Por Rodrigo Islas Brito
La guerra no es buena ni mala, simplemente es humana y, por lo tanto, inevitable. Este tipo de enseñanzas tan ausentes de una muy correcta moraleja son las que asoman después de haber visto Guerra Civil (EUA, 2024), el quinto trabajo como director del novelista, guionista y productor Alex Garland (Reino Unido, 1970). Profeta del colapso de los sistemas y del advenimiento de la ansiedad como ilustrada manera de entender el mundo.
Ya fuese con su debut como pilar detrás de la cámara con la lúgubre fantasía robótica feminista Ex-Machina (2014), que con su road movie empistolada por tierras encantadas por nieblas existenciales de origen extraterrestre, Aniquilación (2018), que con su miniserie sobre inauditas conspiraciones tramadas por líderes tecnológicos que no son simples genios, sino avispados emprendedores, Devs (2020), que con su salvaje diatriba contra el machismo opresivo y bienhechor, Men (2022), el artista y creador londinense siempre ha abrazado el camino de la provocación feroz como herramienta para encontrar los principios de una sobrevivencia que se pueda mantener ética incluso en sus caminos más crueles.
Guerra civil no va sobre el futuro, sino sobre una realidad alterna donde Estados Unidos ha explotado finalmente desde adentro con sus millones de armas y formas de conocer el infierno. Lee (madura y vibrante Kirsten Dunst), Jessie (rutilante y natural Cailee Spaeny), Joel (un Wagner Moura excesivamente agringado) y Sammy (Stephen McKinley Henderson, en una actuación de viejo lobo que termina de cerrar todo el poderío del tinglado) son los cuatro periodistas y fotógrafas que viajan desde una Nueva York en el que los más pobres son reconvenidos a macanazo limpio a no andar exigiendo esa agua que necesitan para seguir viviendo, hasta un Washington D.C. en el que un presidente fascista se ha atrincherado después de haberse cargado al país con una política de disparar primero y averiguar después.
Por lo tanto, Civil War está muy lejos de ser una distopía lejana, significándose, en cambio, como un retrato costumbrista del abismo presente. De una tierra rota, dividida, polarizada, perseguida por eternos fantasmas de odio y violencia que germinan en milicias que, cuáles carteles mexicanos, gustan de abrir grandes hoyos en la tierra para enterrar a sus contrarios. Los cuales, en una de las propuestas más arriesgadas de Garland, no se sabe ni quiénes son, ni a quién obedecen, ni cuáles son los bandos, ni de qué pueden ir cada uno de sus posibles disgustos y motivaciones. Dejando en claro que en las guerras ultraviolentas de hoy la principal motivación para reventarlo todo es la destrucción, la muerte, la suma necesidad de desaparecer y suprimir al otro.
No hay mensaje en Guerra Civil que uno pueda llevarse a la cama para dormir con esperanza. Lo que persiste por encima de todo es la certeza del horror, de los sueños que arden y se diluyen entre la mano que crea y la que mata, la que aniquila, la que enseña a pescar y la que un segundo después se abre a secarlo todo.
El antimilitarismo surrealista y operístico del Apocalipsis Ahora (1979) de Francis Ford Coppola, el nerviosismo reporteril ante el caos terrorífico salido de ninguna parte con los balazos desintegrándose en tu cara, de Salvador (1986) de Oliver Stone, la vena infrarrealista y a veces poco más que insoportable, de Ven y mira (1985) de Elem Klimov; Alex Garland lo ha absorbido todo, apuntando alto, fuerte y sin guardarse nada. Incluso en su búsqueda de restituirle al fotoperiodismo, su papel de verdadero testigo de las cosas en tiempos en los que la atención informativa de la audiencia se reduce a los segundos que pueda exigirle la profundidad de un TikTok.
Guerra civil es cine puro. Cine que no busca ser perfecto, sino rabioso, concentrado y necesario. Es en ese sentido en el que Alex Garland se ha aventado un triunfo. Ha hecho un filme de 75 millones de dólares de presupuesto furibundamente político, desafiante, incómodo y absolutamente terrorífico (sobre todo para aquellos que piensan que después del asalto al Capitolio de enero del 2021 y el que casi un millón de estadounidenses vivan en la calle, lo narrado en la película califica como ciencia ficción). En tiempos de abierta demencia como los que corren, el arte debe atreverse siempre a apretar el acelerador.
1 Comentario
Nomad
Personalmente, esperaba que la película se centrara más en el discurso político, aspecto en el que considero que no cumplió mis expectativas. Sin embargo, como retrato del periodismo, sí logró presentar momentos destacados. Aunque anticipaba algo más, no diría que la película resultó decepcionante. ✩✩✩
Felicidades por regresar a la crítica cinematográfica, eres un buen referente en el tema.