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El rebozo, del disimulo a la liberación

Convertido en símbolo del vestuario mexicano, el rebozo sigue siendo también un elemento recurrente en las artes visuales desde que los artistas del siglo XVII lo reprodujeron para los retratos de numerosas mujeres. Por ello, los colectivos MaCMo (Mujeres Artistas Creando Movimiento) Guindhá, ARMO, Armarte, y Lucero Valdez Arte Contemporáneo unieron esfuerzos para integrar la exposición El Rebozo, Propuesta Gráfica Femenina con 32 obras de 26 mujeres artistas de Oaxaca y Jalisco, que se presenta en la Sala de Dómina del Museo de las Culturas del Centro Cultural Santo Domingo.

Lejos de la visión marginal que dio origen al uso de la prenda, las 26 artistas que recrean las maneras en que las mexicanas portan y emplean rebozos dan testimonio de que la condición de la mujer en el siglo XXI ha cambiado para ganar equidad en el ámbito colectivo, si bien todavía es necesario que más mujeres accedan a que el empleo de este tocado simbolice la libertad, la prestancia estética y la dignidad social a las cuales tienen derecho todas las habitantes de nuestra nación y del mundo.

Integran esta muestra las creadoras Vianey Acevedo, Liliant Alanis, Alondra Alonso Álvarez, Dulce Aquino Monterrey, Yamilet Asilem, Adriana Audiffred, Viridiana Carmona, Gabriela Carrera Llave, Mayra Cruz Díaz, Nely Cruz, Cinabrio Figueroa, Rocío Figueroa Barraza, Gilda Genis García, Alma Verónica Gómez, Salime Guró, Edith B. Hernández, Yolanda Hernández, Miriam Ladrón de Guevara, Mercedes López, Nuria Montiel, Ale Pai Muñoz, Ana Rojas, Judith Ruiz, Ireri Topete, Lucero Valdez y Soledad Vázquez. La curaduría estuvo a cargo de Teresa Díaz Diez y Jorge Pech Casanova, con texto de sala de Tamara León.

En su tesis de Maestría El rebozo. Estudio historiográfico, origen y uso, Ana Paulina Gámez Martínez señala que esta prenda de empleo tan extendido en México puede considerarse “de recato”, a diferencia de otras similares (como las capas y capellinas), pues en nuestro país su función es para demostrar honestidad y cumplir un mandato religioso.

En su detallada investigación, Gámez Martínez establece que la prenda romantizada por diversos autores mexicanos refleja la costumbre de cubrir la cabeza como símbolo de sujeción y recato femeninos. También es un signo de marginación clasista, pues las mujeres mestizas debían usar rebozo para no parecerse a las mujeres indígenas (quienes iban descubiertas). Sin embargo, las tocas o velos con que las españolas y criollas acudían a las iglesias estaban fuera de las posibilidades económicas de las mestizas, por lo cual éstas debían conformarse con una prenda más modesta. A partir de esa necesidad fue evolucionando el rebozo en la Nueva España durante el virreinato.

Antes de la época de la Independencia, en años tan tempranos como 1625, el rebozo se convirtió en parte de la indumentaria de mujeres de toda condición, tanto acaudaladas como humildes, y para la época posterior a la intervención francesa, hubo un auge del rebozo como prenda utilitaria, aunque las piezas artísticas de lujo no dejaron de utilizarse.

En el cuadernillo de investigación Vestido estilo imperio 1815-1818, la investigadora argentina Delia Etcheverry incluye una ilustración del siglo XVII que muestra a mujeres españolas en los que era el virreinato de Río de la Plata embozadas en sus rebozos. La imagen aparece en el libro del misionero jesuita Florian Pauke, Iconografía colonial rioplatense. 1749 – 1767. Etcheverry también reproduce cuadros del marino inglés Emeric Essex Vidal, quien comienza a pintar con acuarela en 1817 escenas y paisajes del Río de la Plata. En 1820 Essex Vidal trasladó sus pinturas a la técnica del grabado para publicar en Londres el libro Picturesque Illustrations of Buenos Ayres and Montevideo. En una obra, el inglés retrató a siete mujeres porteñas de distintas edades, tres de ellas, niñas. Todas, salvo una, que porta mantilla, se cubren la cabeza con rebozos.

