Karla Seidy Rojas Hernández/
El cuerpo es el lugar donde se habita, tibio sitio de potencial irrefrenable. El ser humano es en su espíritu, en su mente, en su cuerpo que lo contiene; pero el ser que danza es de otra especie.
El movimiento del cuerpo es un lenguaje distinto, silencioso y sonoro, mudo y escandaloso. Danzar es el lenguaje original, esa manera que el Ser tuvo de comunicarse con su entorno, con el espacio, con el aire, con el sonido, con el tiempo, con la tierra, con los otros, antes de la primera palabra. El cuerpo se configuró comunicante desde el propio ritmo del corazón. Y en el principio, fue la danza…
El hombre es arrojado al mundo desnudo, frágil, en una apuesta de adaptación a su encapsulada inmensidad. El cuerpo respira, se viste del pulso del centro de la tierra, y lo que sigue es gritar en movimiento con la boca cerrada, los brazos abiertos, las piernas al aire y un espíritu mágico irrepetible.
Naturalmente, danzar hace navegar al ser humano en el espacio posible, permite expandir al ser en la existencia sensible de los otros y atraerlos a prolongar la inquietud de su quieta anatomía al discurso expresivo de los no parlantes. La naturaleza recibe y abraza esa médula vertebral que le es necesaria para sentirse viva. Los pies tocando la tierra llaman y conservan el latido del más profundo centro, despiertan la sensualidad más profunda del universo.
Danzar en vida, en vilo de la existencia, movimiento necesario para mantener en ritmo al ser, camino de la continuidad que rescata al cuerpo del inexorable destino de la muerte arrítmica, inmóvil, danza transgresora del ser extendido más allá de la muerte quieta. Decir con el cuerpo cultiva la energía del origen, el rito de la creación, el erotismo de la continuidad.
°Karla Seidy Rojas Hernández es Comunicadora, Maestra en Literatura, apasionada de la danza bailó durante años hasta que decidió por la docencia, actualmente es Directora Académica del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle de México, plantel Tlapan.