El sentido ritual de la «fiesta racial» de Oaxaca
Culminó la celebración oficial de la Guelaguetza, se acabaron las imágenes coloridas y la fiesta en todos los diarios locales, ciberperiódicos o portales informativos como usted le llame, con ello quizá y lamentablemente para algunos empresarios, comerciantes y personas artesanas también terminé el flujo de este mercado que ofertó y comercializó durante dos semanas todo lo relativo a la llamada “fiesta racial”, ahora bajo el concepto “turismo cultural”.
Oportunidad tal vez para conocer de la otra Guelaguetza, aquella que surgió después del terremoto del 31 de enero de 1931, cuando en Oaxaca se vivía un proceso histórico y político de reconstrucción que a nivel local fue aprovechado para exaltar la cultura regional.
“La ciudad estaba deshecha, se destruyó, toda la parte de Independencia, Reforma y Fiallo también se destruyeron. Estas calles que ahora alojan casas estilo francés, en alguna etapa de la historia tenía algunas casas de tipo colonial”, recuerda nuestro narrador, el arquitecto José Márquez Pérez, originario de esta ciudad e integrante de una de las asociaciones civiles que se ha ocupado del patrimonio cultural en el estado.
En ese tiempo, la ciudad de Oaxaca tenía 43 mil habitantes, después de terremoto quedaron 21 mil, relata nuestro entrevistado, quien recuerda que en ese momento, después de la tragedia, las casas se vendían hasta en 5 mil pesos.
“Fue en ese entonces cuando el español Vidal García compró una gran cantidad de casas”.
1932, el inicio de una nueva etapa
En ese entonces estaba de gobernador Francisco López Cortés, gente muy allegada a Plutarco Elías Calles, el representante de la Revolución en Oaxaca, según algunos testimonios periodísticos de esas fechas, era el jefe político de la Revolución en Oaxaca, abogado, de “una gran generación de abogados”, dice nuestro relator.
Tras los hechos, Oaxaca era un espacio deshecho, la gente se había ido, emigró en busca de un mejor lugar para vivir.Los terremotos no solo destruyeron casas sino también la economía local, basada principalmente en el comercio; fue entonces cuando la sociedad civil organizada planteó una nueva organización y de entre las propuestas surgió un festival racial.
Se convocó a todos las regiones del estado de Oaxaca para que vinieran a presentar sus aspectos culturales, música, su vestimenta y también una exposición de sus productos artesanales y agropecuarios.
Decidieron hacerlo en lo que antes era el llamado Paraje de la Azucena, hoy Rotonda de las Azucenas, ahí en el cerro, donde actualmente el gobernador del estado y el secretario de Turismo planeaban hacer su centro de convenciones.
Era un “hondonadita” natural recuerda, era como un centro ceremonial, ahí improvisaron un escenario natural.
La exposición primero se realizó en la ex Hacienda Aguilera, en donde hoy es la sede de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO).
Ahí se expusieron hortalizas, semillas, pinturas, esculturas, fotografías, ganado, aceites, jabones, avicultura, armería, palma, productos de ebanistería, zapatería, sombrerería, minería, cerámica, curtiduría, peletería, talabartería, sarapes, tejidos varios, café, y otros derivados de la industria platanera, y hasta encajes, mármoles, grabitos, ropas regionales, y accesorios de plata.
Ese fue el origen de la Guelaguetza dice Márquez, información que también y de manera más extensa narra el historiador del CIESAS, Jesús Lizama.
Tuvo tanto impacto porque por primera vez se veía la riqueza cultural del estado, una muestra amplísima de lo que las poblaciones de las distintas regiones tenían como riqueza natural.
“Ahí no había restricciones de quienes venían, ni cómo había que vestirse, la manifestación era auténtica, en las comunidades decidían quienes serían sus representantes. Su vestimenta y su música era tan vasta porque en Oaxaca había y hay, hasta la fecha, un sentido musical que es casi natural”, destaca.
