Fotografía: Elí García-Padilla
Volver al origen no es retroceder, es andar hacia el saber”
Lachatao en lengua zapoteca traducida al castellano significa “Llano encantado”. Hablar de este lugar es referirse ineludiblemente a la figura del Jaguar “Patrón de los animales” o “Corazón del monte” y a la serpiente. Fue en el año de 2011 que conocí por primera vez a este pueblo antiguo enclavado en la Sierra Madre de Oaxaca o Sierra de Juárez, un lugar lleno de verdadera magia. Lo primero que llamó mi atención fue la calidez, sencillez y gentileza genuinas de su gente, así como el aire puro de tranquilidad que, deduzco, emana de la armonía entre la sociedad humana y la Madre Naturaleza.
Es en esta búsqueda incesante a través del “México profundo” que describió Bonfil Batalla, en el que dos elementos están omnipresentes: biodiversidad y cultura, algo que los expertos como Eckart Boege y Toledo-Manzur denominan axioma biocultural, que básicamente se refiere a la estrecha relación entre sociedad humana con su entorno, es decir con la Madre Naturaleza, lo que ha permitido el florecimiento de las actuales civilizaciones mesoamericanas.
En el caso de la Sierra de Juárez estamos hablando de uno de los 20 hotspots de biodiversidad a escala global, con la singularidad de que aquí no hay decretos (despojos) de Áreas Naturales Protegidas y la conservación comunitaria se lleva a cabo de manera consciente y voluntaria desde tiempos inmemoriales.
Durante las múltiples visitas posteriores a Lachatao pude percatarme de que los comuneros usan el emblema de la serpiente al menos de dos maneras muy evidentes. Su empresa ecoturística comunitaria «Lachatao expediciones» utiliza el símbolo de la serpiente de cascabel en alusión al cerro del mismo nombre ubicado en sus terrenos comunales. La otra obedece a un relato propio de la tradición oral en el que la Víbora de cuernitos (Ophryacus undulatus) es considerada como una especie guardiana de sus bosques comunitarios y sitios bioculturales sagrados como es el caso del sitio arqueológico denominado el Cerro de la Valenciana o también conocido como el Cerro del Jaguar.
El Cerro del Jaguar es un sitio donde se llevan a cabo ceremonias y rituales de origen prehispánico como el “Encuentro Equinoccial de Lachatao”, espacio en el que los pobladores, pueblos circunvecinos y turistas nacionales y extranjeros se dan el tiempo para llenarse energía y dar gracias a la Madre Tierra por el sustento y la vida.
Ahí mismo, en el año de 2019 se llevó a cabo el Festival de Tierra Caliente, un evento público en el que las comunidades originarias y mestizas de la Sierra Norte y otras invitadas de varias regiones han manifestado de manera organizada y pacífica su rechazo a las amenazas más grandes para sus territorios ancestrales como la minería y otros megaproyectos que se desarrollan en el estado, como el denominado “Corredor Interoceánico”, en el Istmo de Tehuantepec.
Si bien en Lachatao el ecoturismo de bajo impacto es una de sus principales actividades económicas en beneficio colectivo, el artista, guía comunitario e historiador Oscar Martínez Galindo El Jaguar refiere que en la comunidad no tienen, no quieren y por lo tanto no promueven un turismo masivo y desorganizado, pues eso significaría la irrupción de la vida comunitaria.
En el año de 2020 recibí un llamado de parte de Diego Hernández, un joven comunero y naturalista nato, hijo de Vero Hernández y de Juan Santiago Hernández, (este último) a quien considero un verdadero “Tigre de la montaña grande”, quien cumple a cabalidad con esa función primordial de ser un verdadero guardián del territorio, de la milpa, del bosque comunitario, de la montaña sagrada y de la biodiversidad en general. Pude atestiguar de manera vivencial eso que ahora llaman resiliencia, es decir la adaptación al cambio climático y a la crisis socio-ambiental de parte de la gente de la comunidad, quienes se dedican a recuperar e implementar esos saberes ancestrales, como por ejemplo, el sistema milpa mesoamericana, así como del aprovechamiento del aguamiel y pulque néctar de vida que emana de los magueyes que usan como cercos vivos y que son herencia de sus sabios ancestros señores de la Tierra.
En pleno capitaloceno y sexta extinción masiva de las especies, tenemos mucho que aprender, pero sobre todo que imitar de las comunidades originarias, que siendo las dueñas (en despojo histórico ) de tan solo el 25 % del territorio a escala global, son a su vez las guardianas del 80 % de la biodiversidad remanente sobre la faz de la Madre Tierra.
Por la conservación de la biodiversidad mesoamericana:
¡Larga vida a los pueblos originarios! ¡larga vida a los Pueblos del Jaguar!