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Enrique Arnaud, escritor oaxaqueño. Fotografía Carmen Pacheco| Oaxaca Media
Hay en Oaxaca al menos tres escritores que están cambiando las reglas del juego literario y editorial, y uno de ellos es Enrique Arnaud Blum (oaxaqueño nacido en Manchester, 1983), quien en 2016 publicó su libro de cuentos Los extravagantes (Avispero) y en 2021 su novela Retrato de mi padre (La Luz del Barrio).
Esos tres autores se ocupan del quehacer literario en forma, pero van más allá: por un lado, tratan temas oaxaqueños como no se había visto; por otro, son autogestivos y productivos, han publicado sus dos o tres libros en pocos años, de dos y medio a cinco, editan e imprimen por cuenta propia o a través de sellos independientes, circulan, promueven y venden sus obras de mano en mano o en presentaciones públicas o en espacios alternativos, no están esperando el milagro de que los volteen a ver las editoriales comerciales, rumiando su frustración, de hecho, se han desentendido de ellas.
Además, dos de ellos descartan los talleres literarios. Y uno en particular, el que hoy entrevistamos, indica algunos aciertos de esos foros a los que un tiempo asistió, pero también advierte sobre lo que no debe suceder en ellos, al tiempo de indicar que el “más sano” en la ciudad de Oaxaca es el del escritor Fernando Lobo: “es el más sano, porque tiene un principio y un final, y eso es positivo, dura un ratito, acaba y todos vuelan; los que hemos ido a platicar con Lobo aunque sea una vez, nos la hemos pasado bien”.
Y como remate, sostiene que actualmente en Oaxaca no hay “una generación de escritores de los talleres”, como propuso recientemente el autor Angel Morales, sino que “yo creo que somos una generación de lectores, de buenos lectores”.
¿En “Oaxaca no pasa nada ni después de la pandemia”, como comenta un veterano poeta y narrador istmeño? Al menos en la literatura parece que sí está pasando algo. Antonio Pacheco Zárate, Rodrigo Islas Brito y Enrique Arnaud Blum trabajan temas inéditos o los tratan de una forma distinta, sin el folclorismo y el barroquismo escritural que aún abunda, con un lenguaje sin ataduras.
En el caso del autor de Retrato de mi padre, su historia se monta sobre ficticias pero posibles escenas de la vida de artistas locales y las calles y ambientes íntimos de familias, mujeres y hombres en lo individual, que incluye lo mismo el intento de secuestro de la Gemela Fantástica y la suerte de la pintora chilena-oaxaqueña por no estar en el lugar y el momento equivocado a la hora que la intenta levantar un taxi, que los desmadres etílicos de los grupos artísticos y la vida amorosa de un pintor, digamos. Con ello, este escritor dibuja como no se había hecho antes parte de la vida cotidiana cultural de una ciudad cada vez más abigarrada.
—¿Qué subyace en la novela?
—Primero diría que una de las razones por la que resulta tan difícil escribir la gran novela de la literatura oaxaqueña tiene que ver con el hecho de que la realidad que vivimos allá afuera es muy bella, es brutal, es impresionante, llena de color, de gastronomía, de personajes; en la calle puedes encontrarte a don Quijote, a los Buendía de Cien años de soledad. En mi caso, a mí me llamaba mucho la atención escribir sobre la inteligencia superior, en el entendido de que no sé si creo que haya personas más inteligentes, porque me gusta pensar que todos somos igual de inteligentes, pero sí que tenemos habilidades diferentes.
—Pero tu novela también es una serie de retratos de varios personajes oaxaqueños cotidianos del centro de la ciudad— se le acota.
—Hay chinos en Oaxaca cuya segunda generación es ya de oaxaqueños, y no les puedes llamar de otra forma. Son adolescentes que si no vas a su casa y ves que todos sus familiares son chinos, pasan por oaxaqueños comunes. Aún más: si ves a un viejito que es chino caminando por la Central de Abasto, no hay forma de saber que tiene ese origen. A Oaxaca no solamente llegan estadounidenses jubilados y canadienses de vacaciones, sino muchas personas que vienen a trabajar, a pagar impuestos y a volverse ciudadanos de nuestra sociedad. Me encanta ver esas historias, despiertan mucho mi imaginación esos personajes de la vida real.
