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Después del poderoso documental “El Apagón – Aquí vive gente” sobre las desigualdades del sector inmobiliario en Puerto Rico, video con más de 15 millones de reproducciones a la fecha en poco más de dos años, la figura de un artista global con consciencia sobre sus problemáticas locales me pareció que se encarnaba en el Reggaetonero. Después de ver el corto “DeBÍ TiRAR MáS FOToS” de Bad Bunny mis expectativas sobre el nuevo álbum crecieron exponencialmente, expectativas que al principio no se cumplieron. Lo platiqué con mi hermana y ella solo me respondió que “por fin Bad Bunny dejó de hacer música para gringos”.
Posiblemente yo esperaba música más en tendencia, comercial, y por eso tuve que escucharlo varias veces e investigar un poco más para poder entenderlo. Este nuevo álbum vuelve a los sonidos de su tierra, mucha armonía de instrumentos locales, géneros como la música jíbara, la bomba y la plena, y por supuesto reggaetón del duro. Está cargado de metáforas poderosas sobre la nostalgia, una cualidad de la memoria que emerge cuando se es consciente de una transformación importante del entorno, no necesariamente agresiva, al contrario, muchas veces sutil, pero no por eso menos violenta.
A pesar de esta introducción, no es mi intención hacer una reseña o análisis de este disco, me interesa la carga de arrepentimiento detrás del eslogan. “Cuando llegas a esta edad recordar no es tan fácil”, dice el protagonista interpretado por el cineasta y poeta Jacobo Morales en el corto que precede al álbum, luego sentencia “debí tirar más fotos”. La fotografía aquí se presenta como una herramienta de conservación de la memoria, de resistencia. Una prueba que legitima la existencia del pasado, sin la cual somos presa del olvido. No basta con saber que las cosas antes eran diferentes, hay que tener pruebas de ello. En parte es así.
Por supuesto que los cambios en el territorio no son exclusivamente del paisaje visual. El corto es muy explícito respecto a esto. Cambia el paisaje sonoro, las costumbres, el lenguaje, la comida, e incluso las formas de pagar un pan. Es verdad que el cambio es la constante en la vida, pero estos cambios no son fortuitos, son producto de una relación de poder desigual que venimos arrastrando históricamente como civilización, aunque con nombres nuevos y formas menos directas, la gentrificación es una forma contemporánea de colonialismo.
Para el caso de Puerto Rico, Bad Bunny apela al registro de la vida en el tiempo. Su discurso en torno al uso de la fotografía es romántico, una posibilidad a la mano de la gente local para preservar sus recuerdos, y por tanto su forma de vida. No hay otra intención más que vivir el momento cuando aprietas el obturador, después de todo, somos nosotros mismos quienes nos tomamos fotos. La ausencia de la fotografía es el olvido, una falta de compromiso con la vida. Sin embargo, ¿qué sucede cuándo la fotografía es la herramienta que está construyendo el olvido?
Turistificación y régimen visual en Oaxaca
Algunos de los primeros objetivos para quienes nos iniciamos en el arte de la fotografía en Oaxaca es el registro de la cultura. Internalizamos el discurso de vivir en un estado culturalmente diverso, nos encantamos con la fuerza de las expresiones visuales en la vestimenta, la arquitectura, la comida, los bailes, la fiesta, en una lista interminable de cultura material que ocupa los primeros planos de una búsqueda rápida de nuestro estado en cualquier red social. Un Oaxaca romántico que inhibe los conflictos inherentes a la diversidad, y desdibuja las problemáticas sociales y políticos que sufrimos los habitantes locales, para quienes nada de la cultura material es de acceso cotidiano, ni la vestimenta, ni la arquitectura, ni la comida, ni los bailes, ni la fiesta.
