Como buen oaxaqueño, disfruté la Guelaguetza 2023 por la tele.
No iba a pagar los cerca de mil 500 o mil 200 pesos para ir a ver un “espectáculo coreográfico bellísimo” —para citar a Guillermo García Manzano, primer presidente del Comité de Autenticidad, otrora organizador de la “máxima fiesta” — que antes, como Lunes del Cerro, fue un acontecimiento gratuito y propiamente nuestro.
Y cuando digo nuestro, me refiero a esa costumbre familiar de ir al cerro, ver los bailables, comer por ahí los antojitos que se prepararon en casa y bajar como a las seis de la tarde para cortar azucenas —como nos cuenta Demetrio Quiroz en Amo la Guelaguetza, pero amo más los Lunes del Cerro—, y no al culto católico virreinal relacionado con la virgen del Carmen ni a un pasado prehispánico inasible.
Eso sería tan falso como falsa es la figura de la llamada “Diosa Centéotl”, pues esta deidad de origen mexica es de género masculino, y no femenino —Chicomecóatl es la contraparte correspondiente—, como equivocadamente la fabricaron para darle vida a un concurso a veces de belleza —si eligen a jóvenes del Istmo o la Cuenca por su fenotipo occidental— y en otras ocasiones de supuesta identidad —si seleccionan a mixes, mixtecas o chatinas por el toque indígena— utilizado para contar con una representante que, en teoría, preside la Guelaguetza en turno.
Es una farsa presentar a la Guelaguetza como “la máxima fiesta de los oaxaqueños”.
Es una farsa plantearla como “indígena”.
Es una farsa revestirla con un discurso culto para invocar una supuesta “Reparación Histórica de los Pueblos”.
Es una farsa sugerir una transformación por sustituir el otrora monopolizador y usurpador Comité de Autenticidad con tres órganos: la Comisión Cultural Comunitaria, 75 Consejeros Interculturales y el Comité Organizador Interinstitucional conformado por diferentes dependencias de gobierno —encabezadas por la Seculta—, pues seguro éste fue y será la mano que meza la cuna guelaguetciana.
En su versión 2023, la Guelaguetza siguió siendo —junto con la industrialización del mezcal, la sustitución de la cocina indígena y popular por una gastronomía tan exquisita como aberrante o el plagio de diseños textiles —un detonador de la gentrificación que vive Oaxaca.
Continuó evidenciándose como un espectáculo para turistas, un negocio para hoteleros y restauranteros y un botín para los políticos; en la octava, por cierto, fue vergonzoso ver a la “Diosa Centéotl” derretirse ante el gobernador Salomón Jara por el apoyo que le brindó.
La “marca Oaxaca” del exgobernador Alejandro Murat es lo mismo que el “Oaxaca Disney” del gobernador Salomón Jara.
Tan lo mismo es, que en la edición de la Guelaguetza que acaba de pasar, uno de los conductores fue un periodista del oficialismo priista que, claro, en esta ocasión transformó en oficialismo morenista.
No hay que hacerle al tonto.