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Bebé Reno, excepción humana frente al algoritmo mediocre

Por Rodrigo Islas Brito

Dolor y daño son estados de espíritu y conciencia que marcan el pesadillesco y luminoso viaje que envuelve a Bebé Reno (Reino Unido, 2024), miniserie que la Netflix imperial ha colocado, prácticamente sin ningún tipo de campaña publicitaria de por medio, en el ánimo mundial de la diversión, la conmoción y el llanto.

El hasta ahora desconocido guionista, dramaturgo y actor, Richard Gadd (1989) entrega una buena parte de su alma al adaptar a un serial de siete capítulos de media hora, su experiencia de acoso romántico y existencial vivido a manos y cuarenta mil mensajes de texto, de una mujer robusta, obsesa y mentalmente inestable (interpretada en pantalla con una exuberante psicopatía por Jessica Gunning).

La serie conocida en España como Mi reno de peluche, es una afortunada apuesta por encontrarle el lado humano a la desgracia, por plantear una articulada oposición a los derroteros sin imaginación ni chiste de ese cine de algoritmo que hoy inunda a las plataformas de series, miniseries y películas, convirtiendo la experiencia audiovisual en un déjà vu eternamente mediocre e inofensivo. 

Lo hace incluso en las entrañas de ese corporativo omnipotente llamado Netflix, cuyo plan de negocios consiste en producir un sinfín de contenido semanal en el que ni la calidad, ni la profundidad en lo narrado ha sido en lo absoluto una constante.

Bebé Reno rompe con esa estética genérica, apagada, con ese contenido chato e inerte en el que a la transnacional de la letra roja, no le importa si gran parte de sus series desaparecen mañana en la mar de su mezquindad creativa, cuando ya existen otras cuatro igual de mediocres que en una semana vendrán a sustituir cada uno de sus 60 estrenos mensuales. 

Gadd y las directoras Weronika Tofilska (co guionista de la sensual Love Lies Bleeding) y Josephine Bornebusch, persisten en su convicción de respetar la inteligencia de su público, de ir más allá de los límites de los estímulos de su psique, de desnudar todos los trágicos, románticos, solitarios, tiernos y enfermos sucesos que envuelven las vidas de gente.

Es verdad que muchas de las acciones de los personajes de Bebé Reno no tienen sentido en un primer vistazo, pero hay que quedarse con ellos para terminar de entender de qué van esas condenas que arrojan los suplicios de las almas rotas. 

Es en esa sinceridad de miras donde Bebé Reno ha podido encontrar su camino a la viralidad que hoy la tiene colocada en redes sociales como valuarte de entendimiento de las enfermedades mentales. 

¿Será otra forma de mercadotecnia de Netflix ésta de abrazar contenidos bien hechos, veraces y narrativamente arriesgados? Ojalá que no. Luchar contra el algoritmo nunca será convertirse en uno.

Por lo pronto, Bebé Reno se vuelve aún más disfrutable en la absorción de las inspiraciones más variadas. Ahí está el sentido y colorido patetismo de standupero que no hace reír a nadie, Rupert Pupkin (Robert De Niro) en El rey de la comedia de Martin Scorsese; la fe en el Dios de las causas perdidas y kafkianas del cine de Charlie Kaufman (Adaptación, Estoy pensando en dejarlo);  la endemoniada vulnerabilidad de la enamorada celadora Kathy Bates en Miseria de Rob Reiner, basada en una novela de Stephen King, e incluso la identificación extra cinematográfica de diversos podcast de conversación realizados para testimoniar crueles rupturas amorosas definidas siempre por una moralidad diáfana, fallida y tremendamente terrenal.

 Es de celebrarse, pues, que la última tendencia narrativa de internet realmente esté contando algo, que verdaderamente le haya apostado a tratar sobre el terrible misterio que encierran los seres humanos.

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