- La llegada de habitantes de pueblos originarios de Oaxaca ha desplazado a los indígenas nativos pertenecientes a las culturas del desierto. En Ciudad Juárez, por ejemplo, chinantecos y mixtecos ya superan tres veces la cantidad de indígenas nativos de Chihuahua, asentados en esta ciudad fronteriza.
Patricia Mayorga/ Karen Rojas Kauffmann/ Antonio Mundaca
Oaxaca/ Chihuahua.— Una mañana de enero de 2017, Trinidad salió de la Colonia Siglo XXI con el miedo entre los dientes. Antes de tomar el autobús para irse a Ciudad Juárez desde Tuxtepec, cerró su pequeña tienda de abarrotes y su esposa tuvo que huir de su casa en la región de la Cuenca del Papaloapan.
Trinidad llevaba años pensando en que llegaría a los 60 años y no tenía dinero para jubilarse. Pensaba en Juárez como una tierra inhóspita, llena de fábricas y torres gigantes. No conocía nada del desierto, había oído de cárteles del narco con nombres famosos peleándose esas tierras del norte. Un fantasma que creía lejano de su comunidad pero llegó a su puerta en 2016, cuando grupos criminales locales le pidieron cobro de piso durante seis meses como condición para no quemarle el negocio.
¿Por qué se migra?
La pobreza, la marginación, la falta de oportunidades e incluso el ir y venir de la violencia que se extiende de norte a sur en un país que arde todos los días han ocasionado un fenómeno social particular: la llegada de habitantes de pueblos originarios de Oaxaca que migran al norte de México ha desplazado a los indígenas nativos pertenecientes a las culturas del desierto, que por cientos de años han ocupado estos territorios. En Ciudad Juárez, por ejemplo, chinantecos y mixtecos ya superan tres veces la cantidad de indígenas nativos de Chihuahua, asentados en esta ciudad fronteriza, de acuerdo con datos oficiales.
A pesar de los altos índices de violencia y aunque el desarrollo urbano de Ciudad Juárez no es el óptimo, pues de sus 966 colonias, 403 están sin pavimentar, entre 97.6% y 99.3% de las casas sí cuentan con servicios como drenaje, agua entubada y energía eléctrica, según el Censo Poblacional 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), lo que contrasta con condiciones sociodemográficas de las comunidades indígenas en Oaxaca, las principales expulsoras de migrantes.
De acuerdo con el informe Así estamos en Juarez 2021, de la asociación civil Plan Estratégico de Juárez, los oaxaqueños migran principalmente para trabajar en 330 industrias manofactureras, maquiladoras y de servicios de exportación, que emplean a 269 mil 955 personas en trabajos operativos. Según esta organización civil, la mayoría de los migrantes se concentran en colonias como Anapra y la Tarahumara, ubicadas entre cerros cercanos al borde fronterizo, desde donde se alcanzan a ver los edificios de El Paso, Texas.
La llegada de habitantes de pueblos originarios de Oaxaca ha desplazado a los indígenas nativos pertenecientes a las culturas del desierto. En Ciudad Juárez, por ejemplo, chinantecos y mixtecos ya superan tres veces la cantidad de indígenas nativos de Chihuahua, asentados en esta ciudad fronteriza.
El miedo como motor
“Mi miedo era que mataran a mi esposa, me dejaron recados en la puerta. Tuvimos un problema grande muchos en la colonia, nosotros por eso cerramos la tienda, ya me estaba afectando mi salud. Le dije a mi esposa vete al rancho y yo salí pa’l norte, lo poco que ganaba era para comer, ni modo que se lo diera a esos cabrones”, relata.
Trinidad ahora trabaja en una maquila en Ciudad Juárez. Además de la inseguridad de su municipio de origen, dice que se fue a Chihuahua porque su salud está grave y en las maquilas contratan a personas mayores, de hasta 65 años. Además les dan seguro social, una prestación que nunca tuvo cuando vivía en el norte de Oaxaca y que para él es vital en estos momentos que necesita un seguimiento médico.
La silenciosa conquista oaxaqueña
Chihuahua es un estado fronterizo donde no es novedad la existencia de habitantes nativos de pueblos originarios y los que mayor presencia tienen en este territorio desértico son los rarámuri y el ódami o tepehuano. En total, según cifras de la Secretaría de los Pueblos y Comunidades Indígenas estatal, en la entidad tienen presencia 56 pueblos indígenas, incluidos los de origen oaxaqueño como el mixteco, que prefiere denominarse Ñu´u Savi, que se ubica en el tercer lugar, y el chinanteco, que se encuentra en la séptima posición.
El panorama es distinto en Ciudad Juárez, centro urbano donde tienen presencia más de 20 mil personas indígenas, pero donde se registra en primera posición al pueblo chinanteco con 4 mil 400 personas; le sigue el náhuatl con 2 mil 414; el mixteco, con mil 557 y el rarámuri, con mil 445. En esta frontera no se registra presencia de otros pueblos originarios de Chihuahua como pimas, tepehuanes ni warojíos.
Que la presencia de indígenas oaxaqueños en Juárez haya desplazado a los nativos se explica dado que cuando éstos migran hasta la frontera norte, regularmente no tienen la intención de cruzar hacia Estados Unidos, sino de llegar a esta ciudad poblada de maquiladoras a destajo, que consideran como “una tierra de oportunidades” en contraste con las condiciones de pobreza, marginación, falta de empleo y baja productividad de sus tierras.
Pero que, sobre todo, les permite y da mayor facilidad para regresar a sus comunidades de origen para cumplir con las tareas y obligaciones de sus Sistemas Normativos Indígenas.
Casi invisibles ante las miradas juarenses, los pueblos indígenas oaxaqueños viven su riqueza cultural y su sabiduría ancestral esparcidos en la ciudad y de diferentes formas, como parte del engranaje humano que le da vida y fortaleza a esta ciudad fronteriza.
Sobre los pueblos indígenas que llegan del sur del país, como los de Oaxaca, y que viven dispersos en Ciudad Juárez con distintas formas de organización, José de Jesús Vargas Campos, quien ha acompañado al pueblo rarámuri desde hace 25 años, explica que en esta frontera los pueblos indígenas se respetan y aunque no ha habido mucha amistad entre la comunidad rarámuri y los pueblos de Oaxaca, se han comenzado a organizar desde hace al menos siete años.
Considera que hay respeto y aceptación entre ellos porque se reconocen como indígenas. Explica, por ejemplo, que hay personas de los diferentes pueblos que tienen más de 20 años en esta ciudad, que han aprendido a amar a Juárez porque han encontrado fuentes de empleo y la ven como la tierra de oportunidades que les ha permitido tener una vida más digna.
“Los valores que vemos en ellos son por ejemplo, el tequio entre los de Oaxaca o el kórima en los rarámuri, que es el compartir, es el servicio gratuito sin esperar nada. El sentido de la familia es muy fuerte entre ellos. Son una riqueza enorme para Ciudad Juárez”.
Esta investigación fue realizada gracias al apoyo del Consorcio para Apoyar el Periodismo Regional en América Latina (CAPIR) liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR).