Fotografía: Edgar Poe
Se escucha la música del instrumento de viento. Telón abajo Faustino, el músico disciplinado y apasionado, toca el trombón, el mismo que aprendió a tocar desde pequeño en su pueblo San Lorenzo Cocaotepec, Oaxaca, donde ahora nos recibe para la entrevista.
Faustino Díaz Méndez fue descubierto en su primera audición profesional, cuando el director de la Filarmónica de Acapulco pidió escuchar nuevamente a tres más; él era uno de ellos y entonces se abrió la cortina para ver al intérprete.
–¿Cuántos años tienes?
–17
–Pero tú no puedes trabajar…
–Ya sé, pero yo ni siquiera vine a ganar, yo vine a tocar nada más.
–¿Te quieres quedar en la orquesta a trabajar?
–No lo había pensado, tengo que preguntar a mi maestro.
Antes de esa audición Faustino no tenía un trombón profesional. Era un joven estudiante del Conservatorio Nacional que ingresó a los 16 años motivado por las lecciones de su padre, de quien aprendió conocimientos básicos de solfeo y todo lo que se aprende para hacer música, según la escuela.
“De ahí me fui directamente al Conservatorio Nacional; entonces me di cuenta de que tuve un gran maestro: mi padre”.
Instalado en el patio de su casa en San Lorenzo, Faustino Díaz, ganador del premio en el Concurso Internacional de Trombón realizado de Jeju, Corea –el más importante encuentro para instrumentos de metal– platica entusiasmado de su inicio como músico. Su familia y él comparten la pasión por la música. Crearon desde hace un par de décadas La Dinastía Díaz, con la que él inició su experiencia con el trombón.
Yo no elegí ser trombonista. Pero por azares del destino y por la necesidad que teníamos en el grupo, me dediqué a eso, pero antes siempre llamábamos a otra persona, después me gustó.
Durante su estancia en el Conservatorio, Faustino como muchos estudiantes que migran a la Ciudad de México, tuvo que trabajar para costear sus estudios. Con los mariachis incursionó como trompetista en los centros nocturnos. Aunque por fortuna, dice, sólo fueron unos cuantos meses. Luego llegó la fortuna a través de una beca al estado de Michigan, en Estados Unidos.
–Durante tres meses radiqué en ese país y a mi regreso, si una orquesta fija, pues había renunciado a la de Acapulco, tuve que trabajar en La Farándula, pero no me gustó… bueno –rectifica-, sí era divertido, pero no quería pasar los años tocando El Noa Noa. Después vino mi participación en la Orquesta Juvenil de Xalapa y cuando estaba ahí se abrió la posibilidad de audicionar para la Filarmónica de la UNAM, donde llevaban aproximadamente siete años haciendo audiciones para trombón principal y nunca tomaban a nadie, siempre quedaba desierto. Estaba ya con un poco más de confianza, me preparé bastante duro y me fui a hacer la audición para la filarmónica de la UNAM. Gané y ahí fue donde empezó todo.
La OFUNAM es una de las orquesta más reconocidas en México. Faustino ingresó cuando tenía 20 años.
–La orquesta me ayudó en mi crecimiento como músico y como persona; toda la gente de la orquesta, que son mayores que yo, me acogieron muy bien, me cuidaban mucho, me sentía muy querido, pero pasó lo que tenía que pasar” –dice apenado.
Durante su trabajo en OFUNAM recibió invitaciones para recitales, para ofrecer cursos en distintos estados de la República. “Siendo un joven con un reconocimiento así, no pude hacer otra cosa más que cegarme… afortunadamente me di cuenta que no estaba bien”, rememora el músico oaxaqueño.
Al fondo se escucha en el patio de su casa la radio del pueblo; el locutor manda saludos al joven Faustino, a quien un día antes dieron la bienvenida a la comunidad. Es también el aniversario de su madre y ya prepara el platillo para la celebración.
Faustino retoma la historia, cuenta de su caída y lo que le motivó a llegar al sitio que hoy tiene como uno de los mejores trombonistas del mundo.
–Un día un amigo me regaló un disco de un holandés, Jorgen Van Rijen, un disco en vivo; me dijo ‘escúchalo’ y le dije: ‘¡ah, sí!’ Yo había escuchado a muchos trombonistas y trataba de imitarlos y ese día, cuando lo escuché, me puse a llorar: no creía lo que estaba escuchando, y comencé a leer de él y me di cuenta de que tenía 31 años y su currículo era impresionante. Fue cuando me caí de la nube, pero comencé un sueño. Poco después estaba comprando mi boleto para ir Ámsterdam. No sabía ni lo que iba a hacer, no sabía ni dónde me iba quedar, pero agarré mi maleta y mi trombón, y me fui. Llegué a Ámsterdam a aplicar un examen para Róterdam, donde Van Rijen era maestro. Una amiga y un amigo mexicano que vivían en La Haya me ayudaron, él me llevó a Róterdam. Después de dos años en Holanda, sin ningún apoyo de los gobiernos estatal ni federal, y ya sin solvencia económica, regresé a México y dije: ‘vamos a ver qué sale.