Volviendo a la iconografía novohispana, Luis Berrueco, José Joaquín Magón, José de Páez, Andrés de Islas, Vicente Albán y Francisco Antonio Vallejo, pintores españoles, así como el oaxaqueño Miguel Cabrera, retrataron a quienes componían las castas en el siglo XVII. En ese muestrario de división racista de la sociedad, sobresalen los diversos tipos de rebozos que portan las mujeres. Esas imágenes permiten documentar que para el Siglo de las Luces (cuyas enseñanzas estaban prohibidas en América, por cierto) las mujeres novohispanas de casi cualquier condición incluían en su atuendo el rebozo.

En el siglo XIX diversos artistas europeos visitaron México para pintar paisajes y retratos de la nación recién independizada. El francés Édouard Pingret (1788-1875) destaca entre estos pintores viajeros por el verismo de sus composiciones. En su artículo sobre este personaje para la revista Arqueología Mexicana, Marie-France Fauvet-Berthelot y Leonardo López Luján refieren que Pingret tenía 62 años de edad cuando decidió emigrar a México, tras una carrera artística llena de altibajos, para buscar fortuna. Estuvo pintando paisajes y retratos mexicanos de 1850 a 1855, hasta que fue expulsado del país por interferir en la política nacional.

A partir del siglo XX el rebozo asume en México suma importancia como pieza destacada del vestuario femenino, sobre todo por las confecciones elaboradas en el pueblo de Santa María del Río, San Luis Potosí, los rebozos de Santa María famosos en todo el país.

Para cuando la Revolución se extendió, hacia 1915, el rebozo ya era una prenda de uso común entre las clases populares. La imagen de la soldadera ataviada con cananas y rebozo se multiplicó en el imaginario popular; para mediados de la década de 1930, esa figura se popularizó por producciones cinematográficas.

El arte mexicano del siglo XX, a partir de las producciones del Taller de Gráfica Popular, de la Escuela de Pintura al Aire Libre y de la obra mural de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, proyecta el rebozo como una prenda emblemática de las mujeres mexicanas. La mujer en lucha o liberada por el movimiento revolucionaria suele ser retratada con rebozo, mientras que las mujeres de la clase opresora prescinden de esa prenda (como en Los aristócratas, de Orozco).

Esa imagen libertaria de la mujer con rebozo es retomada por el cine mexicano a partir de la década de 1920, pero conforme el discurso misógino predomina en los argumentos cinematográficos, sutil o manifiestamente las figuras de mujeres rebeldes enrebozadas pasan a engrosar el imaginario de mujeres sometidas al autoritarismo patriarcal, como en el final de la película Enamorada (1946) de Emilio Fernández, historia en la que la mujer insumisa encarnada por María Félix termina siguiendo a su hombre dominador, interpretado por Pedro Armendáriz: él, altivo y a caballo; ella, caminando tras del jinete.

Mientras tanto, el rebozo como elemento real y utilitario de la indumentaria femenina no dejó de insertarse en todos los estratos sociales de la nación a partir de 1950. No por eso perdió sus referentes clasistas o prejuiciosos: cuando la televisión suplantó al cine como vehículo de formación colectiva, el rebozo sirvió para estereotipar a las mujeres del sector campesino u obrero frente a las mujeres “urbanizadas”.

La exposición colectiva El Rebozo, Propuesta Gráfica Femenina permanecerá en la Sala de Dómina del Museo de las Culturas del Centro Cultural Santo Domingo hasta el 27 de agosto de este año.

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