°El porcentaje de jóvenes inscritos en una universidad en el país es tan solo de 26%
°En Oaxaca 12 de cada 100 estudiantes obtiene un título y muchos de estos no son de las profesiones que más se necesitan
°Sigue existiendo una presencia diferenciada por sexo en la elección de las careras universitarias
Anel Flores Cruz
La historia oficial señala que el 23 de mayo de 1930 se celebró por primera vez el Día del Estudiante en México en honor a estudiantes de la actual Universidad Autónoma de México que reivindicaban la autonomía universitaria en una serie de protestas que más tarde culminaron en una huelga general, y esta, a su vez, en un enfrentamiento entre estudiantes y policías capitalinos que pretendían reprimir la demanda.
La celebración, que ahora se convierte en un motivo para realizar actividades sociales —como certámenes de belleza, tardeadas, concursos de talento, entre otros—, tuvo como propósito pugnar por una educación abierta y participativa en la que las y los estudiantes sean parte activa del modelo educativo y se reconozca su papel como futuros formadores de la sociedad en las siguientes generaciones.
El actual contexto político y social, expresado en la educación superior, dista con seguridad del contexto de los años 30, en un aumento considerable de la matricula, en la mayor participación de las mujeres, en el abanico de posibilidades de profesiones, en las oportunidades laborales, y particularmente, en las expectativas de vida.
Tareas pendientes
Uno de los retos actuales e la educación superior en México, de acuerdo a la Asociación Nacional de Universidades de Educación Superior (Anuies), es la ampliación de cobertura en la educación superior nacional como proceso de inclusión social. Se trata de incrementar el número de mexicanas y mexicanos que acceden al saber fundado a los hábitos de reflexión y crítica de lo conocido y establecido, y al saber humano que fortalezca las condiciones ciudadanas y reafirme la corresponsabilidad en la construcción de una mejor sociedad.
Desde 2006, la Anuies planteó la necesidad de conjuntar esfuerzos para ampliar la cobertura de la educación superior en el país, estimando que en el 2012 al menos habría de llegar al 30% en el nivel nacional, y que ninguna entidad estuviese por debajo del 20%.
A pesar de los esfuerzos, la realidad en 2013 se torna desoladora al observar que el porcentaje de jóvenes inscritos en una universidad en el país es tan solo de 26%, de acuerdo a los datos publicados en la revista Contenido en septiembre de 2010 por René Duckler.
Este porcentaje no es ajeno cuando el grado de escolaridad de la población de 15 años y más, según datos del INEGI (2010), es apenas de 8.6 grados de escolaridad en promedio, lo que significa un poco más del segundo año de secundaria. Por entidad federativa, Oaxaca ocupa el penúltimo lugar (antes que Chiapas) con 6.9 de escolaridad.
Por otra parte, apenas un 17.8 por ciento de la población de 24 y más años, a nivel nacional, cuenta con algún grado aprobado en estudios superiores. Los estados del sur, particularmente Oaxaca y Chiapas, son los que muestran un mayor atraso en este aspecto, llegando ambos apenas al 10.8 por ciento.
De este pequeño grupo de población que tiene la posibilidad de inscribirse en una universidad, el porcentaje de quienes desertan es de 78% y tan solo de 22% de quienes terminan. Como señala Duckler: “México tiene una de las matriculas universitarias más bajas del mundo, y un altísimo nivel de deserción”.
El informe Educación Superior y desarrollo de Oaxaca del Banco Mundial, señala que en el estado, solo 12 de cada 100 estudiantes obtiene un título y muchos de esos títulos no son las profesiones que más se necesitan.
Según este nuevo informe, muchos y muchas estudiantes optan entre una selección muy pequeña de carreras. Es interesante notar que el área de educación concentra a prácticamente 20% de la matricula total de estudiantes de educación superior en el Estado. Este dato se hace aún más escamado cuando se observa que en solo cinco años, aumentó en un 75% el número de estudiantes de la carrera para ser maestro o maestra de educación primaria.
Ante este panorama, inquirir quiénes enfrentarán el mundo laboral próximamente y sostendrán al país —con todo y sus particularidades—, es una de las asignaturas pendientes en el mundo académico actual. ¿Qué tipo de estudiantes tenemos? ¿Qué tipo de estudiantes se precisa para el desarrollo de México?
Alberto, profesor universitario de una escuela privada de Oaxaca, con diez años de experiencia docente, señala que las conductas más recurrentes que afectan el desempeño de su alumnado son el desinterés y apatía que se refleja en la ausencia de sus tareas, o en la poca capacidad de análisis que reflejan en sus escritos. “Parece que creen que juventud es sinónimo de novedad, y que novedad es sinónimo de ignorancia”.
“Salvo encomiadas excepciones, en cinco años los veo como cualquier egresado o egresada, luchando por conseguir y mantener un trabajo en un campo laboral cada vez más cerrado. Y si se meten a la política, asimilando prácticas corruptas clientelares. En cuanto a su capital cultural, a su actitud crítica, los visualizo dormidos, sin ganas de saber más de lo que saben, orgullosos y convencidos que su ignorancia es resultado natural de la sociedad en la que viven.” Apuntó el profesor Alberto.
Por su parte, en una pequeña encuesta (realizada para este artículo) a estudiantes universitarios, respecto a sus expectativas al egresar de la carrera, se pudo observar que la mayoría pretende encontrar trabajo en poco tiempo en el área en el que estudiaron y ganar un sueldo mayor de 12 mil pesos mensuales (más que el promedio salarial que alcanzaron los licenciados en 2009, que es de 7 mil 500 pesos mensuales, a pesar de tener ocho años de educación educación adicional al que tiene el resto de la población en México). Otra de las aspiraciones de las y los jóvenes universitarios encuestados es continuar con sus estudios superiores, los cuales asocian con una mejor oferta laboral y mejor salario.
Sesgo de género en la elección de carreras
Si bien es cierto, ha habido avances importante en el incremento de la matrícula por parte de las mujeres en el nivel superior, sigue existiendo una presencia diferenciada por sexo en la elección de las careras universitarias.
La última información disponible de ANUIES (2004) muestra que algunas carreras como agronomía, veterinario zootecnista, física, matemáticas aplicadas y computación, seguridad pública, las ingenierías, aeronáutica o ciencias computacionales tienen una mayor presencia masculina; en tanto, las disciplinas como trabajo social, ciencias de la educación, pedagogía, enfermería, terapia física y rehabilitación, dentista, psicología, o arte, son predominantemente femeninas. En todas las licenciaturas de educación y docencia la matrícula es preferentemente femenina, con excepción de educación física, en donde tres cuartas partes (75.3%) de los ingresos corresponde a los hombres.
Hasta ahora, los prejuicios de género siguen siendo determinantes en la decisión de las profesiones, por un lado, los estereotipos femeninos se ligan a las actividades ubicadas en un ámbito privado (actividades de cuidado y con poco control sobre el poder), en contraste, los estereotipos masculinos se relacionan con el ámbito público asociados al poder y a las decisiones públicas.
Este sesgo de género se traduce no sólo en el prestigio social que tiene unas carreras sobre otras, sino también en el salario que obtienen las mujeres y las que obtienen los varones. En México, el salario de las mujeres es en promedio entre 4% y 12% menor que el de los varones, según datos del INEGI en 2011.
Las cifras mencionadas expresan lo que sucede en las sociedades a nivel global, sin embargo, no todos los fenómenos sociales y de interacción pueden ser proyectados con datos duros, por ejemplo, las condiciones en la que se vive el estudio y la manera en la que interactúan unas y otros, desde el acceso, permanencia y salida (egreso).