Atziri Ávila
Viajé de la Ciudad de México a Amsterdam en el vuelo KLM Royal Dutch 686. Después volé hacia Dublín, Irlanda, donde llegué la tarde del 12 de marzo. Sin problemas. Mientras estaba en el aire, el 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al Coronavirus (COVID 19) como una pandemia mundial.
En el aeropuerto de Schiphol en Amsterdam conocí a una joven mexicana que también viajaba a Irlanda. Había encontrado un vuelo barato y decidió pasar quince días en Dublín. Era su primer viaje sola y la primera vez en Irlanda. Le compartí nombres de algunos lugares que, según yo, no debía dejar de visitar. Traté de minar su preocupación diciéndole que la gente en Irlanda es muy amigable. Los irlandeses son conocidos por su calidez y compasión y seguro, si se encontraba con alguna dificultad, habría alguien que la apoyaría.
La esperé para verificar que no había tenido problemas con su pasaporte, como buena defensora de los derechos humanos, con la experiencia de tratar con agentes de inmigración y aeropuertos desde niña. Cuando nuestras maletas llegaron nos despedimos.
Tuve que correr para no hacer esperar a mis colegas Meg y Nantke. Ambas son integrantes de Front Line Defenders (FLD), la organización con la que planeé este viaje y quienes me brindaron todo el apoyo para organizar mi estadía en Irlanda.
Meg y Nantke no estaban en la sala de llegadas. Si estuviera en México no me habría preocupado, la puntualidad no es nuestro fuerte. Pero aquí era una señal de que algo andaba mal. Llamé a Tara, una de las coordinadoras de FLD para asegurarme de que mis colegas estaban en la terminal correcta del aeropuerto. Envié fotos del lugar exacto donde estaba y de las maletas que siempre me acompañan en mis viajes largos.
Tara me confirmó que las cosas no estaban bien. Horas antes, el Primer Ministro de Irlanda, Leo Varadkar, había anunciado las primeras medidas para combatir el Coronavirus. El tráfico en Dublín estaba fuera de lo común por la alarma. Meg y Nantke llegaron minutos más tarde.
Ambas traían una botella grande de agua, Nantke una extra para mí. Aunque la alegría de encontrarnos era notable, solo extendieron sus brazos a casi un metro de distancia. «Bienvenida Atziri, no podemos abrazarte pero estamos muy felices de que estés aquí», me dijo Meg. Nantke extendió las manos diciendo: «Toma, necesitamos estar bien hidratadas y lavarnos las manos constantemente».
Antes de hacer el viaje, hablamos sobre el Coronavirus pero no imaginamos cuánto aumentaría. Al principio, yo pensé que solo afectaría a China o a la pequeña provincia de Hubei. También pensé que quizá era una estrategia política o económica. La experiencia del “Chupacabras” o la influenza en México me hizo dudar de lo que realmente estaba sucediendo. En Irlanda me di cuenta que estaba equivocada.
Ya en el auto, me explicaron que el gobierno irlandés anunció el cierre de las escuelas durante dos semanas y pidió reducir la interacción social e implementar el trabajo a distancia, o trabajar desde casa.
El tránsito parecía normal. Nunca escuché el ruido del claxón, tampoco vi algún carro rebasando a otro. Todo parecía armonioso. De camino a mi alojamiento, Meg dijo que pronto cruzaríamos el río Liffey, que atraviesa Dublín de oeste a este y divide la ciudad de Norte a Sur. Lo recorrimos mientras veía las casas georgianas con puertas pintadas de colores vivos.
En menos de una hora llegamos al lugar donde trabajaría por tres meses de manera cercana con Front Line Defenders, una organización que desde 2001 se dedica a fortalecer la protección de las personas defensoras de los derechos humanos y periodistas alrededor del mundo. Planeaba unos días libres y clases para reforzar mi inglés, pero el Covid 19 cambió los planes, incluyendo mi lugar de residencia.
Dejé las maletas y descansé un poco, más tarde Nantke y yo decidimos ir por comida. Trabajar desde casa, con una interacción social reducida, significaba que necesitábamos comprar una cantidad razonable.
