Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

Lenguaje burocrático y políticamente (in)correcto I

Juan José Doñán

Hablaba hasta cuando no tenía nada que decir.

  Thomas Bernard

Desde hace mucho tiempo asistimos a una proliferación contaminante del lenguaje desde las esferas oficiales y también desde el discurso (hablado y escrito) de militantes extremos de la corrección política. E igualmente desde los medios de comunicación, en donde un gran filólogo mexicano (el jalisciense Antonio Alatorre) detectó desde los tempranos años ochenta una creciente anomalía, un sublenguaje al que llamó “español Televisa”. Todas esas jergas contaminantes, que lo mismo se estilan en el mundillo burocrático que en los medios electrónicos y en otros ámbitos públicos, se han ido extendiendo también a distintas parcelas de la vida social. Dicho lenguaje, conocido con el nombre de oficialés, consiste en una modalidad (oral y también escrita) hecha a base de seudoelegancias lingüísticas, con una formulación intencionalmente solemne, a veces petulante y pomposa, con giros rebuscados, borucas o palabrería vacua y, para colmo, con una gran cantidad de términos mal entendidos y por lo mismo utilizados de manera errónea.

Conviene, sin embargo, tratar por separado el caso específico del lenguaje presuntamente reivindicativo, el cual aparece en el último apartado del presente escrito, y el de la jerga propiamente burocrática, que suele ser multiplicada por los medios masivos de comunicación, tanto los electrónicos como los escritos y también, de un tiempo para acá, los cibernéticos.

El oficialés y otros desastres

Más que para comunicar algo, en el ámbito burocrático predomina una modalidad lingüística que suele ser utilizada para dar rienda suelta a la demagogia, o para que alguien pueda irse alegremente por las ramas o, lo que es lo mismo, para el escapismo a la hora de rendir cuentas y para echar rollo a destajo, es decir, para hablar mucho y decir poco, o sencillamente para no ir al grano, sino para evadir asuntos que son importantes y delicados para una persona o para muchas o para toda una comunidad.

Lo más grave de todo ello es que esa jerga lingüística ha ido contaminando otras esferas sociales y mentales, comenzando porque los rollos y las declaraciones de políticos y funcionarios afectos o adictos al oficialés no sólo son reproducidos (es decir, multiplicados) por los medios masivos de comunicación, sino porque cada vez con más frecuencia conductores de la radio y la televisión, así como no pocos practicantes del periodismo escrito y digital, han terminado adoptando mecánicamente también, en mayor o menor medida, ese mismo lenguaje artificioso y facilón.

Entre las solemnidades o la modalidad pomposa del oficialés está, por ejemplo, decir que equis funcionario federal arribó en lugar de decir simplemente que llegó, o rebautizar el nombre de una dependencia estatal como la vieja Secretaría de Obras Públicas, la cual fue conocida de esta escueta y precisa forma durante muchas generaciones, para en el caso de Jalisco llamarla ahora, de manera redundante, Secretaría de Infraestructura y Obra Pública, con el agravante de incurrir también en una grosera falta de concordancia, pues al ser tan pública la infraestructura como la obra en dicha dependencia gubernamental, por lo menos debería adjetivarse en plural, es decir, en todo caso se debería llamar Secretaría de Infraestructura y Obra Públicas. Y lo mismo vale para otras dependencias gubernamentales como sería, en el caso de la administración pública jalisciense, la llamada Secretaría de Desarrollo e Integración Social, pues al ser tan social el desarrollo como la integración, el nombre correcto de esta última dependencia debería ser Secretaría de Desarrollo e Integración Sociales.

Entre las muchas palabras malentendidas por las personas afectas al oficialés, palabras que se repiten irreflexivamente una y otra vez, se encuentra el verbo festinar, y al cual sus desaprensivos usuarios (entre ellos hay que incluir editorialistas, presuntos “líderes de opinión” e incluso algunos escritores) emplean de manera equivocada como sinónimo de festejar o de celebrar, cuando festinar significa algo muy distinto: activar, apresurar, acelerar, precipitar… Pero como a los adictos al lenguaje pomposo festinar les suena más elegante y catrín que festejar o celebrar, pues muy quitados de la pena dicen, por ejemplo, “festinar la destacada participación de Jalisco en los Juegos Centroamericanos y del Caribe”, aun cuando dicho de ese modo no se habla en realidad de un festejo, sino de una participación precipitada de los atletas del solar.

Un caso parecido de este mismo lenguaje ampuloso y falsamente elegante (“elagantioso” lo llamaba el mencionado filólogo Antonio Alatorre) es el empleo de ofertar en lugar ofrecer, cuando lo que originalmente significa ofertar es hacer una rebaja de precios o dar algo a un menor costo de lo habitual. De esta manera, termina siendo ridículo que un alto dirigente universitario diga, por ejemplo, que “la Universidad de Guadalajara oferta [¿abarata?] equis cantidad de plazas para alumnos de primer ingreso al bachillerato”.

