Sé que mi padre y su hijo mayor trazaron los lotes del fraccionamiento Lomas y la colonia Loma Linda. También que mi familia fue la primera que habitó en forma en la zona, aunque la numeración marcaba como el domicilio número uno a una casa cercana a donde estuvo el billar El Verde.
Son recuerdos de niño. El puente viejo era la frontera con la ciudad y las imágenes de diablos que un tiempo alguien puso al salir de éste, la entrada al barrio en formación, al que luego pomposamente le cambiaron el nombre por Lomas del Crestón, además de adoquinarlo.
Sé muchas cosas de esa zona, la Unidad del ISSSTE y la colonia Reforma. Como que mi hermano Bernita nació en una galera que estuvo en una esquina de la calzada Porfirio Díaz, muy cerca de la ahora fuente de las Ocho Regiones, donde hay un local de tacos árabes por esos atracos gentrificadores que han deformado la ciudad de Oaxaca desde hace décadas.
Sé de las calles de tepetate y sus agujeros de hormigas rojas, la mayoría de terrenos llenos de espinos infranqueables, el río Taramundín crecido, rugiendo como loco en temporada de lluvia, arrastrando troncos y animales, pero siendo tranquilo el resto del año con una corriente clara y sus grandes piedras donde las señoras lavaban la ropa mientras los niños jugábamos en los remansos de agua con su vida de peces, bilolos y ranas.
Como tangente, sé, porque fui, de La Encantada, no la represa incluida en las 17 hectáreas que un exbanquero famoso habría comprado en el año 2006 en el ejido Guadalupe Victoria, sino la poza aquella que estaba en una caverna en las lomas del cerro San Felipe, ahora lleno de políticos y pintores adinerados, como el nefasto exgobernador Ulises Ruiz Ortiz o Fernando Andriacci o galeristas del artista tótem de Oaxaca o creadores progresistas que son mis amigos.
Sé que en el fraccionamiento Lomas nada más había una que otra casa desperdigada en la zona, como en ranchería de pueblo: la de Gema, donde nos juntábamos todos los niños a ver por primera vez en nuestras vidas en tele en blanco y negro las “fantasías animadas de ayer y hoy”; la de don Daniel, padre de Moisés, David, Nancho, Cuca y Polo: un activista al que hay que proteger.
Sé de don Régulo y doña Pancha, una cocinera miahuatleca de veras, no como las fantoches “tradicionales” de hoy propietarias de restaurantes NRDA; la de Guille, quien me regalaba botecitos de Gerber; la de la señora García; la de Timoteo; la de mi tía Lena; la de doña Lancha, otra tremenda cocinera y tortillera, de esas que ya no hay ni habrá, madre de uno de mis cuñados; la de Brena y los Gorditos, ya rumbo al cerro San Felipe.
Incluso la de los Calas, una familia de origen griego, según supe recientemente, cuando leí una nota de sociales de un periódico oaxaqueño, la del Coronel y la del Botello, un tipo que se sentía burgués y odiaba a los chavos de barrio que jugaban futbol en el terreno que estaba frente a su casa.
Sé que la piedra del coyote en el cerro del Crestón o el Microondas la llamaban así porque todavía en los años setenta ahí se paraba ese animal y aullaba, igual que sé y vi todavía el ojo de agua que estaba en la colonia Loma Linda al que llegaban garzas y en el que había tortugas de casquito.
Desde luego, sé de Nieve número 6, mi casa, o más bien, mi solar del fraccionamiento Lomas, lleno de árboles frutales y con pozo, donde convivíamos con infinidad de insectos y animales silvestres, arrieras, avispas negra y roja, abejas, mariposas, chicharras, pájaros, zopilotes en lo alto, murciélagos, víboras, tlacuaches, cacomixtles.
Sé que mi maravilloso universo oaxaqueño de niño se extinguió y, peor aún, que a los cerros del Crestón y Microondas —como los conocíamos— hoy se los pelean o más bien se los reparten políticos a los que en público nadie menciona, pero cuyos nombres aparecen en las pintas en paredes de las calles, como Samuel Gurrión Matías o Eviel Pérez Magaña —expriistas chapulines—. Nombres a los que al parecer ahora se suman el de morenistas como Pavel López Gómez. Aunque no han de ser los únicos.
Son políticos que no tienen remedio, siguiendo a Octavio Paz, son la herencia del “conquistador inmigrante” y el “cacique transculturado”: “don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura (…), llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, Estocolmo y Londres. Don Nadie es funcionario o influyente, tiene una agresiva y engreída manera de no ser”.
Y cuando un mestizo se transculturaliza y “acriolla” —continúa Paz— surge el extremo del “cacique transculturado”: personaje en ocasiones pintoresco y risible, pero las más de las veces trágico. Este sujeto tiene necesidad de reparar por partida doble. “Por eso este ‘acriollado’ resulta más ostentoso y compulsivo que el verdadero”.