Siempre he sido friolenta, a pesar de ser originaria de Tlaxiaco , la “Tierra de las nubes”, un lugar entre las montañas de Oaxaca donde hace frío la mayor parte del año. Si hubiese estado sola no habría salido al ver el cielo oscuro y sentir los 9 grados. Pero siempre hay alguien que nos ánima.
“El clima en Irlanda siempre es así, puedes tener las cuatro estaciones del año en un solo día. Puede estar soleado y de repente llover, así que eso no cambia la dinámica del día, más bien tienes que adaptarte y seguir”, dijo Nantke, un joven colega de Alemania que desde hace año y medio vivía en Dublín.
Tomamos nuestros abrigos y nos dirigimos al supermercado más cercano. La mayoría de los estantes estaban vacíos. El papel y los productos de limpieza prácticamente habían desaparecido.
Llevamos las compras a casa y luego fuimos a un restaurante hindú a la cena de bienvenida. Lo primero fue una sopa caliente. “Esto las salvará del Coronavirus”, nos dijo el mesero con una sonrisa. Estaba deliciosa, disfrutamos sin imaginar lo que vendría. El restaurante cerró unos días después por la pandemia.
Al día siguiente nos reunimos para planear algunos cambios de mi estadía. Por primera vez pisé la oficina de Front Line Defenders en Dublín, cuyo trabajo conozco desde hace una década. Nunca imaginé estar ahí.
Recordé que 10 años atrás estaba sentada en mi pequeño escritorio de Tlapa, Guerrero en el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, donde recibíamos sus mensajes solidarios cuando los defensores comunitarios eran agredidos, encarcelados, desaparecidos o asesinados. No les ubicaba geográficamente, pero imaginaba un lugar muy frío. Desde entonces agradezco su labor, han sido un bálsamo para la comunidad internacional de defensores de los derechos humanos. A pesar de la distancia, siempre les sentimos cerca.
La escuela a la que iría a reforzar el inglés cerró el día que aterricé. Las clases tendrían que esperar. Pensamos en aprovechar las dos primeras semanas para visitar algunos lugares de la ciudad. Un test en línea fue la solución.
Dos días después, tomé el bus con una colega de Armenia para conocer los orígenes celtas de esta hermosa isla. A bordo viajaban personas de Japón, Canadá, Rusia, España y yo de México. La noticia del Coronavirus a muchos les llegó en medio de sus viajes. Pienso que nadie imaginaba la dimensión.
En el camino vimos todos los tonos de verde jamás imaginados, bellos paisajes, construcciones de granito, las vacas más grandes que había visto en mi vida, castillos, un mundo inimaginable hasta entonces.
La primera escala fue Galway, en la costa oeste de Irlanda, que entre su belleza alberga el museo dedicado al irlandés James Joyce, escritor aclamado por su obra maestra, Ulises. El museo está ubicado en la antigua casa familiar de su esposa, Nora Barnacle.
Era inicio de semana pero parecía un día feriado. Buscamos en una farmacia gel antibacterial y en ese momento supimos que se había acabado en toda la ciudad. La gente lo estaba elaborando en casa.
Conforme avanzamos entre las montañas vi el efecto de las lluvias: tapizan de verde hasta el último rincón de la isla. Un enigmático paisaje con el que confirmé porque Irlanda es considerado un país de leyenda. Hadas, gnomos, vikingos, la Edad Media, la Revolución. La lluvia arreció en algún momento, pero no nos desanimó. Pensé que era una buena excusa para volver.
Regresamos a Dublín. En sus calles transitaban solo unas cuantas personas.Cinco meses antes, había estado en esta cosmopolita ciudad por primera vez. Había gente por todos lados. Los populares pubs donde habitualmente se reunía la gente para socializar, tomar un vaso de «Agua de vida» (Uisce Béatha) o whisky, una Guinness o una taza de té, ahora se veían desolados por la pandemia.
Todos acataron las medidas del gobierno. La música, y la tradición de Irlanda quedó en pausa. El Festival de San Patricio (St. Patrick’s Day) y su desfile que me habían recomendado compañeras defensoras estaba cancelado.
