Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

La historia secreta en un mural universitario

El 5 de junio de este año quedó instalado —en el interior del Edificio de Rectoría de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca— el primer mural del tríptico titulado Imagen de la historia de la UABJO, con diseño del pintor Shinzaburo Takeda. Fue ejecutado por un conjunto de artistas que incluyó al propio Takeda, a Fulgencio Lazo, a Rolando Rojas, a Saúl Castro y a Israel Nazario, así como a los jóvenes creadores visuales Pablo Gómez, Fidel Blas Bustamante, Daniel Mendoza Zúñiga, Alondra Elena Martínez Jiménez, Montserrat Steck Ortiz y Siboney García Santos.

Iniciado en mayo de 2023, este mural al óleo está compuesto por dieciséis paneles de lienzo que en total componen la obra de 36 y medio metros de longitud, con una altura de 2.20 metros. Quedó colocado en lo alto del anillo interior del lobby, en el primer piso de los cuatro que tiene el Edificio de Rectoría de la UABJO, campus Ciudad Universitaria. Esta primera parte de las tres que componen el tríptico, recrea los sucesos que en el siglo XIX dieron origen y desarrollo al Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca, el cual abrió sus puertas en 1825 y es el antecedente directo de la actual universidad pública oaxaqueña.

Imagen de la historia de la UABJO

A casi doscientos años de la fundación y apertura de ese Instituto, Takeda y sus discípulos le entregan a la universidad, en donación, una gran obra de arte que recrea el momento histórico crucial para la educación pública superior en Oaxaca. Al establecer este liceo, sus fundadores creyeron satisfacer una necesidad académica local, sin prever que sus labores modificarían el destino de toda la república. En las siguientes líneas trato de explicar cómo sucedió aquello.

Antes de la apertura del Instituto de Ciencias y Artes, la única vía para hacer estudios superiores en Oaxaca era el Seminario de la Santa Cruz, restringido a la carrera eclesiástica. Ahí comenzaron sus estudios jóvenes como Benito Juárez y Porfirio Díaz, quienes pronto se sintieron limitados por los dogmas religiosos del colegio sacerdotal. Gracias al Instituto, jóvenes como ellos optaron por el estudio de profesiones laicas y liberales.

En el Instituto, un notable grupo de profesores formó a esos muchachos no sólo en disciplinas académicas, sino en la ardua adquisición de una conciencia política, ausente en las enseñanzas de la época. Tres siglos de dominación española habían desterrado de las mentes la noción de superar dogmas de fe, raciales y de territorio. Pero en los planteamientos liberales de los profesores del Instituto, la idea de una nueva nación fue tomando forma en medio de la confusión que las luchas de independencia habían dejado.

Marcos Pérez, José María Díaz Ordaz y José María del Castillo fueron algunos de esos profesores que dieron clases a Juárez, a Matías Romero, Félix Romero, Manuel Dublán, Díaz, entre otros. Juárez llegó a ser director del Instituto y dio clases a Porfirio, quien abandonó los cursos para dedicarse a la carrera militar. La cercanía y temprano distanciamiento del jurista y el militar, de alguna forma prefigura los destinos de ambos y de la república.

La agitación política, social y filosófica, así como la esperanza de un nuevo orden nacional en el siglo XIX, se despliegan en la imaginería que integra el mural ideado por Shinzaburo Takeda. La tecnología de esa época que recién llegaba a México (ferrocarriles, luz eléctrica, telégrafo), las artes y los oficios ejercidos desde la Colonia (imprenta, alfarería utilitaria, el cultivo del maguey, no para su fermentación como pulque, sino para destilarlo como mezcal), la ciencia que paulatinamente iba desarrollándose gracias a los cursos prácticos en el Instituto…

Desde luego, en el mural consta una representación de la guerra por las Leyes de Reforma, impulsada por los principales alumnos del Instituto: Juárez y Díaz. Este último libró con gran denuedo las batallas en suelo oaxaqueño mientras su mentor Benito recorría México alentando a las tropas liberales.

Ante esta escena, ubicada en la parte sur del mural, se despliega el cuerpo descomunal de una mujer desnuda. La mención a este detalle permite exponer que en las partes de la obra que coinciden con los cuatro puntos cardinales hay otras tantas figuras colosales de mujeres desnudas: son los símbolos de la ciencia (al norte), las artes (al oriente) la guerra ya citada (al sur) y la educación (al poniente).

Esos símbolos de alguna manera han presidido el destino histórico de Oaxaca, que desde su titulación como urbe en 1532 oscila entre la guerra y la paz, apoyada ésta casi siempre por la ciencia y las artes, aunque paradójicamente la educación sigue siendo en ocasiones un factor de guerra, como lo fue durante la Reforma y como lo es hasta el siglo XXI, en una entidad donde estudiantes y profesores han desarrollado una beligerancia que a veces resulta heroica, aunque en otras ocasiones se antoja nociva.

En una obra como este mural, de corte histórico, el anacronismo no es inadmisible, porque la representación del pasado busca vincularse con el tiempo en que es elaborada. Así, en el mural diseñado por Takeda aparecen dos edificios que no corresponden al siglo XIX pero están ligados a la historia del Instituto de Ciencias y Artes y a su sucesora de 1955, la Universidad Benito Juárez de Oaxaca (autónoma sólo a partir de 1974).

Dichos edificios son, por una parte, el teatro casino concluido en 1909, que llevó el nombre de Luis Mier y Terán, compadre del dictador Porfirio Díaz, y que ahora se llama “Macedonio Alcalá”, por el músico emblemático de Oaxaca; y por otra parte, la antigua hacienda de Aguilera, construcción asimismo de principios del siglo XX que, por su columnata de inspiración griega, parece pertenecer al siglo previo (esa edificación aloja desde 1968 a la Facultad de Medicina y Cirugía).

Mayor anacronismo marca la colaboración de cuatro destacados discípulos de Takeda en el mural: las secciones intervenidas por Fulgencio Lazo, Rolando Rojas, Saúl Castro e Israel Nazario aportan al mural la iconografía característica de estos pintores, distantes al realismo figurativo de Takeda, salvo en el caso del paisajista Nazario.

Contemplado en su extensión circular, el mural condensa figuras más allá de lo alegórico. Evoca una sucesión de acontecimientos que, pese a su lejanía temporal, siguen marcando el imaginario de quienes hoy habitan en Oaxaca. Todo el conjunto muralístico está presidido por los retratos de Benito Juárez y Margarita Maza. Era previsible. Pero también están los rostros de los mentores de Juárez: los abogados, médicos y arquitectos liberales que fundaron un centro de estudios, el Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca, sin sospechar que secretamente estaban fundando, con sus enseñanzas y doctrinas la nación mexicana aún vigente.

Deja un comentario

0/100

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.