Los nuevos elementos
La Danza de la Piña es un invento, dice nuestro relator, con el riesgo de ganarse la enemistad de la más mandona de estas fiestas, “Doña Autenticidad”.
“De repente, se les ocurre traer a Oaxaca un espectáculo de Tuxtepec, una región importantísima desde el Porfiriato, que contaba con una riqueza natural por la cantidad de agua y las tierras, ahí sembraban piedras y crecían”, bromea. Entonces Tuxtepec quiso introducirse, pero fue cuando empezó a hacerse espectáculo.
Ya entrado en la relatoría, se aventura a repetir algo que puede ser un mito: “las mujeres casaderas venían, pues veían aquí la vía para conquistar y hacen su propio baile, pero no es autóctono señala”, porque los bailes originales son también rituales”.
El comercio de los rituales y la cultura de los pueblos
La cuestión folclórica de repente estalla porque empiezan a verse como un negocio. El primer grupo importante fue el grupo folclórico de la Universidad, y fueron jóvenes que se organizaron para hacer los bailables de las regiones.
“Entre los que bailaban la Danza de la Pluma, estaba un muchacho llamado Jaime Jarquín, que era un excelente interprete del papel de Moctezuma, pero, no es lo mismo bailar con gracia y soltura que comprender, sentir o tener el sentido ritual que tiene cada baile, eran danzas rituales, todo va ligado a la relación con la naturaleza, las danzas de cada región tienen un fondo más de la Cosmogonía de nuestros pueblos, ahora ya es un espectáculo comercial que busca vender todo lo posible”.
La llegada de un gobernador empresario
Posteriormente, décadas después con la llegada de Víctor Bravo Ahuja, un destacado ingeniero y político mexicano, que también fue un destacado empresario, como gobernador de Oaxaca, la fiesta de la Guelaguetza se empezó a transformar.
“Tenía una visión empresarial, el presidente Díaz Ordaz lo escogió porque supuso que con este hombre iban a desarrollar Oaxaca”.
Víctor Bravo Ahuja casi estaba desarraigado de Oaxaca, era gente importante en el ámbito educativo pero con visión empresarial, insistió.
Así que el primer año que le tocó disfrutar y ver el escenario, vio en él algo más y propone un “estadio” abierto, un Teatro Griego, y que la ciudad sea el telón de fondo la ciudad y acomodando para que no se rompa la estructura natural, esa fue su visión.
Con ayuda de un pintor, Alfredo Canseco, diseñan este espacio, y un espectáculo en el que fueron incluidas celebraciones como el Bani Stui Gulal, un concurso Diosa Centéotl, un desfile de delegaciones o la representación de la Leyenda Donají.
De acuerdo con el historiador Lizama, se puede observar, a lo largo del año, diversas festividades en las que la comida, los dulces, la música o el mezcal forman parte de ellas.
Por otro lado, fuera del tiempo de celebración de la Guelaguetza nunca observaremos la realización del Bani Stui Gulal, de un concurso Diosa Centéotl, de un desfile de delegaciones o la representación de la Leyenda Donají, ya que éstos solamente existen en relación a esa festividad, fueron creados cuando la Guelaguetza se empezó a comercializar.
Al final se volvió un espectáculo, luego vieron que se podía convertir en un gran negocio, esa fue y tal vez sigue siendo la visión; al tiempo que se «rescata» lo tradicional y lo folclórico, vieron cómo “sacarle jugo” y procuraron venderlo bien, ese fue el criterio. La Romería popular comenzó a deformarse. A partir de ahí comenzó lo que ahora conocemos como la Guelaguetza, hoy es un espectáculo.
Pero ese lugar siempre ha sido un sitio histórico, hasta hoy es un símbolo, sobre todo un símbolo de la reconstrucción del siglo XX”, finaliza el arquitecto José Márquez, conocedor y estudioso de la cultura y el patrimonio de Oaxaca.