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Por Alvar González
Debe ser por mérito propio que una película logre generar un nivel de importancia y afecto, tanto en su forma de exhibición como en su proceso de rodaje, al punto de hacer casi imperceptible su visionado sin considerar el género cinematográfico, el cineasta al que pertenece la película o el nivel de realismo que cada vez la audiencia exige. Al menos, esa parece ser la intención implícita en su cartel promocional, que firma: Chicharras. Una película de Guelatao. Mientras tanto, en los créditos iniciales se describe como: Una pieza cinematográfica hecha por…, mencionando a más de veinte personas involucradas que también aparecen en los créditos finales. Además, se quiso incluir a Luna Marán en los roles de dirección y producción, pero no bajo el confort de una autoría convencional.
Este enfoque resulta difícil de describir, pues existe una costumbre de buscar siempre al director, su opinión, su entrevista, su visión como un rastro y una huella que dan seguridad. La autoría, entendida como un todo, se percibe como un apoyo que permite identificar una visión y, a su vez, una ceguera. Sin embargo, Chicharras plantea una forma de presentación distinta: una comunidad como propietaria, participante y creadora de la pieza. Esto conlleva a cuestionar cómo escribir sobre una película sin pensar en la autoría. A partir de aquí, se percibe un espacio enfocado en el bienestar común, en el cual la escasez de agua –una problemática que afecta a Guelatao y que hermana a muchos lugares en el ámbito nacional– emerge como un tema que todos los habitantes mencionan, junto con su relación con el amor, el matrimonio, el desempleo, la planificación familiar, la vida académica y el futuro del concepto de comunalidad.
Las chicharras, por su parte, se mantienen como una premonición de la llegada de la lluvia o, quizá, más acertadamente, como una metáfora justificada entre la incertidumbre y la esperanza de cada integrante. Aunque esta realidad social genera un efecto de tristeza, la comunidad se exhibe sentimentalmente y muestra sus carencias a través de una comedia que en ocasiones incluso parece ser la propia burla de aquella autoridad municipal que parecen preferir a diestra la diversión que preocuparse por sus diligencias laborales, pero dicho enfoque se trata con la suficiente distancia, que genera afecto y continuidad donde no necesariamente aboga a la identificación del público, sino se promueve un cine que invita a formar parte de su adhesión social y formal. Este planteamiento recuerda también a Tótem (Unidad de Montaje Dialéctico, 2022), cuyos créditos finales la describen como: Un ensayo cinematográfico compuesto por Unidad de Montaje Dialéctico (UMD). De manera similar, Chicharras desarrolla su discurso desde la presentación e identificación colectiva, alejándose de la autoría individual para convertirse en un ensayo comunitario. Ensayo como manera de escribir pero también donde se experimenta, comunitario por su parte, donde Chicharras se presenta en la clausura del festival de cine y radio comunitario “El lugar que habitamos”, acompañada de eventos alternos como música del proyecto Juchirap, la presentación de un cortometraje musicalizado, y sobre todo, de tomarse el tiempo en agradecer públicamente a las personas involucradas en dicho festival. Su proceso creativo se integra al desarrollo mismo de la obra, convirtiendo a Chicharras en un espacio mutuo donde las experiencias se comparten y viven colectivamente.
Desde el inicio, la película plantea un conflicto en el territorio de Guelatao de Juárez: la llegada de maquinaria para la construcción de una carretera se interrumpe porque nadie tiene conocimiento de su trabajo. La noción de comunalidad se presenta de manera didáctica, mostrando cómo la comunidad enfrenta lo desconocido con paciencia y confianza, en donde también se omite la noción actoral “profesional”, y sobre todo, el rescate de un cine donde el amor y la música se cree superado, Chicharras parece ser la premonición no sólo de la escasez del agua, sino también de un tipo de nostalgia donde los sentimientos se encuentran en pequeñas acciones sin pretender un cambio a nivel social, sino encontrar de aquellos momentos, una realidad dentro de su propio mundo. Su entendimiento sucede a través de la música, el canto, la bebida en mano, el desarrollo de una pareja que de manera breve se ha enamorado y piensan en casarse, o en los primeros planos de todos los rostros que están en su lugar, habitando, sin preocupación de tiempo de prisas o presión, esa es la virtud, el verdadero acompañamiento. No es una añoranza sino la sonrisa de aquella Época de Oro del cine mexicano, incluso desde antes, donde Chicharras reúne aquello perdido, menospreciado, por momentos, pero que no hay peor condición, de la que se ignora de su propio pasado, porque a veces lo tradicional es sinónimo de honestidad.