Joaquín Galván
Escribo estas palabras para referirme a uno de los casos más fuertes que me ha tocado acompañar en mis años como defensor de los derechos humanos. Aclaro que categorizarlo como “de los más fuertes” no significa que los demás hayan sido menos importantes, pues en el tema de la violencia no se pueden hacer comparaciones, no se puede hacer una medición del dolor ni del sufrimiento en ese sentido.
Cada situación debe ser atendida con el mismo nivel de importancia. Lamentablemente, en la realidad no puede ser así porque estamos sujetos a la incidencia social y a una agenda política y mediática que provocan que algunos acontecimientos sean atendidos de forma prioritaria.
Hay un caso que se volvió uno de los más importantes no porque fuera más o menos grave que otros, sino por las implicaciones que ha traído para todos los que se han visto afectados o involucrados en el proceso de acompañamiento y denuncia social.
Hablo de los tres inmigrantes indígenas asesinados en Phoenix, Arizona, Estados Unidos, el 20 de febrero de 2022: Abimael, de 16 años de edad; Isauro, de 21, y Herminio, de 28. Tras conocerse la noticia, generó diversas reacciones a nivel nacional e internacional y puso nuevamente el tema de la inmigración ilegal en primer plano, en específico, en relación con el tráfico de personas por redes de “coyotes” y “raiteros”.
Son redes, en ocasiones conformadas por otros inmigrantes, que han ampliado sus acciones y su capacidad de financiamiento, que han pasado de ser simples estructuras de traslado de personas a células violentas del crimen organizado, vinculadas o integradas al comercio ilícito de drogas o armas.
Por estas implicaciones es que el problema se convierte en uno de los más importantes. El proceso de acompañamiento desencadenó circunstancias y escenarios totalmente inesperados. De tal modo, que fuimos parte del proceso de visibilización de una situación que nos parecería lejana y, por lo mismo, segura de abordar. Pero no fue así. En realidad, todo era más cercano de lo esperado.
Conocer y confirmar la muerte terriblemente violenta que sufrieron Abimael, Isauro y Herminio cuando iniciamos el acompañamiento del caso, ver el estado de los cuerpos a su arribo a México, ha sido uno de los hechos que más me ha impactado en la vida. Sobre todo por el dolor de las familias y, en particular, las palabras que me dijo la mamá de Isauro cuando tuve que trasladarme a la comunidad a confirmar el arribo del cuerpo de su hijo: “tenía la esperanza de que al verte me dieras la noticia de que mi hijo no estaba muerto, que se habían equivocado, que él logró escapar”. Eso me generó un escalofrío de pies a cabeza que no supe administrar.
Participé en un espacio de discusión donde estuvo el padre Alejandro Solalinde. Aclaré que el tema de la migración era nuevo para mí, que no era mi área de experiencia. Y tocamos puntos para explicar el porqué del caso.
Hubo coincidencia plena: ninguna de las decisiones que tomaron Isauro, Abimael y Herminio, ninguna de las decisiones que tomaron todas las personas que han migrado hacia otros países de forma ilegal han sido netamentes individuales.
En realidad, esta conclusión aplica para todas las personas que se encuentran en desventaja histórica, las que han vivido la segregación por motivos sexuales, religiosos, económicos, de identidad cultural, etcétera. Ninguna de ellas toma ciertas decisiones determinantes para su vida en relación con estas situaciones, si no es como resultado de la desventaja que mantienen ante una estructura que no los respalda y que en el peor de los casos los confronta o violenta.
En el foro con el padre Solalinde, mencionamos que detrás de la decisión de migrar para trabajar de forma ilegal en países como Estados Unidos, había una problemática sistémica, que no deja muchas opciones de libertad a la persona históricamente vulnerada, en este caso, el migrante.
La decisión que tomaron Isauro, Abimael y Herminio, si bien no fue una en la que tuvieran el total control de su individualidad por las condiciones que los llevaron a considerar el proceso de inmigración ilegal dentro de un panorama de riesgo y desolación, sí fue heroica.
Se sostiene esto porque, en su generalidad, la migración es una decisión en la que se renuncia a la individualidad por la búsqueda del bien común de la familia, de padres y madres, de la esposa y los hijos, de la comunidad.
Heroísmo, sí, pero no en el sentido de romantizar un proceso tan injusto y riesgoso, sino en el de recalcar la humanidad que representa el hecho, muy congruente con su origen, una situación no individual.
Convencionalmente, el heroísmo siempre está determinado por el triunfalismo, pero en este caso en particular, ¿qué podemos considerar como triunfalista si el destino de Abimael, Isauro y Herminio fue trágico, violento, desolador?
Si el heroísmo del migrante que decide ir a Estados Unidos —como lo hicieron Abimael, Isauro y Herminio, como lo hacen diariamente cientos de indígenas, de familias, de mujeres—, resalta más por historias con finales trágicos, entonces estamos ante un tipo de heroísmo distinto al de la narrativa a la que estamos acostumbrados, uno que ni siquiera sabíamos que existía, que no coincide con lo que vemos en el cine, en cómics.
Estamos ante un tipo de héroe que nadie quisiera ser, pero es el más apegado a nuestra realidad, el que existe en nuestras fronteras.