Compartir
Esta columna es personal. No pude sustraerme. Un día como hoy, hace 34 años nació María del Sol Cruz Jarquín, eran poco más de las 8 de la mañana. Una niña fuerte desde el vientre materno, decidida a nacer en su momento, durante largo rato permaneció con los ojos abiertos, moviendo la cabeza de un lado a otro, supongo que, mirando entre luces y sombras, atenta al “ruido” de la vida.
Desde hace seis años en casa no celebramos su nacimiento, nos acordamos de ella y abrazamos el regalo de ese tiempo compartido, algunos diluidos en la memoria, personalmente me aterra el olvido. Nos hace falta su alegría, su sonrisa, su constante reinversión de ella misma, el movimiento de sus pasos apresurados, su ansiedad por ser y estar, por aprender, por conocer, por escuchar, por hablar, contar y cantar, por sus diminutos silencios, por acelerada, por entusiasmada, por su corazón compasivo, su negación ante lo injusto.
Fui su madre terrenal, ahora ella es una estrella que brilla en algún punto del cielo, una hoja con los colores de otoño que viaja sobre un arroyo; los maizales secos, dorados o tostados por el sol; los pescadores de una playa haciéndose a la mar en una tarde noche; la sonrisa de una niña que sostiene unos naipes entre sus manos; un niño en medio de un juego de luces; un camión de carga ladeándose sobre una carretera; el viento jugando con las nubes; la mirada hacia el infinito de una mujer de edad y de rostro arrugado, como las fotografías que un día tomó, incluyéndose a ella misma, sonriendo, feliz…
A seis años y meses de distancia de una ausencia forzada, indeseada e inesperada, no imagino cuántas cosas habría hecho en ese tiempo que le fue arrebatado, en cambio, una historia distinta y suspendida se ha escrito entre miles de hojas de papel tamaño oficio, con sellos azules o rojos, membretes negros, fojas numerados donde se hace un recuento de hipótesis, investigaciones inconclusas, confusas, nombres, lugares, momentos, entrevistas judiciales que parecen haber sido hechas con desgano, prisa y falta de interés, miles de hojas tamaño oficio cosidas con hilo de cáñamo de seis carpetas “de investigación” que parecen competir entre ellas, por ver cual pesa más y no para caminar hacia la verdad. No imagino cuánto más habría hecho María del Sol, en estos seis años…los otros, en complicidad con otros, han escrito otra historia.
Ella, que nació en octubre, siempre fue una especie de remolino y hasta uno que otro huracán, nos ha dejado esa desolación tras su pasó, inundadas del agua de mar que se desbordó desde adentro y aunque ella siempre es algo más y está en otro lugar, me hará falta y me río cuando siendo adolescente le decía que no podría irse de mi lado, porque debía cuidarme hasta mi muerte, por ser la hija menor, como Tita, el personaje de la novela Como Agua para Chocolate de Laura Esquivel. Claro, me tiraba de a loca y nos reíamos juntas.
Ella no está más desde el 2 de junio de 2018, ese día la tragedia del país violento en que vivimos nos alcanzó, tocó la puerta de nuestras vidas. Esa fecha y la de su cumpleaños, 10 de octubre, producen sentimientos diferentes. La de junio me recuerda este país injusto, impune y pantanoso, el país que llora y cada día sale a las calles a exigir lo que no existe: ¡justicia!; lo que no ven: ¡justicia!; lo que no escuchan: ¡justicia!; lo que no sienten: ¡justicia! Mi abuela Lucha me diría no le pidas peras al olmo.
Octubre es distinto, es volver a ella desde su vida, repasar su presencia,su paso fugaz, tratar de agradecer lo que aprendimos, lo que tuvimos, abrazar lo que nos queda y que, paradójicamente, no se puede contener entre los brazos, pero hay algo que está adentro, en el alma, ahí se toca, ahí se habla, ahí se abraza. Maniática idea de la existencia-inexistencia, de no entender la muerte forzada, indeseada e inesperada y añadiría innecesaria en ese afán de contener la vida, de celebrar los 34 años que estaría cumpliendo y que desde hace seis años no podemos, aunque estemos en octubre.
Por eso es personal esta columna. Mi hija tenía 27 años cuando disparos desde la oscuridad de una calle terminaron con su vida y la de dos personas con las que caminaba. Ella, desde la definición sobre los tipos de feminicidio que hizo la académica Julia Monárrez Fragoso, fue la víctima de un feminicidio por conexión, en un atentado dirigido a la integrante de una planilla que competía por la presidencia municipal de Juchitán de Zaragoza, Pamela Terán Pineda y su chofer Adelfo Jiménez Guerra.
Se abrieron seis carpetas de investigación por diversos delitos cometidos antes, durante y después del atentado del 2 de junio de 2018 en contra de mi hija. Acompañada siempre, toqué todas las puertas exigiendo justicia -la que no se ve, la que no se toca, la que no se siente-, tanto en el ámbito de las instituciones de Oaxaca como ante las instituciones federales y estamos esperando la respuesta de la CEDAW, donde en 2022 se denunció al Estado mexicano por la negar el acceso a la justicia. Hoy, en su cumpleaños, tengo que decir que todo sigue en total impunidad.