Esta fiesta nacional conmemora la muerte del santo patrón de la República de Irlanda, cuya llegada marcó el inicio del cristianismo. Según la leyenda, San Patricio transmitía el significado y la presencia de la Santísima Trinidad (padre, hijo y espíritu santo) a través de los tréboles de tres hojas, lo cual explica el verde colorido del desfile que tiene lugar año tras año. Otro pretexto para volver.
Las noticias eran poco alentadoras. Los monumentos, museos y sitios turísticos que planeábamos visitar también estaban cerrados. Para ese entonces, los gobiernos del mundo ya estaban cerrando las fronteras y los contagios por Coronavirus incrementaban sorprendentemente. Viajar de regreso a casa en medio de una pandemia era incluso más peligroso que quedarme aquí.
En medio de eso, una noticia positiva fue cuando Meg llamó para proponerme tomar clases privadas con Michael y Venetia maestros con 25 años de experiencia en la enseñanza del inglés, que bajo el programa de Homestay reciben a los aprendices en una especie de inmersión lingüística al comunicarse, aprender y vivir en el idioma. Para ese entonces, los gobiernos del mundo ya estaban cerrando las fronteras y los contagios por Coronavirus incrementaban sorpresivamente. Viajar a casa en medio de una pandemia era incluso más peligroso que quedarme aquí. Así que un día después comencé las clases.
Meg pidió que nos encontráramos a las 8:25 AM ya que el tren saldría de la estación a las 8:37. La precisión de los horarios me impresionó. Para no perder el tren fui 10 minutos antes. A las 9:00, tocábamos el timbre de Dun Laoghaire. Cada minuto estaba perfectamente calculado, así que durante los siguientes días tendría que seguir el mismo ritmo de tiempo.
Michael y Venetia inclinaban ligeramente la cabeza, unían las palmas frente a su pecho y repetían la palabra Namaste en señal de bienvenida; este saludo es utilizado en numerosas culturas y ahora ante el impedimento de un abrazo o un apretón de manos.
Meg y yo cumplimos con todo el protocolo. Colocamos nuestros abrigos en un sitio nos lavamos las manos durante al menos 30 segundos. Las nuevas normas como el uso de máscaras y el distanciamiento social, son ahora sinónimo de convivencia y la supervivencia.
Mientras las clases se desarrollaban, el Coronavirus se agudizaba en Italia, España, Francia e Inglaterra. Nueve días después, el gobierno irlandés anunció el endurecimiento de las medidas sanitarias para combatir la epidemia en este país.
El 24 de marzo, se dieron a conocer nuevas regulaciones para prevenir los desalojos para aquellos casos cuyos contratos de casas, departamentos u oficinas estuvieran por vencer e incluso que hubiesen vencido. Las autoridades instrumentaron el congelamiento de rentas durante el tiempo durará la emergencia.
El viernes 27 de marzo, regresé de clase caminando en el muelle a la orilla del mar. Observé cómo los señalamientos escritos en inglés e irlandés, como un esfuerzo para preservar su idioma original. En el piso las autoridades habían marcado la distancia que tendríamos que mantener entre una persona y otra.
Antes de ir a descansar, llamé a mi hermana Vania. Mientras hablábamos, Nantke tocó a mi puerta. Necesitaba hablar conmigo con urgencia. Alrededor de las 9:00 pm. el Primer Ministro de Irlanda había anunciado un nuevo paquete de medidas de protección para la población, que entrarían en vigencia a las 0:00 del 28 de marzo, es decir, cuatro horas más tarde, de modo que si quería continuar con mis clases de inglés tenía que mudarme a la casa de mis maestros esa misma noche. Empaqué mis cosas en media hora. Agradecí ser extremadamente ordenada.
A las 10:30 pm. los maestros pasaron por mí. «Parece una zona de guerra», dijo Venetia, quien vivió en Belfast durante la guerra civil. Rumbo a su casa, hablamos sobre las medidas: solo aquellos con una actividad laboral relacionada con los servicios esenciales de salud y atención social podían viajar al trabajo, los «trabajadores esenciales».
