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El suicidio del Maco o Disney en Oaxaca

Fernando Solana Olivares

I. Todo lo compuesto ha de perecer, todo lo que surge debe cesar. Pero hay finales indebidos, precipitados por la compulsión auto destructiva de quienes son responsables de ellos. Así el del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, suicidado por el inflexible empecinamiento de Rubén Leyva, último presidente de Amigos del Maco, A.C. desde hace una década hasta hoy.

       La tarde del jueves 1 de julio de 1993 hubo una reunión en la centenaria casona conocida como Casa de Cortez, a pesar de nunca haberlo sido. En el programa de la gira presidencial a Oaxaca estaba previsto un encuentro de Carlos Salinas con el grupo de pintores que fundaban el Maco. La facundia del presidente, ebrio de sí mismo, acabó descolocada ante el pertinaz silencio de Francisco Toledo, su estudiada timidez y su sencilla vestimenta.

       Acompañado de otros artistas como Sergio Hernández y quizá Rodolfo Morales, esa tarde Toledo obtuvo lo que quiso y aún más: no tuvo que pedirlo directamente porque el poderoso presidente se lo adelantó obsequioso. En la fiebre privatizadora ávida de desprenderse de obligaciones, de bienes y empresas históricas del Estado que él encabezaba —aquella su expoliadora “modernidad”—, esa tarde acordó constituirse una figura jurídica que en su complaciente origen gubernamental contenía un fallo orgánico: la organización civil misma de Amigos del Maco, que sin control ni supervisión externos recibiría en comodato el edificio y los subsidios necesarios para el funcionamiento y la operación del museo.             

       Otra virtud aparente del organismo recién fundado tendría a la postre consecuencias igual de nocivas: dirigido y operado por los pintores solicitantes —quienes así se convertían en juez y parte de una entidad de interés público—, en su estructura de gobierno no participaba ninguna instancia federal o estatal de cultura. Mucho menos otros artistas no cobijados por el prestigioso manto del pintor juchiteco, cuyo poderoso silencio no silencioso regiría autocrática y brillantemente, casi sin interrupción, ese legendario recinto que daría origen al crecimiento exponencial de la plástica oaxaqueña y su celebrada importancia estética y cultural. También a exclusiones y vetos debidos a la disputa por un mercado plástico millonario.

II. A partir del año 2000 un museo hasta entonces vivo y efervescente, abierto para toda la comunidad y abundante en actividades culturales multidisciplinarias, se vio confiscado otra vez por el grupo de Francisco Toledo, de quien el principal defecto fue un despotismo tan ilustrado como caprichoso que no fomentó prácticas críticas a su alrededor y siempre impuso una voluntad individual. A pesar de su inmensa inteligencia y gran creatividad estética, de su auténtica filantropía y talentoso carisma mediático, Toledo nunca pudo ir más allá de sí mismo para establecer un proceso de consensos en la toma de decisiones. Ese su autoritarismo sectario y no sus luminosos alcances sería la herencia de sus mediocres sucesores.

       No resulta casual que esta decadencia se iniciara con la aséptica y frígida reconstrucción arquitectónica del Maco, una hueca belleza erigida para turistas que escondía la muerte espiritual de ese espacio cultural. En 2013 Francisco Toledo rompió públicamente con el museo y exigió la renuncia de los tres integrantes de la mesa directiva de Amigos del Maco, Rubén Leyva, Luis Zárate y José Villalobos junto con la salida de la entonces directora, también pidió llevar a cabo una auditoría de los recursos ejercidos y una reconstrucción formal.

       Nadie le hizo caso y diez años después, luego de un conflicto laboral y económico agudizado por la pandemia pero debido sobre todo a la ineptitud e indolencia de quienes lo dirigían y a la opacidad de quienes lo administraban, el museo cerró sus puertas sin explicación ni aviso convincentes. Su antigua privatización de facto no le exigía, por usos y costumbres seguidos durante décadas, ofrecer a la sociedad una explicación.

       Diversas iniciativas de personas comprometidas con el museo, con la memoria misma de Francisco Toledo, con el arte y su difusión plural, propusieron aprovechar la profunda crisis de la institución para restructurarla, pagar a los trabajadores los salarios adeudados, renovar la asociación civil de Amigos del Maco mediante la incorporación de nuevos miembros dispuestos a ello, efectuar ahora sí una auditoría operacional y financiera, y necesariamente obtener la renuncia del desgastado Rubén Leyva al frente de la asociación civil. Nada de esto fue aceptado a pesar de ser la única solución que entonces todavía era posible.  

