Elvira Gutiérrez Jiménez dice que cada cuerpo trae su propia historia, y cuando ya no soporta todas las tensiones o emociones, el cúmulo de dolores se manifiesta.
Ella es sobadora de Nejapa de Madero, tiene 46 años de edad y es una de las mujeres de esta comunidad de la Sierra Sur de Oaxaca que practica las técnicas de la medicina tradicional para aliviar o mantener la salud física, emocional o espiritual de las personas.
Desde hace 15 años, junto con su esposo Rubén Felipe Martínez, decidió recuperar los saberes tradicionales de sus abuelas y combinarlos con los conocimientos de la medicina alternativa que ambos adquirieron por medio de talleres en la capital del país.
Habilitaron un espacio en su casa para dar masajes o sobadas, como les llaman en el pueblo, a fin de atender los malestares de la gente de la comunidad y de otros pueblos cercanos por medio de ventosas y masajes relajantes que, dice, generan bienestar, dan una mayor oxigenación al cuerpo, alivian el dolor y reducen el estrés.
Esta palabra no es común entre la población de Nejapa, la cual está integrada por las culturas: mixe, zapoteca y chontal, pero el malestar se presenta, aclara Elvira.
“Muchas personas vienen y dicen, ‘me duele la cabeza, no aguanto mis hombros, me duele el cuello’; tienen esa sensación de tensión física o emocional en diferentes partes del cuerpo: el estrés, un ramillete de todos los malestares que se presenta en una sola parte del cuerpo”.
La sobadora cuenta que a su casa han llegado personas con parálisis facial a las que ha atendido y después de varias terapias han vuelto a recuperar su expresión natural, aunque aclara que los masajes por sí solos no son el remedio total, sino parte de un tratamiento integral que, si se realiza, producirá mejores resultados.
“Les digo: si pueden complementarlo con otro tratamiento les dará un mejor resultado. Muchas son personas jóvenes, cómo van a quedarse con su carita así, algunas se sienten monstruos, se sienten mal, y eso también les perjudica de manera emocional”.
Elvira destaca que en la vida cotidiana muchas personas argumentan que no tienen tiempo o dinero para un masaje, sin tomar en cuenta que su cuerpo es el que los mueve para todo. “A veces decimos quisiera ir, pero no puedo, y sucede que cuando uno se enferma, deja todo”.
Herencia ancestral
En esa misma casa en la que ahora dan los masajes, la abuela de Rubén se dedicó por muchos años a curar a niñas y niños. Doña Damiana Garrido era curandera, “curaba de empacho, de espanto, hacía limpias. Mi esposo le traía las hierbas hasta que ella falleció. Pienso que de ahí aprendió ”, cuenta Elvira.
Con la muerte de doña Damiana, la casa quedó abandonada por un tiempo. Elvira y su esposo vivían en la capital. Rubén tenía un equipo de futbol y cada vez que iba resultaba lastimado.
“Y ahí andábamos buscando quién le atendiera cada ocho días. Hasta que gracias al consejo de mi suegra, decidimos aprender a curar esas lesiones. Con el tiempo me di cuenta que tenía mucha información de algunas de las técnicas de la medicina tradicional gracias a mi abuela Carmela Martínez Díaz. Ella curaba anginas en Santa Ana Tavela a través de las cuerdas de los brazos, que estiraba con sus dedos para eliminar el malestar”, platica.
Reconoce que no buscó ser sobadora, que su quehacer al respecto fue surgiendo por la necesidad. Pero después de tomar cursos de medicina alternativa decidieron regresar a su comunidad y comenzaron a trabajar en los masajes, primero entre sus conocidos y familiares, después entre los habitantes de la comunidad.
Hoy confiesa que lo más difícil para ella fue sentir otras pieles. “Al principio me daban nervios, poco a poco me fui mentalizando y aprendí que es mi trabajo y que el cuerpo de la persona es la herramienta que utilizas para realizarlo y transmitir saberes. Y aquí estamos, ahora sabemos que con constancia y poco a poco internamente se acomoda todo. He aprendido también que cada cuerpo es una historia”.
Narra que durante los masajes, al sentirse relajadas, algunas personas van contando de alguna manera el origen de su malestar. “Se agradece que sientan esa confianza”.
Con la práctica, dice, han llegado a saber mucho del cuerpo y su funcionamiento; en el caso particular de su esposo, sobre el tema de la columna. Explica cómo se complementan sus funciones: “el masaje causa mucho bienestar, oxigena, abre poros , ayuda a la circulación, y con la descompresión y estiramiento que mi esposo trabaja, las personas se van mejor”.
Para Elvira, su trabajo como sobadora es un don, una cualidad o habilidad que puede ayudar a las personas: por eso no hay un costo fijo por los masajes, el aporte es voluntario. “Sabemos que este servicio es caro y hay personas que no pueden pagar y por eso pierden la oportunidad de tener una calidad de vida diferente. Por eso, nosotros lo hacemos así, con aportación, de ese modo no hay excusa para decir que no pueden cuidar su cuerpo”.