Solo una persona por familia podría comprar alimentos y artículos para el hogar; recoger comida preparada; asistir a citas médicas o recoger medicamentos y otros productos relacionados con la salud. Podríamos realizar actividades de ejercicio físico de forma breve e individual, dentro de un radio no mayor a 2 kilómetros del hogar. También se permitieron actividades agrícolas, producción de alimentos y cuidado de animales.
Se prohibieron todas las reuniones de carácter público o privado, de cualquier número de personas, que no residan en el mismo domicilio. Todas las tiendas no esenciales fueron cerradas. Se pospusieron todas las operaciones quirúrgicas no esenciales, así como todos los servicios de salud no esenciales. Las visitas a hospitales, residencias de personas de la tercera edad, centros de salud y prisiones también fueron canceladas, con ciertas excepciones por razones humanitarias.
Las farmacias podían dispensar medicamentos incluso si la validez de la receta ha expirado. El transporte público se limitaba solo a los trabajadores esenciales. Todos los hospitales privados fueron requisados a actuar como parte del sistema público durante esta emergencia, entre muchas otras medidas.
Poco a poco, llegaron los testimonios de casos estremecedores que se repitieron en todo el mundo. El 28 de marzo, Michael Glynn, un popular taxista de Dublín conocido como «Mick the Moan», murió después de contraer Coronavirus. Me estremeció que nadie de su familia pudo tocarlo para despedirse. Solo su familia inmediata pudo ir al funeral. Ver a su esposa e hijos separados alrededor de la tumba me impactó.
El pago por desempleo durante el período de Covid 19 sería de € 350 por semana, al menos hasta el 8 de junio, es decir, € 1,400.00 mensuales. En el caso de las empresas que muestran que han perdido al menos el 25% de su negocio, pueden reclamar como subsidio el 70% del salario neto de sus trabajadores (hasta un máximo de 410 € por empleado, cada semana). Un enorme abismo entre la realidad de Irlanda y México, a pesar de un contexto similar en cuanto a la pandemia.
El 2 de abril, desde el Castillo de Windsor, la Reina Isabel II de Inglaterra envió un mensaje al Reino Unido y reforzó el llamado a quedarse en casa para combatir la pandemia. Cuatro días después el gobierno británico informó que su Primer Ministro, Boris Johnson, había sido transferido a cuidados intensivos con Covid-19.
La Catedral de San Patricio, construida en un estilo gótico impresionante por los ingleses, se unió a otras para replicar sus campanas al mediodía, en agradecimiento al personal de salud, igual que otras iglesias presbiterianas y católicas, como reflejo de la dualidad religiosa en Irlanda. Cada noche a las ocho se repetía para agradecer a quienes dedican su vida a salvar otras vidas.
Las medidas permanecieron sin cambios al menos el 5 de mayo, fecha en la que anunciarían si las medidas se relajarían o fortalecerían. El radio para hacer ejercicio se incrementó de 2 a 5 kilómetros desde la casa pero ahora habría una mayor presencia de la policía en los espacios públicos para dispersar a las personas.
Actualmente en Irlanda 1,652 personas han muerto por Coronavirus. El número total de casos confirmados es de 24.990. Las medidas prevalecen.
A partir del 18 de mayo y hasta el 5 de junio Irlanda vivirá la primera fase del levantamiento de las medidas adoptadas frente al Coronavirus, pero los cambios son mínimos: los encuentros con personas que no viven en el mismo domicilio son ahora permitidos pero no deberán exceder grupos que superen cuatro personas, respetando la distancia física. Podrán abrir tiendas de construcción, jardinería, ópticas, tiendas que reparan bicicletas, celulares, entre otras tiendas, las obras de construcción son ahora permitidas. El 5 de junio se valorarán los siguientes pasos, a partir de la evolución de la crisis sanitaria y la evaluación del contexto.