III. El desenlace sobrevino abrupta e inesperadamente. A través de su Consejería Jurídica el gobierno del Estado abrogó el comodato sobre el inmueble celebrado décadas atrás, intervino draconianamente el museo, reemplazó al efímero director nombrado luego del despido de la anterior responsable y confiscó el acervo plástico institucional formado por centenas de donaciones a lo largo de los años alegando malos manejos y abandono de este. Anunció un litigio legal con la asociación civil si fuera el caso y además la realización de una auditoría. Exhibió ante los medios las irregularidades de una gestión que a nadie rendía cuentas e invocó una formalidad meramente jurídica para justificar su atrabiliario proceder. 

       No era necesario dar el violento jaque mate en tales términos porque la propia asociación ya se lo había infligido. Pero en política la forma es fondo y el modo de quebrar al Maco pareció ser un mensaje cuya naturaleza iba más allá de un acto de gobierno. “El poder es esencialmente estúpido”, recordaba Flaubert. Hubo un tufo de intimidación y escarmiento, tanto ad hominem contra el propio Rubén Leyva mencionado insistentemente por el consejero jurídico, como contra el grupo de notables que durante años detentaron irregularmente, según su versión, un patrimonio cultural sin representar a la verdadera sociedad civil. Había un subtexto de resentimiento y venganza a la vez que una urgencia manifiesta: recuperar el museo ante la inminente celebración de La Guelaguetza, esa fiesta folclórico-turístico-política de tanta importancia para los gobiernos en turno.

       Nada está aislado ni ocurre porque sí. Del refinado gusto de Toledo (“an exquisite taste”, como lo llamó un deslumbrado crítico de arte extranjero), sus singulares iniciativas y proyectos culturales, que convirtieron a Oaxaca sin proponérselo en un lugar de masificación turística cada vez más agobiante y escenográfico, vacío a pesar de su saturación barroca, uniforme en su aparente diversidad, gentrificado por negocios idénticos y encarecido por su incesante extranjerización —pero con un poderoso zeitgeist cuando resulta auténtico, como una gran cantidad de sus manifestaciones creativas lo son—, hasta la degradación de la cultura oficial y turística fomentada por el gobierno morenista del Estado que ha capturado al Maco, la cual alcanza el esperpento.

IV. No fue lapsus ni descuido sino una escandalosa confesión de parte, detrás de la cual asoman, además de la ignorancia y la banalidad (“El mal siempre es banal”: Hannah Arendt), los insaciables intereses económicos y mercantiles alrededor de una ciudad condenada a recibir muchedumbres en folclóricos montajes kitsch hechos para engañar incautos.

       La inaudita secretaria de Turismo de la 4T oaxaqueña, Saymi Pineda Velasco, una ignorante mujer que conjuga mal los verbos e ignora los adverbios, habla de “visitaciones” en lugar de visitantes, utiliza metáforas que aluden a “la arena que corre por las venas” de los antepasados ilustres, saluda a las seis regiones de Oaxaca cuando son siete y aparece en actos públicos vestida como la Mujer Maravilla, sobrenombre con el que se hace llamar, ex presidenta municipal de Pochutla señalada por sus vínculos con el crimen organizado (“narco-política”, la bautizó la prensa), convocó a un curso a hoteleros y prestadores de servicios para ofrecer al turismo un “Servicio de Calidad Estilo Disney”. Tal cual.

V. Es descorazonador que el mal fario de Oaxaca, mal gobernada cada sexenio por una clase política siempre peor que la anterior, depredada por élites económicas y poderes fácticos cada vez más ignorantes y delincuenciales, alcance hoy estos ominosos extremos.

       Años después de aquel jueves fundacional, sentados los dos un mediodía a una mesa en los portales del Zócalo, Toledo observó con melancolía y tristeza a las turbas turísticas que por ahí pululaban. “Nunca te esperaste esto, ¿verdad?”, le dije. Sus expresivos ojos brillaron humedecidos. Bajó la vista sin decir nada.

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