El también pintor dice que actualmente no se ve publicando en una editorial mexicana, pues le gustó la experiencia de haberse autopublicado, piensa que poco a poco los libros llegan a los lectores, además, exalta, está tratando de ser una persona diferente y cree que es bueno ser fiel a los proyectos de uno mismo.
—En el siglo XX había en Oaxaca una especie de complejo de contar lo propio, y si se hacía era con tufo a naftalina y a folclor, con el “oh Juárez”, el “oh Guelaguetza”; ustedes están contando la intimidad de la vida cotidiana sin miedos y sin ese purismo y esa solemnidad que apesta a literatura —parafraseando a Eusebio Ruvalcaba—, han dejado atrás el lenguaje del siglo XX y una actitud arcaica —se le plantea al autor.
—Creo que es una consecuencia de las lecturas. La generación de entre cuarenta y cincuenta años, estaba obligada a ser más productiva dentro de una sociedad más tradicional; la mía, la de entre treinta y cuarenta, está un poquito más libre y la de los veinte a los treinta es de chavos cuyos papás ya tenían la idea de que si sus hijos estudiaban literatura latinoamericana, no era grave.
“Los escritores de mi generación traen más y mejores lecturas, además que tuvieron chance de no trabajar. Se levantan y se ponen a leer un libro hasta la hora de la comida, salen a caminar, regresan y vuelven a la lectura. Los que tenían o tienen que trabajar en una oficina de gobierno no pueden hacer eso”.
Además, precisa, las generaciones más jovenes no solo tienen las lecturas de juventud, también se adentraron a los clásicos, a los latinoamericanos, a los rusos; se sintieron muy movidos por la obra de Juan Rulfo o de Gabriel García Márquez, se toparon con Roberto Bolaño, con los escritores cubanos, que son geniales. Estas generaciones vienen con más lecturas y eso les hace tener más ideales, sostiene.
Enrique Arnaud Blum se asume cien por ciento oaxaqueño, y como su abuelo y su padre, quienes nacieron en Oaxaca, se siente orgulloso de eso. Pero también piensa que uno es de donde respira, toma agua, se identifica con las personas.
“Soy un observador de la idiosincracia y pienso que las personas que tienen más marcada la forma de ser del oaxaqueño no nacieron aquí, conozco estadounidenses que son la gente más oaxaqueña que he visto en toda mi vida: están pintaditos. Y tengo un par de amigos muy oaxaqueños que descienden más de los escritores que han leído que de su genética, y yo sé que en su corazón se sienten más centroeuropeos o alemanes”.
Por eso, puntualiza, escribir de Oaxaca y los oaxaqueños era un pendiente que tenía. Solo que es una persona a la que le gusta arriesgarse, pues para él resulta más divertido, e imaginó cómo sería escribir una novela sobre Oaxaca en donde los personajes oaxaqueños fueran de origen chino, sencillamente porque le llama la atención el tema de los orígenes de las personas.
En otra etapa de su vida, este narrador participó en diferentes talleres literarios locales. Cuando apunta que la suya es una “una generación de lectores, de buenos lectores”, aclara que eso se debe a las bibliotecas y a las recomendaciones en los talleres. Y ya encarrilado en el tema, expone que visitó muchos de ellos, “quizá por las razones incorrectas, más por la convivencia que por una aspiración literaria, pero, por ejemplo, yo no vine a leer a Dostoievski sino hasta que tenía treinta años por una recomendación de Lobo en un taller, además que en el de Leonardo da Jandra también tuve muy buenas recomendaciones de lecturas”.
Añade: cualquiera puede señalar las cosas negativas de los talleres. En todo caso, para mí lo “más sano” es que tengan un principio y un final; personalmente, “estoy cambiando muchas cosas de mi vida y jamás voy a volver a participar en un taller, y tampoco daría uno de nada”.