Desde marzo, Dún Laoghaire, se convirtió en mi nuevo hogar, el suburbio al lado del mar de Irlanda, que separa a este país de Inglaterra y que ha sido mi compañero en el viaje. Caminar a su lado es un bálsamo para el espíritu y un espacio para la introspección. Permite un tiempo para ver cuán vulnerables podemos ser todos a pesar de estar en diversos espacios y contextos, corremos prácticamente la misma suerte. “Como nunca antes esta pandemia nos hace saber que somos globales. Una humanidad en un planeta”, ha dicho la escritora Isabel Allende.
Mi cuerpo no se ha acostumbrado al frío, pero al menos ya conozco la sensación y lo que significa vivir diariamente entre 9 y 12 grados, cuando hay suerte, tal vez 18, y cuando no, entre 2 y 4 grados.
La cotidianidad ha sido el desayuno irlandés, el té, escuchar a Michael y Venetia cantar desde las primeras horas, probar la comida de diferentes países, los encuentros virtuales con familiares, amigas y colegas. Documentales, obras de teatro en línea. Hemos leído tres libros en inglés. Llevamos más de dos meses juntos y cuando el silencio amenaza con llegar, comenzamos a reír y hablar con los «amigos imaginarios» que esta pandemia ha traído consigo.
En la ciudad, los asientos de los autobuses tienen letreros que indican el lugar que puedes ocupar. Pero igual que los trenes, están casi vacíos.
Comencé a caminar 10 mil pasos al día 一alrededor de 5 kilómetros一 para conocer esta ciudad, es hermosa, aún cerrada. Diariamente me encuentro con pocas personas, todas de distintos orígenes, destacan filipinos que representan una fuerte comunidad y una fuerza laboral en Irlanda. Dentro de lo disfrutable también están las aves con los colores más bellos que caminan entre mis pies y regalan su canto. Las flores, arbustos y hojas son indescriptibles, a veces me dan ganas de tocarlos, sentirlos y hasta probarlos. Caminar por las calles de Irlanda es una mezcla entre presente y el pasado.
Sin pasar el radio permitido puedo llegar a la torre Martello donde James Joyce escribió su novela Ulises. Reconocer la belleza de los paisajes permite imaginar la inspiración que hace a este país famoso por tener algunos de los mejores escritores del mundo, incluidos cuatro ganadores del Premio Nobel de literatura: Yeats (1923), George Bernard Shaw (1925), Samuel Beckett (1969) y Seamus Heaney (1995).
Los gobiernos del mundo están tratando de responder a una situación que está cambiando constantemente. El Coronavirusestá presente actualmente en 212 países. Pienso en los desafíos económicos de la pandemia, en las lecciones que nos dejará, en el impacto en las más de 4 millones de personas afectadas por la enfermedad, casi la población total de Irlanda, solo un millón más.
También en cómo este país logró sobrevivir a la gran hambruna de 1845-1851 conocida como «la hambruna irlandesa» causada por los veranos calurosos y la plaga en los cultivos de papa, la base de su alimentación. Durante seis años hubo inanición, enfermedad, muertes y emigración masiva. En ese entonces más de un millón de personas murieron y 2.5 millones más emigraron de Irlanda a otros países de Europa o Estados Unidos. De 8.2 millones la población se redujo a 6.5 millones. Hoy la población en este país, incluida Irlanda del Norte, es de alrededor de 5 millones de habitantes.
Irlanda es una tierra de memoria. Un país que vio morir a su gente por hambruna y que fue considerado uno de los países más pobres y desamparados de Europa, pero hoy es una de las economías más prósperas y estables. En el centro de Dublín, se encuentra el Trinity College, una de las universidades más prestigiosas de Europa, creada por la reina Isabel I en 1592. Además de la riqueza natural, la variada cultura del arte, el idioma, la música, el teatro y el paisaje hacen a Irlanda única.
Los planes para este viaje cambiaron dramáticamente. No solo para mí, sino también para miles de estudiantes que habían pagado las tarifas completas de la escuela de idiomas y que no contaron con el apoyo necesario. Pienso en la chica que conocí en el aeropuerto. Creo que nunca sabré cómo terminó su aventura.
