La muestra Mezcaleros, de Joaquín Ávila, la cual estará en exhibición durante todo agosto en el restaurante-bar La Nueva Don León (Pino Suárez 18, centro histórico de la Ciudad de México), no sólo es una serie fotográfica con “sabores” que exaltan la calidad humana de los palenqueros oaxaqueños, sino también un trabajo iniciado en 1986 que revela historias extraordinarias.
Algún día después de la pandemia, este otrora fotorreportero de revistas como Sucesos para Todos y Proceso —cuando la dirigía Julio Scherer— se apersonó en dicho bar con su bajo perfil, a pesar de ser una gran persona, cuenta el chef y encargado del establecimiento Fedor Luna Hernández.
Pero no era la primera vez. Antes, cuando al sitio todos lo reconocían como la cantina-tendejón con la licencia número 3 del primer cuadro de la CdMx —la 1 fue de El Nivel y la 2 es de El Gallo de Oro—, se tomó dos copas de Bacardí blanco nada menos que con el poeta y periodista Renato Leduc en 1976, y por si fuera poco, allá por el año 2000, remató ahí un recorrido etílico con el escritor Andrés Henestrosa.
Aquella ocasión que vino de nuevo, relata Fedor, estaba un cliente al que le decimos el Brujo de Lujo, un ingeniero de la UNAM que se dedica a curar del cáncer, la infertilidad y otros males con plantas tradicionales, quien me dijo:
—¿Conoces a ese de la mesa?
—La verdad, lo acabo de conocer— le respondí.
—Preséntamelo, por favor, ¿qué no sabes quién es?
Se lo presenté.
—Te estoy buscando desde hace cuatro años, conozco a tu tío…—le comentó el Brujo de Lujo.
Joaquín volteó a verlo y le soltó sin más:
—Chinga tu madre.
Como si le hubieran regalado una flor, alagado, el Brujo fue con Fedor y expresó:
—No sabes lo que me acaba de pasar, Joaquín Ávila me mentó la madre.
“Después me enteré que dicho tío tuvo problemas con Joaquín, de ahí su reflejo de mentarle la madre al Brujo, pero hoy en día son buenos amigos”.
Aún más, con el tiempo, este fotógrafo nacido el 6 de agosto de 1957 en el barrio de origen prehispánico San Andrés Tetepilco de la alcaldía Iztapalapa, amante irremediable de Oaxaca, se volvió habitual del renovado espacio, precisamente desde donde hoy ofrece la presente entrevista por la inauguración de su exposición.
—¿Cuál es la historia de Mezcaleros?
—Empezó en 1986, cuando el maestro Henestrosa me invitó a San Francisco Ixhuatán, Istmo de Tehuantepec. En el camino, tuvo un encuentro con los artistas Francisco Toledo y Rodolfo Morales en la casa de este último, en Ocotlán de Morelos, al que fui invitado. Estuvimos platicando y echando mezcalito: ahí surgió la idea.
Puede ser como una obra muy pictórica, de muchas texturas, me comentó Toledo, y Morales mencionó que tendría que aplicarme mucho con la imaginación y la creatividad.
En aquella época, el pintor ocoteco tomaba un mezcal que el maestro Bonifacio producía a la vieja usanza, con mazo. Este mezcalero llevó a Joaquín a sus sembradíos de maguey en la Sierra. “Resultó que cada año, en su cumpleaños, contrataba una planta de luz y recorría sus terrenos tocándole el bajo a sus agaves: los musicalizaba”, platica.
Luego, Joaquín se lanzó por varias regiones del estado de Oaxaca, lo contactaron con palenqueros, hizo un recorrido que realmente lo nutrió sobre lo que es la tradición milenaria del mezcal, con sus diferentes sabores, “y cuando digo sabores no me refiero a los de la bebida, sino a los del colorido, a los de lo artesanal, lo regional, lo familiar, las diferentes formas de ver todo eso”.
Hoy, esos “sabores” son los que se perciben en las 20 imágenes expuestas en su muestra de marras —entre las de su autoría y otras tomadas a sus pendones en calles de ciudades de Europa por fotógrafos de allá—, los cuales se mezclan con las historias extraordinarias que aromatizan el ambiente del bar La Nueva Don León, el heredero de la cantina Nuevo León, un lugar de época que suma casi cien años de historia.
Según Fedor Luna, el sitio fue parte del cabaret Patria, una especie de burlesque en el que era obligatoria una hora de lectura. “Había un viejito llamado don Severo, quien salía con su sillita y su bastón a leer la Ilíada o la Odisea, y la gente empezaba a lanzarle jitomates y naranjas al tiempo que le gritaba “pelos, pelos, para que las chicas volvieran, de hecho, cuenta la leyenda que aquí se acuñó la frase ‘está de pelos’”.
Inspirado en eso y en su paso como chef por La Boutique del Libro, una de las librerías más famosas de Buenos Aires, Argentina, donde se mezclaban las cenas gourmet y actividades culturales, en la actualidad, Fedor realiza en el establecimiento del que es encargado actividades paralelas a la Feria Internacional del Libro en el Zócalo, como la presentación de libros y exposiciones: “yo le llamo mover el avispero —precisa—, la idea es darle contenido a parroquianos que pueden ser ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que está a unos pasos de aquí, abogados, comerciantes o gente humilde que, a través de una copa, conviven y entre todos diariamente tratan de arreglar el mundo de una manera romántica”.
A ese ambiente, un día se apersonó Joaquín Ávila, le mentó la madre al Brujo de Lujo, conoció al chef Fedor Luna y le reclamó: “qué hicieron con mi cantina, era un tendejón, esto ya no es una cantina, le dieron en la madre”. Pero se volvió asiduo del hoy restaurante-bar y amigo de aquél.
Ahora, sentado al fondo del bar, platica que, en 1976, cuando colaboraba para la revista Sucesos para Todos, le mandaron a hacer una serie de fotos a Renato Leduc. “El maestro venía aquí a echarse sus tragos y tuve la oportunidad de sentarme con él y tomarme un par de copas de Barcardí blanco, que es lo que tomaba”, y también relata que una vez que Andrés Henestrosa cumplió años y dio una charla quizá en el Palacio de Bellas Artes, recorrieron “La Ópera, un bar del que no recuerdo su nombre, una cantinita de la calle 5 de Mayo, La Puerta del Sol, y la entonces cantina Nuevo León, donde estuvimos echando mezcalito y cerveza”.
Es decir, el tendejón vuelto restaurante-bar que en todo agosto resguardará Mezcaleros, una muestra que ha recorrido mundo, que estuvo en el año 2006 en el zócalo de la ciudad de Oaxaca, en Marsella y en la Universidad de Lyon, en Francia, y también en Nueva York en años recientes, y que ahora está aquí, en este espacio de época, junto a las obras de los escultores José Santos Mojica y Francisco Javier Méndez Ibarra, en una tarde lluviosa que evoca el sabor oaxaqueño por los mezcales de la Mixteca alta y Miahuatlán que se degustan, por el fantasma de Andrés Henestrosa, por sus binigulaza, sus hombres que dispersó la danza: los zapotecas.