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Víctor Armando Cruz Chávez
La metáfora es parte inherente del habla cotidiana, pero hemos perdido la capacidad para reconocerla y apreciarla en su poder comunicante, en su facultad para crear puentes semánticos entre palabras y conceptos. Esos puentes contienen la sustancia más creativa del lenguaje: sustancia latente, con sus tesoros etimológicos que son un verdadero banquete para el filólogo, el lingüista o el escritor.
Quiero referirme, en particular, a dos vocablos emparentados por una bella metáfora: las palabras texto y textil. No es gratuito que ambas tengan sonidos muy similares porque las dos provienen del latín texere, que significa tejer. En ese sentido, texto es lo que ha sido tejido con palabras e ideas, con intención de que sea decodificado por un receptor y hacer efectivo el ciclo de la comunicación.
En un texto, entonces, las palabras son los hilos cuya asociación y sintaxis son la urdimbre y la trama para propiciar un tejido de significados donde se plasma la historia o la percepción poética del mundo. Para Juan Villoro, los textiles integran un complejo código de significados. En sus hilos se anudan la memoria, la identidad, las costumbres, los gustos y las condiciones de vida de los pueblos. No es casual que en maya el huipil también sea llamado ilb’al, que se traduce como “manuscrito pictórico” o “instrumento para ver”.[1]
Lo textil es lo textual, y eso ha formado parte de la literatura en memorables referencias donde los tejidos son justamente eso: un entramado de poesía e historia, como en el libro del Éxodo 35:25-26, que dice: Además todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado: azul, púrpura, carmesí o lino fino.Y todas las mujeres cuyo corazón las impulsó en sabiduría, hilaron pelo de cabra.
O aquella imagen clásica de Penélope en la Odisea, tejiendo un sudario tras la partida de Odiseo a la guerra de Troya. Ella ha prometido que, cuando termine la tela, elegirá pretendiente. Pero lo que teje de día lo desteje de noche, haciendo del tejido una estrategia para dilatar el tiempo y crear un laberinto lineal donde sucumbe la paciencia de los hombres.
Así, los textiles y bordados han sido un tema recurrente en la literatura por su gran poder metafórico y por formar parte de la propia evolución de la sociedad humana desde las perspectivas artesanal, creativa o industrial, en las cuales se desatan narrativas de explotación o del mundo trivial de la moda con sus espejismos de colores, telas y paraísos artificiales de amor y poder. Basta echarle una ojeada al internet para ver la gran cantidad de novelas escritas con el tema de la moda, los diseños, la costura y los textiles. Pero quizá, de lo contemporáneo, haya que citar Seda, de Alessandro Baricco, que es una historia de viajes y de tenue erotismo donde el telón de fondo es la industria de la seda trasplantada a Europa desde Oriente.
Sin embargo, en nuestro entorno más cercano, son escasos o infrecuentes los libros que, narrativamente, hagan de los textiles la sustancia de la trama. Corresponde al joven oaxaqueño Noa González darnos esa grata sorpresa, al enfocar el universo narrativo de su ópera prima en los textiles de algodón, no sólo con la sapiencia del tejedor y diseñador que es, sino con la sutil visión fabuladora y poética que sabe imprimir a los textos que integran Colores santos, libro publicado por la editorial oaxaqueña 1450 Ediciones.
Son varias las hebras que conforman el entramado de este libro, que se van entrecruzando para propiciar los nudos narrativos de sus cinco relatos. Por una parte, tenemos la presencia permanente del telar, llamado de pedal u horizontal, formado por un gran travesaño de madera rectangular, con un complejo sistema de cuerdas y poleas, rueda, caja, exprimideras, antepecho, peine, templete y bastidor, que son sólo unas de las más de cuarenta piezas que lo integran. Un telar que evolucionó desde el antiguo Egipto y Grecia, hasta convertirse en un artefacto de prodigios que, en Oaxaca, ha sido usado desde hace varios siglos en lugares como el barrio de Xochimilco y la comunidad de Teotitlán del Valle, ya sea para el trabajo del algodón o de la lana.
En estos cuentos, el telar es también una máquina del tiempo, una estructura viva hecha de memoria, con la que se dialoga y se urde la experiencia vital del narrador. El telar, aquí, también adquiere vida propia o es manipulado por fantasmas cuyos susurros se escuchan a lo largo de los relatos.
En Colores santos, el tejedor lleva la voz narrativa. El artesano-fabulador se integra orgánicamente a la máquina, y en esa sincronía va urdiendo un lirismo que se inserta con fuerza sonora en el lienzo de la vida. Y ello se percibe, sobre todo, en el relato Flor amarilla, donde el narrador-poeta dice:
No tengo corazón para enjaular a las aves, por eso mejor las bordo.
El tejer es otra clase de silencio, un silencio que posee ritmo.
Lo que no puedo comunicar con palabras lo tejo, y lo que no puedo expresar con mis tejidos lo escribo.
Otra de las hebras fundamentales de este libro es el personaje del abuelo, un sabio tejedor muerto hace años, inventor de nuevos repasos en el textil, cuya figura tutelar se inserta como un hilo de añoranza en cada texto. El abuelo es la personificación de la nostalgia hecha tela, sonido, ritmo y portento en cada movimiento de lanzadera para crear un puente en el tiempo que, por momentos, nos regresa a la infancia. El recuerdo del abuelo está, entonces, bellamente bordado en estas páginas. Ello nos remite a que, recordar, deriva del latín re-cordis y su traducción sería: volver a pasar por el corazón, como pasan los hilos en el alma de la tela.
Finalmente, Colores santos es una poética de la mujer y del viaje. Mujer que puede tener los nombres de Rita, Violeta o Laura. Con ella se recorren los caminos recónditos de Oaxaca para que el viaje sea una metáfora de la búsqueda incesante de lo que hemos perdido. Pero como dice José Saramago: el viaje no termina jamás. Sólo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración… el objetivo de un viaje es sólo el inicio de otro viaje. Como este libro, que será el inicio de otros viajes a través de la imaginación poética de Noa González.
[1] https://www.amigosmap.org.mx/textos/el-textil-y-el-texto/