En la marcha del pasado 8 de marzo, con la cual se conmemora el Dìa Internacional de las Mujeres (prefiero el plural) un grupo de las participantes derribó un bloque de sillas dispuestas como protección en la entrada del restaurante El Mayordomo, ante el asombro de algunos. Muchas horas después, además de las quejas por las pintas en las paredes y los cristales rotos de algunas empresas, algunas personas comenzaron a preguntar por qué de esta irrupción.
La respuesta es obvia, las mujeres están (mos) hartas de tanta violencia, feminicidios, invisibilización, abusos de poder, malos salarios, abusos sexuales, inequidad laboral y la violencia institucional que solapa todas las anteriores.
Pero el tema de la empresa Mayordomo tiene una historia particular, en diciembre de 2021 una exempleada de la fábrica de chocolates Mayordomo denunció en redes sociales –como es costumbre ahora, ante la falta de confianza en la Fiscalía para la atención de Delitos contra la Mujer– a trabajadores y dueños de esta empresa por ejercer violencia y acoso sexual a las empleadas.
La denuncia fue contra el dueño de la fábrica Salvador Flores Concha y su hijo Salvador Flores Hernández, a quienes acusaron de comportamientos sexistas, comentarios alusivos a los cuerpos de las trabajadoras, incluso tocamientos.
Dicha denuncia fue publicada después de que una mujer fue encontrada en el crucero de Tlalixtac, presuntamente bajo influjos de drogas, por lo que la extrabajadora lo asoció a las condiciones laborales de esa empresa, incluso no descartó que fuera víctima de sus ex patrones.
La historia publicada en redes sociales fue retomada por una reportera, quien más tarde fue intimidada para retirar la nota, a cambio de cortesías de productos o en restaurantes y 10 mil pesos. A pesar de la oferta no accedió y haciendo uso de su derecho a la libertad de expresión decidió mantener la información en el sitio web.
Sin embargo, la historia no terminó ahí. Algunos “medios informativos” vieron en esa información la posibilidad de una ganancia y decidieron replicarla para obtener la misma oferta económica, la cual obviamente aceptaron.
Así que, lo que inicialmente era una historia de violencia laboral contra trabajadoras se convirtió también en un abuso de parte de esos “medios”, que regularmente suelen lucrar con las historias de violencia contra mujeres de distintas maneras; esta vez fue abusando del esfuerzo laboral de la compañera reportera, con la complicidad de quienes pretendieron eliminar la información.
Si esto no explica los actos de rabia, tal vez debes responder a esa pregunta que circuló ayer después de la marcha 8M en la Ciudad de México, ¿para qué quieres los monumentos (restaurantes o calles) limpios en un país lleno de sangre?