Se abrió entonces una nueva etapa en la Orquesta de la Ciudad de México, donde estuvo por un periodo de cuatro años.
–Estuve en la filarmónica los cuatro últimos años de mi vida; es una orquesta grandiosa, estaba contento ahí, regresé a mi vida de antes, regresé ya con el respaldo de Holanda. Tenía 29 años. Después mi familia, mis tías, comienzan a cuestionarme sobre mi vida, sobre ‘una vida normal’. Yo estaba feliz, esa era mi vida; a mí me gusta estudiar mucho. Sin embargo, pensé que ya tenía 14 años fuera de casa y decidí regresar a Oaxaca, no quería seguir en el DF y regresé, compré un terrenito. Sólo tenía una última cosa que quería hacer: participar en el festival de trombón, ese año era Venecia. Me preparé, me compré un paquete de ocho días en Venecia, pensando que podía no pasar a la siguiente etapa, pero pasé en la preliminar, me sentí muy bien.
Para la segunda ronda sólo quedaron 10 personas, y yo estaba en la lista, estaba en cuarto lugar. Dije: ‘Chingue su madre’, Me puse muy contento, y a estudiar. Y vino la segunda ronda, y lo mismo. Para la semifinal sólo hemos seleccionado a seis personas’, dijo el jurado; ‘normalmente son cinco, pero esta vez tomamos seis’. ¡Y yo estaba en la lista!
Si llegas a la final te reembolsan todo, pero ya en la final, troné, por miedo más que por otra cosa. No tuve éxito porque no estaba preparado. Desde que salí lo sabía, pero me dieron mi reconocimiento de finalista. Si yo hubiera ganado hace dos años, mi vida sería diferente y me hubiera regresado o a Oaxaca, pero por algo pasaron las cosas. Durante la cena se me acercó una persona que representaba a una empresa francesa de trombones y me dijo: ‘para mi todos los que llegan a la final son ganadores, si yo hubiera sido el jurado te hubiera elegido a ti.
Faustino recibió finalmente el reembolso de su viaje, una propuesta de trabajo para hacer recitales y la oportunidad de estudiar la maestría en Suiza. Esto último con sus propios recursos, pues hasta la fecha no recibe ni un apoyo de autoridades mexicanas.
Tres veces premiado
Estando en Suiza, donde estudia la maestría en la Escuela de Música de Lausanne, el trombonista oaxaqueño decide nuevamente participar en el concurso de trombón, esta vez realizado en Jeju, Corea, con la promesa del gobierno de ese país de obtener el segundo año de su maestría sin costo si llegaba a la final, y el apoyo de la empresa para la que trabaja actualmente para financiar sus gastos en Corea.
Esta vez Faustino tuvo una preparación diferente para el concurso: se entrenó durante ocho meses.
“Me sentí bien, me sentía seguro, fue una prueba difícil pero me preparé con bastante tiempo. Cuando haces un entrenamiento de la magnitud como el que yo hice, normalmente las cosas salen bien”.
–¿Cómo te sentías, en qué pensabas cuando ibas a tocar?…
Antes de que el músico responda su madre le grita desde la cocina: “¡Escucha, Faustino!” , la música suena en la radio del pueblo. Su padre se acerca y entre ellos surge una ligera sonrisa, algo cómplice. En el patio central ya comienza a reunirse la familia para celebrar.
–Estaba muy emocionado desde antes de irme, ya no veía la hora, más o menos estuve con un mes de mucha ansiedad, ya quería que pasara– responde finalmente: Mientras estaba en Oaxaca hice algunos proyectos que tenía con mi padre. Durante ese tiempo yo seguí estudiando, pero llegó un momento en que ya estaba emocionado. Empecé a disfrutar del concurso desde antes de ir. Cuando llegué a Corea, antes del sorteo, estaba emocionadísimo de estar ahí, no sabía lo que iba a pasar, pero desde que me subí al avión iba con la firme convicción de que esta vez no me iba a pasar lo mismo que me pasó en Italia.
Cuando estaba ahí, listo para tocar en la primera ronda, en la segunda, en la semifinal y en la final, no pensé en nada, las cuatro veces hice lo mismo. Además de agradecer, me pregunté –como lo hacía durante un ritual que establecí durante mi preparación, antes de empezar a tocar–: ‘¿qué harías si no tuvieras miedo?’ Y me respondí: ‘tocaría de poca madre…’ lo disfrute muchísimo”.
La música sigue sonando en la radio. Se escucha el Danzón San Lorenzo, una pieza de su autoría incluida en el primer disco de la Orquesta Dinastía Díaz.
La familia celebra. Él con su gran maestro: su padre, y sus hermanos festeja los resultados del esfuerzo que inició hace 15 años.