centímetros de alto. Y encontré este sitio. Es una casa muy del Oaxaca de antes, el dueño vive abajo, hay un patio súper oaxaqueño, con árboles frutales, nísperos, lima-limón, guayaba. Aquí, las piezas de bronce me llevaron seis meses de trabajo, luego me puse a pintar.
—De nuevo…
—Empecé a trabajar este tipo de cuadros —señala los que están colgados en la pared, donde hay afroaxaqueños en balcones—, vino una buena amiga y me dijo: “ah, claro, estás pintando lo que tienes aquí, un balcón y lo que se ve para allá”. Y pensé: ahí está el tema, en los balcones siempre pasa algo, un balcón es muy interesante porque conjunta varios puntos de vista. En estas piezas, tú eres parte de la escena, estás atrás o en otro balcón viendo de lejos o abajo viendo hacia arriba.
Hugo Velez está preparando su exposición individual número veinte, que en más de treinta años de pintar no son tantas, aclara, porque mis colegas que más venden tienen cuarenta o cincuenta —que en no pocas ocasiones, se las organizan, hay que decirlo—, y estoy muy contento porque voy a exponer obras de las cuatro disciplinas que sé hacer: pintura, dibujo, grabado y modelado, que en mi caso sería la palabra correcta, y no escultura. Hay la posibilidad de montarla en tres sitios de la Ciudad de México: la Fundación Sebastián, en la colonia San Pedro de los Pinos, en la galería de Ignacio Aldama, en las Lomas de Chapultepec, o en la galería Acapulco 66 de Santa María la Rivera.
—¿Ya pasó el momento difícil generado por la pandemia?
—Por la pandemia la gente dejó de comprar, pero juntó su lanita y eso empezó a activar el mercado. Aunque también sucedió, y esto lo he platicado con varios colegas, que muchos artistas bajaron bastante sus precios.
—¿Cuál es el precio promedio de un cuadro en Oaxaca?
La cotización parte del metro cuadrado. Hay quien vende a 40 mil pesos, pero otros a 150 mil. Hay que tomar en cuenta que estos últimos seis meses, los precios de los materiales se duplicaron y que el pintor no puede subir el de sus piezas nada más porque cuestan más los óleos, por ejemplo. No funciona así. La obra se cotiza de acuerdo con los méritos, las exposiciones, el mercado. Hay quienes tienen lista de espera para que les compren su obra, en algunos casos, esto ocurre porque su trabajo se ha vuelto cada vez más amable, se ha suavizado. En lo particular, no vendo muy caro.
—Pero además, el precio de venta de un cuadro no es lo que el pintor gana, ¿no?
—El que vende se lleva 40 por ciento.
Regresa Hugo Velez a su itinerario tras los peores días de la pandemia. Platica que Nancy Mayagoitia convocó a un homenaje a Rufino Tamayo hace como un año: el espíritu era conmemorar el treinta aniversario luctuoso de la muerte del artista. Por lo mismo, la idea era que fuéramos treinta pintores que tuvimos que ver con Tamayo de algún modo, casi todos a través del taller de artes plásticas que lleva su nombre. No se juntaron los treinta porque muchos ya murieron y otros no quisieron participar porque el bastidor cuesta 20 mil pesos —“luego se arrepintieron, pero les dijeron que ya no”.
—Pero sí rotaron algunos, tú repetiste, ¿no?
—Ah, sí, yo tuve esta situación: me habla Nancy y me dice, “felicidades, ya se vendió tu cuadro, tengo 15 mil pesos de anticipo, y ya vete pintando el otro”. Eso estaba estipulado, si se vendía uno, no se podía entregar hasta que hubiera otro que lo sustituyera para que se mantuvieran las treinta sandías en los bastidores y los treinta pintores. Pero a los 15 días, me habla Nancy y me dice que se echó para atrás el cliente. Yo ya tenía el otro cuadro hecho, y Eddie Martínez vendió el suyo a una persona que no era de aquí y urgía sacarlo, y como estaba el mío, pues se puso: yo estuve con dos sandías y Eddie sin exponer, después llevó otro y en las últimas semanas había no 30, sino 31 cuadros. No creas, mi trabajo no se vende tanto…
—¿Por qué?, si has manifestado que, de los 4 mil 44 pintores que hay en Oaxaca, tú eres uno de los 44 que realmente lo son.
—El mercado de la pintura en Oaxaca es muy específico, tiene unas reglas muy locales que no funcionan en todos los mercados. No sé si alguien creó el mecanismo o si solo se fue dando, pero aquí hay la posibilidad de que un tercero convierta al pintor oaxaqueño en objeto de consumo. Yo estoy seguro que ellos por sí mismos no hubieran podido llegar a donde están ahorita. ¿Conoces el taller de Rolando Rojas? Le dicen el Liverpool de Rolando Rojas, un edificio de cuatro pisos, con ocho chalanes, con abundante producción de cuadros al mes. ¿Qué aparato mercadotécnico o mercadológico existe atrás? Y no nada más es él. Está Saul Castro, Israel y no se diga Amador Montes, que es el fenómeno del gobierno actual. El gobierno no hace concurso, nada más va con Amador y le compra a él para regalarle al gringo, a la ONU, al francés, no sé, ¿cuadros de 800 mil, un millón y medio de pesos? Fácil, fácil. Entonces, eso dista mucho de la calidad del trabajo.
