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Contarnos otra historia. Una bilogía de Alberto Vital

Carlos Maza

Claro que pudo ser de otro modo. Quizás estuvo a punto. Pudo no ser una conquista, pudo no establecer jerarquías entre iguales, pudo abolir la monarquía desde el principio, pudo haber sido al revés, que los conquistadores fueran derrotados. O pudo haber sido un crecimiento en armonía.

La conquista y colonización del continente que, por ellas mismas, habría de llamarse América, pudo haber sido diferente de como la conocemos e interpretamos hoy. De hecho, en varias ocasiones hubo eventos que señalaban hacia direcciones alternativas. Hay ejemplos, fallidos quizá todos ellos, interrumpidos e incluso prohibidos: entre los puritanos de Nueva Inglaterra —los que habrían de ejecutar mujeres bajo acusación de brujería en el siglo XVII— hubo disidentes como Thomas Morton, que abrazaban la cultura de los pueblos originarios y rechazaban el rigor sufriente de sus dogmáticos paisanos. Entre los colonizadores franceses de Canadá, hubo los que se integraron culturalmente con los locales, los acadianos, y fueron después forzosamente desplazados por los británicos que los enviaron a la Luisiana (están en el origen de la cultura cajún del delta del Mississippi). O la intentona de Gonzalo Pizarro que, a diferencia de su hermano Francisco, quiso someter el imperio incaico para fundar su propio reino y no para entregarlo a la corona ibérica. Así pudo haber otros españoles “adelantados” que habrían optado por una forma diferente de organización en su proceso migratorio; después de todo, los conquistadores se debatían entre el prejuicio medieval y el naciente humanismo renacentista.

Escritores y escritoras de ficción han intentado dar vida a esas historias alternativas de la imaginación. Son muy socorridas las versiones en que el resultado del encuentro es invertido: los pueblos del continente americano triunfan sobre los invasores y, en avezadas aventuras literarias, los persiguen de vuelta a Europa y la conquistan: en vez de torre Eiffel, en el centro de París habría una gran pirámide como la de Cholula, y en lugar de Autobahn, Alemania estaría cruzada por una red de caminos de piedra, el camino del inca como se trazó en los Andes centrales. Más especiales serían aquellas (mucho menos numerosas) en las que no hay colisión violenta sino suave fusión entre ambos lados del Atlántico. En estos relatos los europeos se asimilarían casi armoniosamente al entorno que sus viajes les desvelaban.

A esta rara estirpe de reflexión literaria pertenece la bilogía de Alberto Vital: Santiago el convincente, 1518-1540 / Santiago el convencido, centenario (Samsara, México, 2023), formada por dos breves novelas en las que se da seguimiento a una aventura única. No es precisamente una ucronía puesto que el relato no reinventa la organización social que de ahí surgiría. Es más bien una aventura disruptiva para el orden colonial tal como lo conocemos, pero, al final, incapaz de transformarlo.

Santiago es un auténtico adelantado. Mira el Nuevo Mundo (epíteto que él mismo habría acuñado) como un espacio en el que sería posible desfacer los entuertos de la vieja Europa, de los que el protagonista es muy consciente y, acaudalado, fleta una flota que lo trasladará al otro lado del Atlántico con una legión de cien mujeres que ha ido rescatando y reclutando por todos los caminos de la península ibérica y más allá.

Detrás de cada una de estas mujeres que, en la primera novela, El Convincente, Santiago va persuadiendo de unírsele en su aventura, hay una historia trabajada con hilo de oro por el autor. En cada nombre —que se presentan en orden alfabético— resuenan valores e identidades, deseos y saberes capaces de quebrar el orden colonial que la corona de Castilla quería establecer en las nuevas tierras. A cambio de las espadas y rodelas que traerían los soldados, las reclutas del Convincente portan hierbas, medicinas, alimentos y hasta tecnologías, todas pensadas para el bien y los cuidados, para el diálogo y la construcción, nunca para el sometimiento. El narrador de la primera novela es un cronista anónimo —podría ser una de las integrantes de esa legión femenina— que describe a cada una de las reclutas con el lenguaje que caracteriza a esa época y a ese género literario, el primero cabalmente americano. El, la cronista construye al mínimo detalle personalidades con características y valores que trabajan para la armonía. En el espíritu de estas mujeres (entre las que no faltan prostitutas, curanderas, tullidas y extranjeras) vive el ansia de aprendizaje —el Renacimiento—, y los viajes del adelantado que la crónica describe muestran cómo ese regimiento femenil cruza el territorio ignoto dialogando, enseñando y aprendiendo de los pueblos originarios que encuentra a su paso. Son, Santiago y sus moxeres, verdaderas descubridoras que abren el territorio norteamericano a la maravilla de los ojos europeos, como se abre un delta. Las que serán algún día célebres trece colonias inglesas, son aquí ya una República, la del Delta Norte, y el inhóspito extremo boreal será llamado por Santiago República del Salmón y de la Nieve.

Santiago no es, entonces, antimonárquico, pero es ya republicano; su gran séquito femenino es motor de libertad. Así, la segunda novela, El convencido, transcribe las palabras del propio adelantado que narra, años después de los hechos, una por una y en estricto orden alfabético, el destino que cada integrante de la loca aventura encontró: las que se casaron en Nueva España y con quién, las que viajaron al sur, a Las Hibueras (a construir y no a destruir como el conquistador que conocemos), las que cruzaron hacia el extremo norte, las que volvieron a las Iberias, las que no sobrevivieron. Y en el cruce de cada historia, glosado a pie de página por quienes analizaron el archivo del Convincente, se va construyendo en el imaginario del lector el destino fatal que lo alcanzó a él y la incomprensión ante su aventura por la que se recupera la triste historia de la conquista como la conocemos.

En la segunda novela, El convencido, el poder colonial, como haría con los utopistas jesuitas que fundaron las misiones del Paraguay, desbarata todos los esfuerzos de Santiago, quien terminará sus días violentamente en un atentado que la novela apenas esboza por medio de los testimonios de algunas de las mujeres que acompañaron su alocado viaje y de la glosa en la que, haciendo uso de un recurso borgiano —la biblioteca imaginaria—, Vital cita testimonios, relatos y escritos inexistentes (algunos de ellos de autores reales) para apuntalar la verosimilitud histórica de su ficción.Hace algunos años leíamos en El espía del inca del peruano Rafael Dumett una historia contada así, en el lenguaje de la época, el español del siglo XVI, que era capaz de sumergirnos de la más auténtica manera en los entresijos de la historia. Con la bilogía de Santiago, construida también mediante una brillante recreación posmoderna del lenguaje de la época, casi premoderno, Alberto Vital nos entrega otra mirada desde los ya lejanos tiempos de la colisión transatlántica, otra reflexión desde la historia que nos ayuda a mirarla como posibilidad más que como vaticinio.

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