Fernando Solana Olivares
De pronto los asuntos se esfuman, como si la corriente del tiempo los devorara en un punto inmóvil entre las cosas. Lírica de la vida que se detiene. Bloqueo de una mente que pajarea porque el lenguaje de los pájaros la lleva a volar de rama en rama. Así es aquí. El instante inmediatamente se vuelve otro instante y otro y otro más.
Pero hablo de las veces en que el instante se detiene, como ahorita, cuando el tiempo está fijo. No es que no sucedan fenómenos mientras tanto: la fluida danza de la realidad sigue en incesante movimiento. Pero todos sus retozos son insustanciales porque están vacíos. Entender esto puede ser clave, como afirma…
—¡Carajo! Ya va usted a citar a alguien notable. A veces pareciera que nunca escribe algo personal.
—Será que uno siempre es otro para los otros.
—¿No le parece que citar es un alarde culto y discriminatorio?
—No. Me parece que esa tendencia de uniformar todo hacia abajo y no hacia arriba es responsable de nuestra barbarie.
—¡Ay, bájele! Nadie se muere por inculto.
—¿No cree que también por eso se muere?
He conocido muchos autores que no utilizan comillas; toman, pero no dicen de dónde. Por no llamarle plagio, elegantemente lo nombran intertextualidad. Escucho a Regina Spektor, su música casi desnuda. Cuando las formas y los ritmos musicales cambian, se producen cambios en los acontecimientos más importantes. Esta música posmoderna y multicultural, engañosamente simple, refinada, ¿qué tipo de cambio anunciará? Quizá la emergencia de los juglares para contrarrestar a los heraldos negros de la crisis tentacular y todo lo demás.
Los asuntos regresan: la rueda de la fortuna nunca se pudo estar quieta. Ayer me enteré de un conocido que volvió a caer enfermo. Mi mujer dijo que es un hombre sin la fuerza interior para curarse. Yo me pregunto, ¿qué es la fuerza interior? Este sujeto está expiando las fechas cruciales de su biografía. También puedo pensar que mi conocido cambió de profesión: ahora se dedica a ser enfermo.
Existe un poderoso vínculo entre el enfermo y el contexto del cual viene, el de las víctimas impensadas, los ciudadanos de ahora que en lugar de atender a sus abuelas viejas y enfermas demandan un sitio para su confinación. Espacios concentracionarios del moderno estado burocrático-policial: la cárcel, el trabajo, el desempleo, la escuela, el vagón de metro, el condominio, el asilo, el hospital, las casas en serie, el arroyo vehicular, el crimen organizado y el desorganizado además.
De ahí que uno implore a los dioses llegar con el cuerpo más o menos autosuficiente y la mente en buen estado o si se puede intacta hasta el final. Y no vivir las némesis médicas de estos días de agonías eternizadas en los quirófanos y los sedantes, muriendo inconscientes entre tubos. La gente alteña del santo desierto donde vivo ha conservado su estoicismo. Mantienen la antigua costumbre de entrar a la muerte con los ojos abiertos y sin anestesia general.
Un poeta pidió al Creador que a cada uno diera una muerte propia. La petición tiene vigencia pues hoy ocurren tantas muertes ajenas que vivir la propia es capital. Los budistas theravada aseguran que el último pensamiento al morir determina el siguiente y desde ahí toda la serie de los que surgirán en el nuevo ser, ése que como una vela moribunda que prende otra vela vuelve a existir bajo una nueva apariencia y otro destino. No es lo mismo de antes, pero es.
—Entiendo, nos va a decir que somos lo que pensamos.
—Sí, nada más. Presos en nuestra mente o libres desde ella.
—Así que no hay realidad objetiva, nos la imaginamos.
—La realidad es un modelo que la mente habita. Cambia la mente, cambia el modelo, cambia la realidad. Cambiar la mente es avanzar con ella, desde ella. El maestro es ella.
—Ándele, dígaselo a los palestinos destruidos por el genocidio sionista, a los libaneses expulsados de sus hogares por el horror judío. Que cambien su modelo mental. Que la mente es la maestra.
De pensamiento en pensamiento se hacen nuestros días. ¿Qué es lo que transmigra cuando un ser muere aquí y otro nace allá? La neurosis, según los budistas contemporáneos. Los problemas de la conciencia no son las definiciones, sino su aplicación. Puedo decirme que debo liberar mi corazón del odio, mi mente de las preocupaciones, vivir de forma simple, dar más y esperar menos. Lograrlo es otra cuestión.
A los caballos se les llama pajareros cuando se espantan con facilidad. Mi mente pajarera vuelve a quedarse flotando en el instante. Me pregunto entonces de qué voy a escribir. Titubeo. Al fin decido hacerlo de la vida que pasa. El título del texto es simple franqueza: Block out. A veces existir es como vaciar un cubo lleno de nada, desagregar una parte de algo o evaporar una ilusión inútil. A veces la mente suspende su parloteo y no tiene para qué juzgar. Las golondrinas de los pensamientos se posan inmóviles sobre el alambre: practican el arte de callar. El texto da inicio: “De pronto los asuntos se esfuman. Hay tantos temas que hoy no hay. Se suceden las catástrofes y continuarán. El problema analítico es claramente de precisión predictiva: ¿vivimos una criba histórica, un final de época o los tímidos signos de un nuevo comenzar? Sabe, se dirá”. —¿No se le dije? Ya volvió a citar.