Igualmente pretencioso y equívoco es el uso del sustantivo narrativa como sinónimo de visión, convicción o creencia política, discurso distintivo de equis corriente ideológica, ideología a secas, retórica o explicación oficial, etcétera, cuando en realidad se trata de algo muy, pero muy diferente. Y ello porque, según el diccionario de la RAE, narrativa no es otra cosa que “acción y efecto de narrar” o contar algo y de preferencia recurriendo a géneros de ficción en prosa como “la novela, la novela corta y el cuento”. Pero como a ciertos espíritus “elegantiosos” (editorialistas, columnistas y articulistas, incluidos algunos del ámbito cultural) les parece algo muy distinguido poder emplear esta palabrita y a la menor provocación echan su gato a retozar, hablando o escribiendo de “narrativa” y “narrativas” inexistentes.

Van varios ejemplos. A cierto columnista capitalino le dio por adornarse con dicha palabrita, rememorando cómo en 1914 el poeta José Juan Tablada, abierto defensor e incluso colaborador del gobierno de Victoriano Huerta, publicó un artículo para combatir “la narrativa que [sobre México] se había asentado en el extranjero” (Ángel Gilberto Adame, El Universal, 3 de junio de 2023). Y a raíz de la baja participación de votantes en las elecciones del 4 de junio de 2023 en el Estado de México, otro editorialista del altiplano concluía sesudamente que “El alto nivel de abstención obliga a repensar narrativas” (Bernardo Barranco, Milenio, 5 de junio de 2023). El mismo día una fémina que navega con bandera de “politóloga” hizo público en las llamadas redes sociales el siguiente mensaje, lamentando el triunfo de la ganadora a la gubernatura al Estado de México, a la que de pasada trata con un prejuicio clasista que ni Coco Chanel se hubiese permitido: “Ser antiAMLO no basta. La narrativa identitaria/polarizadora del presidente [de la república] se impone en Edomex, donde gana su candidata a pesar de ser maloliente” (Denisse Dreser, El Universal, 5 de junio de 2023).

En la misma cuerda es bastante común el uso frecuente de términos ociosos o, peor aún, retorcidos e igualmente incorrectas como “direccionar” en lugarde dirigir, “influenciar” en vez de influir, “enflacar” por enflaquecer, “fraudear” por defraudar, “flamable” por inflamable y otros despropósitos por el estilo como el uso erróneo de la palabra adolecer.Y es que no son pocos sus norteados usuarios que pretenden emplearla como sinónimo elegante de carecer, cuando lo que en realidad significa es padecer, de suerte que resulta risible que equis funcionario de una organización proempresarial llamada Mexicanos Primero diga que “la educación pública en México sigue adoleciendo de calidad”, como si la calidad fuera un achaque o algo que se pudiera padecer y, por otra parte, como si en nuestro país la educación privada, a diferencia de la pública, fuese la encarnación misma de la excelencia académica, cuando es evidente que hay de todo: escuelas y universidades particulares buenas o al menos apreciables, pero muchas otras que son marca Patito y, por lo mismo, van de lo regularcito a lo chafa sin atenuantes.

Otros equívocos en el oficialés de nuestra comarca y del país entero son el uso frecuente del adjetivo tradicional (característicos o propio de la cultura de un pueblo y que se conserva pasando de una generación a otra) como sinónimo de habitual (común, corriente, ordinario); clásico (modelo perdurable de algo muy bien hecho) por típico (peculiar ya sea para bien o para mal); truculento (cruel, atroz, despiadado, sádico…) por tramposo (alguien que engaña de una forma intencionada).

Un yerro igualmente común es la confusión de dos sustantivos diferentes: humanismo y humanitarismo y, por consecuencia, de querer igualar el adjetivo humanista (que también puede funcionar como sustantivo) con el calificativo humanitario, cuando en ambos casos se trata de cosas completamente distintas. Tal confusión se da porque sus usuarios pasan por alto que el primer caso tiene que ver con la sabiduría clásica, o con las letras humanas, y el segundo se refiere a la fraternidad o la predisposición para ayudar o socorrer a nuestros semejantes. Y en esta grosera confusión incurren con harta frecuencia personas y personajes públicos de toda laya, comenzando por políticos y funcionarios como sería el caso del champion bat de la 4T (una fórmula política que en México a través de las siglas significa “la Cuarta Transformación”) y quien dice que su proyecto de gobierno está orientado por algo a lo que el susodicho (¿eres tú, AMLO, perdón, Andrés Manuel López Obrador?) ha dado en llamar “humanismo mexicano”. 

¿Pero es que no existe tal cosa? Por supuesto que existe, como que al hablar de “humanismo mexicano” se está haciendo referencia nada más y nada menos que a una parte medular de la cultura de nuestro país, donde figuran nombres como Sor Juan Inés de la Cruz, Bernardino de Sahagún, Francisco Xavier Clavijero, Lucas Alamán, Joaquín García Icazbalceta, Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Alfonso Reyes, Manuel Orozco y Berra, Amado Nervo, José Vasconcelos, Ramón López Velarde, Samuel Ramos, Miguel León Portilla, Octavio Paz y un larguísimo etcétera… Pero infortunadamente con tal frasecita lo que el autor de la misma quiere decir es otra cosa: un estilo de gobierno a favor de los mexicanos más necesitados, algo que el susodicho ya había formulado en un viejo lema que repitió una y otra vez en varias de sus campañas presidenciales: “Por el bien de todos, primero los pobres”.

1 Comentario

  • Teknik Industri
    Posted 11 de julio de 2023 at 22:57

    In what ways does politically correct language influence social attitudes and behaviors?

Deja un comentario

0/100

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.