De manera inconsciente, nos preocupamos por la cultura, pero construimos imágenes artificiales, propia de una voluntad de Estado, independiente del gobierno en turno, que presenta a Oaxaca a nivel internacional como una fiesta interminable donde todos somos amables y felices. ¿Esto está mal? No es conveniente deslindar responsabilidades individuales ante problemas estructurales. Estamos frente a un régimen visual que determina la composición de la fotografía mucho antes de que si quiera enciendas tu cámara (o recorras el carrete, si tiras análogo). Adultos mayores con flores, personas caminando junto a un esténcil, chinas oaxaqueñas bailando, alguien quemando un toro, infancias vestidas de tiliches o algún diablo aceitado, ¿cuántas de esas fotos hemos tirado?, ¿cuántas más debemos seguir tirando?
En el caso de Oaxaca de Juárez, la ciudad que se apropia de la diversidad cultural y la generaliza, la fotografía no es un acto neutral, está perfilado para ser la herramienta por antonomasia en la construcción de una ciudad turística. El principal objetivo es embellecer lo genérico y borrar lo incómodo para el extranjero, atrapar sus ojos y despertar su deseo de consumo. Las personas que vivimos aquí, así como las actividades que realizamos, son presentadas como mercancías exóticas, dóciles, coloridas, serviciales. Pero somos mucho más que eso, la fotografía también es mucho más que una herramienta para construir una identidad exotizada.
Quizá valga la pena replantear la mirada hacia nosotros mismos. ¿Qué no estamos viendo en este momento por ver lo obvio? ¿Qué pasa si dejamos de fotografiar el centro histórico? ¿Qué tan extractivista es normalizar el tiliche, personaje de una región diferente, en las calendas y fiestas de otras regiones? ¿Dónde está la gente local del centro histórico? ¿Por qué la gente que trabaja en gobierno se viste siempre con textiles de comunidades originarias, mientras en los pueblos usamos las playeras de los partidos políticos como ropa de trabajo o pijama? Bueno, puede que la última pregunta no te haga tanto sentido, pero la fotografía sirve para cuestionar lo que vemos, y yo me cuestiono eso, desde situaciones risibles y absurdas, hasta cosas más complejas como la identidad, la representación y autorrepresentación.
Y ante la pregunta sobre si debemos tirar más fotos, la respuesta es personal, pero yo digo que sí. Sobre todo cuando quien hace la fotografía es alguien local y retrata su propia vida, su propia comunidad. En los pueblos donde no ha llegado el turista con su cámara invasiva, es urgente y necesario documentar cómo realmente se vive en Oaxaca. En algún momento de la historia esas fotos serán nuestras armas para no olvidar nuestras particularidades, porque la fotografía que se hace en el centro las está borrando. Debemos hacer más fotos sí, pero también debemos pensar en qué tipo de discurso, en qué tipo de verdad en el tiempo estamos construyendo con nuestras imágenes, y ojalá que nuestras fotos no favorezcan la simulación, si no la identidad, el recuerdo, el arraigo, porque el turismo y la gentrificación nos está desplazando de nuestro lugar en el mundo.
La parte del corto que me conmovió más es cuando el protagonista pregunta a la empleada de la panadería si le puede pagar después. El concepto de fiar la mercancía es un chiste, un impensable, una burla para las políticas de las empresas transnacionales, incluso de las cadenas locales. No conocemos a la gente a la que le compramos, no sabemos quiénes son los verdaderos dueños de las cosas, los empleados de mostrador no saben quiénes son sus clientes, un pedazo de papel o de plástico regula nuestros intercambios comerciales, no necesitamos saber nuestros nombres ni mucho menos cómo estamos. Dependiendo de la perspectiva, pedir fiado puede ser ocasión de una risa, o una lagrima, quizá ambos. El señor le responde que él es un habitante originario, pero el ser originario ha perdido la garantía del reconocimiento mutuo, no es tu vecino el de la tienda que sabe que puedes pagarle después. En un escenario globalizado el mundo cada vez es más pequeño, y al mismo tiempo nadie se conoce realmente.