Gracias a la Asociación de Amigos del Museo de los Pintores Oaxaqueños, del Museo Tamayo Arte Contemporáneo y el Museo Internacional de Arte de Guadalajara, la obra de Rufino Tamayo está en Oaxaca por una breve temporada. Esta vez con la presencia de una amplia colección de las obras gráficas elaboradas en el Taller de Luis Remba: las mixografías que el artista oaxaqueño ayudó a inventar y desarrollar a partir de 1978.
Como sabemos, por desgracia es inusual que en Oaxaca haya oportunidad de contemplar la obra de su mayor artista contemporáneo. La última ocasión en que pudo verse una colección importante de Tamayo fue asimismo en el Museo de los Pintores Oaxaqueños, en 2016 (Tamayo Obra gráfica 1925-1991. Una pasión que no se apaga). Pese a la grandeza de Tamayo y a su generosidad para con la ciudad en donde nació, las autoridades jamás han hecho el esfuerzo necesario para que la obra del célebre pintor permanezca en Oaxaca en un espacio público relevante.
No es novedad este desdén oficial hacia la obra de Tamayo. Desde que el gobierno estatal convocó en 1980 a la creación de los murales de la escalinata del Palacio de Gobierno en Oaxaca, artistas como Francisco Toledo y Rodolfo Nieto reclamaron que esa obra se asignara al pintor foráneo Arturo García Bustos y no a Tamayo.
Con todo, en 1999, al cumplirse los cien años del natalicio del artista fallecido en 1991, la ciudad de Oaxaca festejó la celebración del aniversario con una gran muestra de Rufino Tamayo en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO), a la que se unió el Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo. Por su parte, el Centro Cultural Santo Domingo exhibió 30 obras de caballete, así como el mural Homenaje a la raza india.
Con motivo de esta conmemoración, no dejó de repetirse en 1999 el reclamo constante: “Una de las quejas de los oaxaqueños en materia cultural es que no existe en la entidad mucha obra de uno de sus artistas más importantes, que sea accesible al público. Son pocos los trabajos del pintor oaxaqueño que se pueden apreciar en los museos locales, por ello se estudian los mecanismos para que instituciones como la Secretaría de Hacienda (que posee algunos cuadros del artista) realicen donaciones pues ‘el gobierno de Oaxaca no tiene capacidad económica para adquirir obra de Tamayo’, explicó el gobernador José Murat”.
El 26 de agosto de 1999 (en esa misma fecha, cien años antes, había nacido Tamayo) se abrieron en el MACO las exposiciones conmemorativas: dibujos del artista, una serie de fotografías del pintor tomadas por Rogelio Cuéllar, y Las Músicas dormidas, colectiva inspirada en el óleo que Tamayo pintó en 1950, con obras de 26 artistas, entre ellos, Leonora Carrington, Vicente Rojo, Gabriel Macotela, Roger von Gunten, Miguel Castro Leñero, Gilberto Aceves Navarro, Manuel Felguérez, Sergio Hernández y Francisco Toledo.
Era un año excelente para el MACO. Pero el 30 de septiembre de 1999 el estado de Oaxaca fue sacudido por un sismo. Los registros indican que ese día, a las 11:31 de la mañana, la población de Puerto Ángel fue el epicentro de un terremoto de 7.4°, en la escala de Richter, el cual ocasionó daños por más de 250 millones de pesos en toda la entidad, afectando a miles de viviendas, escuelas y templos históricos en 600 poblaciones. Por tanto, ese fenómeno se volvió uno de los más costosos en la historia de Oaxaca.
El entonces director de Protección Civil del estado, Héctor González Hernández, asentó en el libro 500 años de desastres. Crónicas, relatos y estadísticas de sismos en Oaxaca (IEEPO, 2005) que el terremoto de ese año “es considerado como uno de los fenómenos naturales más perturbadores cuyos efectos provocaron un desastre con serios daños en la entidad; su fuerza, desconocida para las generaciones recientes, se puede comparar con el terremoto también ocurrido en Oaxaca en 1931, y, en otra vertiente, con el huracán Paulina, del mes de octubre de 1997 en la zona de la Costa”.
En el MACO, al igual que en muchos otros edificios, los daños estructurales fueron catastróficos. Toda la obra dedicada a celebrar a Tamayo tuvo que ser evacuada, devuelta a la Ciudad de México, desalojada de la tierra natal del artista. Al retirar junto con los custodios del museo las obras de las salas, observé con terror las grietas y roturas profundas en los muros del edificio. Parecía que el museo se vendría abajo en cualquier momento.