Todo cambio para todos. En mi caso, el tiempo con mis colegas, el enfoque esencial del viaje. De presencial a una serie de llamadas, correos, videollamadas, caminatas por el muelle, con el mar a solo dos metros de distancia, sintiendo el aire en nosotros, el viento despeinándonos. Físicamente lejos, pero paradójicamente muy cerca, conversando del trabajo, pero también de nuestras familias.
Sé que cuando regrese a México, esta experiencia me habrá cambiado. Irlanda me ha demostrado cuán resistente puede ser un pueblo. Pero también estoy segura de que nada volverá a ser igual, los viajes que tanto me gustan y que han dirigido mi rumbo profesional quizá tengan que esperar.
Desde Irlanda, viendo las filas de dos metros de largo 一incluso para comprar un helado一 las pantallas de plástico que separan a los cajeros de los supermercados de sus clientes, las medidas que cada oficina tendrá que instalar antes volver al trabajo, el peligro potencial de usar transporte público, nos involucra en una nueva “normalidad”.
En este momento en Irlanda, las empresas y los profesionales discuten sobre las nuevas formas de trabajar. Sobre cómo van a regresar e incluso si van a regresar o no. Advierten que de hacerlo, podría ser hasta agosto y tal vez solo la mitad del personal lo hará físicamente o se rotarán los días.
Contemplan la instalación de puertas automáticas para que no tengan que tocar nada; sobre las paredes de plástico que separarán los escritorios; el no acceso a la cocina, al gimnasio, ni a la cafetera. Muy probablemente se turnaran incluso para ir al baño; no se utilizarán los elevadores para evitar aglomeraciones, entre otras medidas que nos harán reflexionar sobre la necesidad de nuevas formas de trabajar. Es posible que con esto se generarán no sólo costos económicos, sino que también marcarán el comienzo de una nueva era para los empleos. Hay mucha gente con incertidumbre y ansiedad. Podría decir que la disminución de la interacción social definitivamente ha mermado los estado de ánimo.
La prevalencia de casos y muertes por Coronavirus, nos indica que es demasiado temprano para pensar en volver a la «normalidad». Quizá nunca volvamos. Tal vez gradualmente veremos cómo la vida regresa a ciudades en este momento desiertas o evolucionemos a una nueva «normalidad».
No relajar las medidas sanitarias es mi mensaje. Es muy probable que las autoridades se guíen por otros parámetros como la Economía, pero como personas defensoras de los derechos humanos, la vida, la salud y la seguridad son nuestra prioridad. Somos las personas, las familias y las comunidades quienes tenemos el poder de tomar las decisiones que consideremos necesarias.
Cito otra vez a Isabel Allende, la ciudadanía puede impulsar a las autoridades a tomar el Coronavirus como “una oportunidad para una evolución, para imaginar y trabajar por un mejor mundo, donde la compasión, la igualdad, las oportunidades y la inclusión prevalezcan. Un mundo más balanceado, donde no seamos separados por la clase, género, raza, religión y todo lo que nos separa ahora”.
Independientemente del lugar en donde nos encontremos, no sabemos si tenemos o tendremos el virus ¿sobreviviremos o moriremos? Nadie lo sabe. Mi regreso está programado a México a principios de junio. Tal vez tenga que esperar un poco, aún no lo sé. A veces, me preocupa un poco tener que viajar y hacer escalas, después de lo que hemos enfrentado como humanidad.
Por ahora, estoy segura de que irme a otro lado significaría renunciar a la belleza. Continuaré disfrutando el aire que solo se respira en Dublín, el azul del cielo y el mar, y como el presidente francés Charles de Gaulle expresó cuando se exilió en Irlanda “en este momento de mi vida, encontré aquí lo que buscaba, estar frente a mí misma» 一a pesar de la inesperada crisis de Covid 19一 Irlanda me permitió hacerlo de la manera más delicada y amable».
Hoy admiro la valentía que hemos asumido como colectividad y una vez más coincido en que lo único permanente es el cambio y que la resiliencia nos hace más fuertes, pero también más humanos.
*Comunicóloga Social y Defensora de los Derechos Humanos. Integrante del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF) y del Consejo Consultivo del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas en México. @AtzirieAvila