Por: Haydee Ramos Cadena
La música sonaba en la entrada, llegamos para la función de las ocho de la noche, en medio de un lodazal por la fuerte lluvia de la tarde. Cuando digo el nombre Atayde, no puedo evitar recordar la música del perifoneo recorriendo el barrio donde crecí. Esa noche regresé al circo con dos niñas, una de nueve años y otra de dos, que estaban sorprendidas por las luces y la carpa, muy emocionadas.
En mi infancia la música del circo era el motivo de alegría, había llegado por fin al barrio, se instalaba en un campo baldío a unas cuadras de la casa de la abuela, quizás los dos únicos motivos de diversión fuera de la casa, en ese tiempo eran el circo y la feria. Iba con mis padres a ver el espectáculo, las rejas de los animales a las afueras de las carpas y los remolques. El enorme elefante enjaulado aburrido, tomando agua. El tigre dando vueltas en el mismo espacio. Era como traer todo lo exótico a la vuelta de la casa. Ese circo era lo más cercano a la idea de oriente del entretenimiento, donde por tradición milenaria han practicado el amaestramiento o encantamiento de los animales considerados peligrosos en occidente.
En Asia, simplemente es un oficio que uno puede encontrar en las calles, recuerdo al encantador de serpientes en la banqueta de Mumbai, y a la familia del faquir en Rajastán, mientras él bailaba sobre los clavos y los vidrios, su esposa e hijas bailaban con sus vestidos rojos tradicionales, daban vueltas. O recuerdo el templo de los tigres en Tailandia Kanchanaburi, donde los monjes por años habían cultivado una relación con los tigres y convivían con ellos sin la restricción del encierro; como todo en su momento aquello que surgió de una idea de espiritualidad, con los años se volvió en corrupción y maltrato. Pero el punto es esta estrecha comunicación entre los hombres y los animales establecida como práctica teatral desde los inicios de la humanidad.
En los años ochenta, cuando entrábamos al circo, los trapecistas eran temerarios, se lanzaban sin arnés ni red de seguridad, aquel acto era presumido por el presentador como el de las mayores agallas del espectáculo; podrán recordar que muchas escenas dramáticas en las películas del cine de oro, donde precisamente era una trapecista cayendo en medio de la función, dando otro espectáculo, uno dramático.
Treinta años después estoy en la entrada de la carpa del circo, instalado en un lote baldío en la ciudad de Oaxaca, las rejas de los animales ya no existen. En la Ciudad de México dejaron de ir las grandes carpas a los barrios o se instalan en lugares ya preestablecidos, como el circo sobre Tlalpan en la carpa Astros, o la carpa saliendo del metro Revolución. El paisaje urbano ha cambiado después de estos años por el hacinamiento, y esta regulación legal, se ha llevado el sentido de la sorpresa que representaba la llegada del circo en los barrios, pero en Oaxaca aún llegan las carpas a los municipios, tanto de circos grandes como el Atayde, como de pequeñas familias cirqueras que pueden llegar a cualquier descampado en los municipios. Los payasos ya no dan la bienvenida a la entrada, es un poco más seco, aunque luminoso y sonoro. El acomodo de lugares no ha cambiado: gradas, luneta o palco. En la infancia siempre fui a las gradas.
El circo es el espectáculo más antiguo de todo el mundo, hace más de 3000 mil años, en China, Egipto y Grecia, pero la tradición dice que pudo haber iniciado con los saltimbanquis, esa vida nómada para hacer arte. La risa es la moneda del circo, vas a reírte o tener un momento epifánico en esa noche, por admirar un cuerpo flotando en el aire. Esos cuerpos esbeltos, fuertes y con habilidades paranormales para desaparecer, doblarse, saltar, hacer equilibrios complicados. El circo de ahora se parece más al occidental que nació en 1768 en Londres, Inglaterra, el primer circo moderno, sobre un escenario circular al aire libre y rodeado de tribunas de madera. Se llamaba Circus Hippodrome, ahí se llevaban a cabo carreras de caballos, obras de teatro y actos de acrobacia y equilibrismo.
Este cambio de paisaje en los escenarios de los circos fue gracias a la ley General de Vida Silvestre, que en el artículo 78 establece que los circos no deben utilizar animales en sus espectaculos. Entonces aquellos escenarios de cuando el circo llegaba al barrio se volvieron lejanos, sólo quedaron en el imaginario los sonidos. Esta ley quería impedir la vida de los animales en medio del maltrato y la dominación, no era posible seguir teniendo una vida de violencia animal. Sin embargo, conforme fue entrando en vigor, y tuvimos que hacernos a la idea a través de los constantes comerciales públicos, que las idas al circo cambiarían, lo que parecía una crisis, se volvió un emplazamiento cultural para volver a ese tipo de circo europeo, menos oriental.
Esta ley pretendía menos crueldad animal, pero se sabe que muchos animales fueron donados, otros los dejaron morir, y otros simplemente desaparecieron. En julio de 2019, una investigación de Santos Mondragón reveló que ni la Profepa ni Semarnat conocían el paradero de 1,600 ejemplares, de dos mil, que estaban a cargo de los circos. Según lo difundido, en ese entonces la Profepa solo tenía certeza del resguardo de 212 animales y la Semarnat sabía que 537 ejemplares seguían. en posesión de los circos. De acuerdo con lo difundido por el Inai, dos años después, las dependencias a la fecha no tienen los datos
No puedo dejar de pensar en el circo, sin pensar en toda esta historia que ahora representa. Es un lugar tan distinto del que tuve oportunidad de admirar, cuando era niña. Llegamos a la taquilla, los lugares en palco cuestan doscientos cincuenta pesos por persona, barato no es, pero tampoco es carísimo como un show de producción en un teatro convencional. Esperamos en la fila para comprar los boletos, mi hija mayor observa aquel paisaje de camiones estacionados junto a la carpa.
—Mamá, ¿qué es eso? – señala hacia los camiones estacionados.
—Son los remolques donde duermen los artistas.
—¿A poco ahí duermen?
—Sí, ahí duermen y van viajando de ciudad en ciudad para presentar su trabajo.
—¿Y sus hijos?
—Si los tienen, seguramente viajan con ellos. Las personas que trabajan en esto a veces son familias completas.
—¿Te imaginas ir de ciudad en ciudad? —abre sus ojos y se queda pensando.
—Sí, debe ser emocionante y difícil, antes viajaban con ellos también los animales.
—¿Te imaginas un elefante viajando en una jaula por las carreteras?
Compramos los boletos y entramos a la carpa, los basureros en forma de cabezas de payasos en los pasillos nos dieron la bienvenida. La enorme carpa de colores aparece frente a nosotros, las sillas juntas, una tras otra bien alineadas, y las enormes trabes de donde cuelgan los trapecios se levantan junto al escenario. Cuando piensas que entraste a otro mundo, solo falta volver los pies al piso para sentir el pasto y recordar dónde estás, y que aquel lugar volverá a ser un lote baldío, por donde pasarás y recordaras este momento, eso es la magia del Circo.