Tuve que llamar por teléfono al director del museo, Fernando Solana Olivares, quien había salido de viaje un par de días antes, después de dos años de trabajo ininterrumpido en la institución. Me comentó que en su retiro en un bosque había resentido el terremoto. Me urgió a que pidiera ayuda al gobierno. Le tuve que informar que el gobierno no atendía las demandas de ayuda. Solana interrumpió su retiro y regresó sin tardanza a evaluar los daños de la construcción.
Consultando al Instituto Nacional de Antropología e Historia, Fernando Solana recibió la noticia de que la reparación costaba alrededor de 130 mil pesos. Otro hubiese hincado la cabeza ante el desastre y el gasto planteados. Solana informó del daño a la Asociación de Amigos del MACO y les pidió otorgar los fondos para la reparación.
Francisco Toledo, el miembro más influyente del patronato museístico, exigió que el gobierno estatal se hiciese cargo de los gastos. El gobierno de José Murat se negó a sufragar la reconstrucción. Con ello, el museo afrontaba su desaparición o cierre permanente.
Sin embargo, Fernando Solana Olivares no concibió el cierre del MACO en su plan de trabajo. Convocó a todas las personas interesadas en la cultura para reparar el museo, y en diciembre de 1999 el MACO, privado de sus muestras sobre Tamayo, reabrió sus salas con los jóvenes y notables artistas Fernando Aceves Humana y Patricia Martín. Una muestra colectiva de escultura llenó el resto de los espacios en el MACO a fines de ese año.
Los arquitectos, ingenieros y trabajadores de la construcción del INAH pudieron intervenir la antigua casona de la familia Lasso de la Vega gracias al esfuerzo que Fernando Solana hizo para recaudar fondos. En esa labor de rescate, los trabajadores del MACO colaboraron con la mejor voluntad y ese esfuerzo conjunto de director, trabajadores y expertos del INAH permitió que en tres meses los graves daños por el sismo recibiesen pronta atención.
El MACO fue el único edificio reparado en ese año fatídico en que 300 inmuebles monumentales más quedaron severamente dañados. El INAH aplicó un programa emergente de atención a sismos a través del cual usaría recursos federales del Fondo de Desastres Naturales (Fonden) para restaurar los monumentos arruinados. Sin embargo, el gobierno de Oaxaca recibió esos recursos y no los aplicó sino hasta 2004, el año que José Murat dejó de ser mandatario.
Para entonces, Fernando Solana había dejado la dirección del MACO, el cual llevó a un punto de actividad y servicio comunitario que la institución no ha vuelto a experimentar. Al retirarse a escribir en 2001, Solana no sabía que su labor en el MACO sería desestimada y, peor aún, la mayor parte de los trabajadores que empeñosamente colaboraron en el rescate del museo, fueron hostigados por la nueva dirección e injustamente despedidos.
El gran rescate del MACO en 1999 nunca fue reconocido por la Asociación de Amigos del MACO A. C. ni, mucho menos, por el gobierno del estado. En el libro que el museo publicó en 2016 para celebrar erróneamente 25 años de existencia (atribuyó el inicio de la institución al año 1991, en vez de 1992), no hay la menor mención a ese gran esfuerzo reconstructivo que no le costó al pueblo de Oaxaca, pues se sufragó con la cooperación de coleccionistas y donadores de todo el país.
Hoy el MACO vuelve a estar en precarias condiciones sin necesidad de sismo alguno, con un litigio laboral vergonzoso que no parece tener solución. No es ni la sombra de la institución que Fernando Solana Olivares y su equipo de colaboradoras y colaboradores dejaron en legado a Oaxaca.
La visita que el escritor realizará esta semana a Oaxaca para presentar sus libros Hormiguero y A plena luz caminamos a ciegas (junto con los filósofos Eduardo Subirats y Christopher Britt) quizá sea la ocasión para pedirle que cuente la desconocida historia de ese año en que un terremoto expulsó la obra de Rufino Tamayo del mayor museo oaxaqueño, cuando un sagaz directivo y su esforzado grupo de trabajadores rescataron una institución que otros optaron por dejar demolida.
La memoria colectiva necesita alimentarse de historias como la del rescate del MACO en 1999, sobre todo en este tiempo en que las autoridades prefieren condenar espacios como el de ese museo a un ignominioso declive.
1 Comentario
Nancy Mayagoitia
Ciertamente Jorge tiene el señorío de relatar importantes sucesos ausentes de la memoria colectiva cercana al medio del arte en Oaxaca.
Hemos lamentado constantemente la ausencia de una mente tan brillante como la de Fernando Solana desde su partida, pero además, su participación activa, objetiva, apasionada y muy comprometida con las generaciones de artistas que conforman la columna vertebral del arte de Oaxaca.
Vayamos a verle en la presentación de estos libros y hagámosle saber cuánto le admiramos y necesitamos que vuelva.
NM