—La generación que ronda los cuarenta años quizá es el parteaguas en Oaxaca, es la que está planteando otra forma de hacer literatura y de promoverla, ¿qué piensas al respecto?
—En cuanto a los temas literarios, pienso que mi generación y la de los chavos que van a cumplir treinta años tenemos otros héroes literarios y otros ideales. El borracho ya no es el modelo a seguir. Cuando éramos niños nos bombardearon con las caricaturas japonesas y eso nos ha hecho meter en nuestro organismo ciertos valores, como la esperanza, y vivir hasta el culo es un reflejo contrario al de tener esperanza. Me refiero a la esperanza no solamente como valor, sino como aspiración. En lo personal, yo no sé si soy alguien que viva con esos sentimientos, pero sí me gustaría ser alguien así.
—Además, ustedes no nada más pueden ser escritores, sino también pintores, músicos.
—En el mundo puede haber gente que pinte muy bonito o que sepa escribir poemas excelentes para la fiesta de su barrio. Yo conozco a mucha gente que dibuja genial, pero para dedicarte a esto, para subirte a una galería y cobrar y vivir y pagar la renta, hay que ser artista, y eso es lo que no todos tienen; no eres mejor ni peor ni tienes más espíritu, es solamente algo que traes dentro, una conexión con el espíritu de la literatura, de las artes o las ciencias.
“Si me hubiera tocado vivir en otro lugar, tal vez estaría haciendo rap. Soy un niño que salió al recreo y se encontró a otros niños jugando, y a lo que estaban jugando esos niños era a pintar, y a mí me encantó. Estoy muy agradecido con las personas que me han invitado a jugar con ellos. Quizá todavía esté en una etapa en la que estoy desarrollando los proyectos de mi niñez. Me ha costado mucho madurar, en parte por eso dejé las drogas”.
Para redondear el tema de la autopublicación frente a la publicación en editoriales mexicanas, el escritor explica: someter la madurez de mi trabajo a los tiempos de otras personas no es ser fiel a uno mismo; en mi caso personal, veo que lo que me está funcionando y pienso me va a funcionar en un futuro es el tener las riendas de mi propio proyecto. Como cuña, señala: veo las publicaciones y autores que promocionan en las ferias del libro en Oaxaca: son libros de escritores que no se brindan, que no dan nada, no arriesgan, planos de principio a fin, y yo en la personal lo que busco en un libro es que el escritor se brinde, que si puede ponga su vida en juego, quiero ver a los equilibristas sin la red abajo.
Y en cuanto a los talleres literarios, Enrique Arnaud Blum cierra con lo que no debe hacerse en ellos: no ir a ligar, no mezclar menores de edad o personas muy vulnerables con adultos tóxicos o malsanos, menos invitar a aquellos a las borracheras; la gente va a los talleres porque quiere hablar de literatura y de su experiencia al respecto, no a enfrentar problemas de otro tipo.
—¿Qué ves para los tiempos pospandémicos en cuanto a literatura, por ahí dicen que en Oaxaca no pasa nada?
—Tengo un sentimiento de esperanza de que se pueden hacer las cosas bien. Cuando abro los libros de mis colegas escritores deseo que estén buenos, eso me da esperanza. Hay autores con más repercusión, otros cuentan con libros grandes, muchos debemos escribir más, contar con obra, y a los que ya tienen ésta, la realidad es que todavía no han escrito la gran novela de la literatura oaxaqueña, aunque yo pienso que sí se va a escribir.
“Pienso que la humanidad se está defendiendo de sí misma y de la naturaleza, los científicos trabajan para recuperar el agua y el aire y en hacer la vida sustentable para que no tengamos que morir la mitad de la población del planeta. De la misma manera, no creo que ya haya pasado el tiempo de los Víctor Hugo o los Dostoievski o los Chéjov, la tradición literaria no se está acabando, cada vez hay más escritores, nos vamos acercando más a encontrarnos a nosotros mismos en el arte, en la literatura, a las grandes obras, para después iniciar de cero y volver a comenzar la búsqueda. Del mismo modo, habemos quienes pensamos que estamos viviendo el tiempo en que alguien va a escribir la gran novela de la literatura oaxaqueña”.