Foto y video: Carmen Pacheco
Plantada frente a nosotras Mariana Monserrat, una joven de unos 23 años, nos muestra su manta y nos dice: mis primas fueron asesinadas por su papá a batazos en 2023.
Es la segunda vez que ella viene a una marcha 8M. El año pasado marchó con su hermana exigiendo que al feminicida se le iniciara un juicio lo más pronto posible, pero hasta ahora, aunque está en prisión no tiene una sentencia.
“Lo tratan como si tuviera una enfermedad mental, a pesar de que ya lo evaluaron psicólogos y dijeron que está consciente de lo que hizo y no mostró ningún arrepentimiento”, dice sobre el asesino de sus primas Jimena Alejandra y Natalia González Rocha.
A un lado de nosotras, siguen llegando cientos de mujeres, la mayoría jóvenes tal vez de entre 19 y 27 o 29 años. Mariana sigue contando. Él dijo que tenía muchas deudas, que tenía que pagar la escuela, pero en realidad él no pagaba. La abuela de mis primas es quien les daba de comer y pagaba la escuela. Él no tenía que preocuparse por esos gastos.
Muchas personas lo apoyan a pesar de lo que le hizo a mis primas. Jimena tenía 19 años y Natalia 16, a ella le gusta poner uñas, bailar y leer libros, resume Mariana, nos regala una foto y se pierde entre el tumulto y el grito de rabia de cientos de mujeres que avanzan del Monumento a la Madre hacia el zócalo de Oaxaca.
Al menos dos mil mujeres marchan esta tarde y si unas se detienen a pintar las paredes o romper cristales todas las demás gritan ¡“fuimos todas”!
En el camino una empresa de autos ofrece botellas de agua. Las mujeres se arremolinan, toman su bote y avanzan. No se salva la empresa del bloque negro que minutos después llega con bates y spray para las paredes. “Fuego a la brecha salarial” “Luz del Mundo, violadores”, “Justicia” se lee minutos después en las paredes de algunos negocios de la calzada Madero.
La marcha avanza. Igual que Mariana otras mujeres llevan pancartas o mantas, una de ellas dice: “Por qué te espantas de las mujeres que luchan y no por las que mueren”.
El sol y la temperatura de unos 34 grados sofoca. El calor entre ellas prende. Los contingentes avanzan, niñas, niños y bebés entre ellos. Algunas pintas advierten: “Las infancias no se tocan”, “Con mi alumna no, culero”.
Al mirar las frases una chica alza su pancarta que dice “Quiero que toda niña sepa que su voz puede cambiar al mundo”.
Antes de llegar al zócalo, junto a la iglesia de la Soledad, la marcha se detiene. Todas alzan el puño”. Solo se escucha el sonido del bate sobre una puerta. Segundos después alzan la voz y repiten “somos malas, podemos ser peores”.
Mientras las miro y las escucho pienso en Mariana Monserrat y recuerdo las últimas frases que nos dijo un par de horas antes: La Fiscalía nos dijo que cuando encontraron a mis primas el 20 de febrero, ya llevaban un día de haber fallecido. Fue en Santa Rosa, en su casa. El señor trabajaba en Semovi haciendo trámites de licencias y placas. No tiene sentencia.
El humo morado sale entre los contingentes. Busco a mi hija de doce años en la marcha, camino a prisa antes de que entren al zócalo y la rabia se desate.