—Tantos cuadros en un mes, ¿cómo le hacen?
—Bueno, si tienes a cinco personas fondeando, ya tienes cinco cuadros al mismo tiempo, y si les haces el dibujo y les dices pones aquí verde, aquí azul, aquí café, y pasas y les vas indicando, y la parte de la mano y el ojo la haces tú, pues ya sabes. Así le hacían Leonardo da Vinci y Miguel Ángel, por eso hay tanta obra de estos grandes artistas.
—O sea, ¿tener chalanes no está mal, es normal?
—Es normal, lo que está mal es enseñarlos a que pinten como tú y a multirreproducir tu obra… aunque quizá tampoco eso está mal, pues, es una forma…
—Pero eso huele a los autores de los libros de superación personal, quienes se sabe solo firman sus obras, pues los llamados “negros” de las editoriales los elaboran imitando su estilo, no se vale— se le comenta.
—En la Ciudad de México, por ejemplo, todo esto de lo que estamos hablando es muy mal visto, les pega en el hígado. Ahí, el ochenta o noventa por ciento de los pintores cuentan con formación académica, todos estudiaron, todos tienen un nivel cultural que respalda el trabajo. Entonces, no se puede comparar el arte mexicano en general con el arte oaxaqueño. Aquí hay un fenómeno que sucede y se vuelve a repetir: hace treinta años fue Leyva, hace veinte, Juan Alcázar, hace diez empezó lo de Amador. Ahorita está Manuel Miguel, simpático, crea una situación, es de Teococuilco, le aprendió todo a Alejandro Santiago, sobre todo su mercadotecnia, fue su chalán varios años… pero, otra vez, hay alguien que está poniendo, quitando, diciendo, haz diez de estos, veinte de estos. Al final de cuentas, la historia no los va a dejar pasar, no aportan absolutamente nada.
—Viéndolo así —se le plantea a Hugo Velez—, el que ustedes estuvieran durante nueve meses en la calle Gurrión, a un lado del atrio del templo de Santo Domingo, adaptando el espacio como una galería y como homenaje a Rufino Tamayo, no es nada en comparación con el marketing del que hablas.
—El uso que se le ha dado por décadas a esa calle es el del ambulantaje. Siendo tan bonita, merece ser un espacio de arte público. A mí, y pienso que a los 30 restantes, me trajo cosas buenas. Difusión diaria. Y bueno, Nancy, que es complicada, pero muy talentosa e inteligente, se puso a ver cómo hacerle, a estudiar, y ahora es una jefa de las redes sociales, del TikTok, y hasta en España estaban ya replicando los videos de las sandías del homenaje a Tamayo.
—Ante una competencia como la que mencionas, que parece desleal, por los apoyos políticos, del poder económico, el marketing corporativo prácticamente…
—Pregúntale a Andriacci…
—… Se vale que estén ustedes en esa calle y que haya un respeto total…
Responde Hugo Velez: el proyecto Meninas lleva cinco años consecutivos en Madrid, España. Son bastidores de 1.60 metros por un metro de ancho. Se colocan 25 cada año de igual número de pintores en diferentes zonas estratégicas de esa ciudad. Es una cosa chingonsísima. El problema de Oaxaca siempre es económico: hasta a los pintores con lana les dolió el codo para pagar los 20 mil pesos del bastidor de las sandías, no obstante que andan vendiendo sus obras en 130 mil. “Yo pagué una y la otra la debo. La idea, en todo caso, es genial. No sé cómo calificar a los funcionarios que no tuvieron la capacidad de ver el potencial de estas sandías que le pueden dar la vuelta al mundo, porque, además, no tienen que ser treinta pintores: habemos cuatro mil en Oaxaca. Se podrían conseguir patrocinadores, montar a treinta distintos cada tres meses, colocar unas en El Llano, otras en El Tule, el Conzatti, la calle Gurrión”. En España, esas meninas, se han vuelto acervo de la ciudad si no compran las obras, interviene el fisco y le condonan impuestos al artista, todo está bien pensando y culturalmente sustentando.
—Habría que regular el espacio público para que todos tengan oportunidades, incluyendo a los pintores que retiraron del jardín Labastida.
—De acuerdo. Y de algún modo creo que tendría que ser administrado por la autoridad, o que el ayuntamiento nombre a alguien con un cargo específico, podría ser Nancy, que es la persona que más sabe de la pintura en Oaxaca y quien más conoce a los pintores, además que a muchos los hizo.