Rocío Flores
OAXACA, Oax. La ficción no salva, la realidad nos mata, dijo la escritora Bibiana Camacho la tarde del 26 de septiembre mientras comentaba un texto que escritores, escritoras y poetas realizaron en memoria de los 43 estudiantes normalistas desparecidos en Iguala, Guerrero hace un año.
La poeta Mahra Ramos así como la escritora Bibiana Camacho y los escritores Jesús Rito y Víctor Armando Cruz se han reunido esta tarde de fin de semana en la cafetería El Alacrán del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, para conmemorar la noche de Iguala y la masacre ocurrida en esa fecha a través de Los 43, una antología literaria compilada por Eusebio Ruvalcaba.
Camacho refiere que las historias y poemas están entre la ficicón y la realidad, todas como un elemento común a decir de la escritora: la incomprensión. Absolutamente todas las historias tienen ese rasgo: esa incomprensión que mueve a la sociedad mexicana por no saber qué diablos pasó. cómo pasó y cómo se llegó a esa realidad, dice Camacho.
Lo peor -prosigue- es que no hay una explicación coherente de nada, no sabemos quién lo ordenó, o quizá sabemos pero como no hay rostros de los culpables seguimos en la total incertidumbre.
«Yo creo que sí sabemos qué sucede», se escucha de pronto en la pequeña sala de El Alacrán.
«Estamos gobernados por narcos, eso es lo que sucede pero nos da miedo decirlo, nos da miedo expresarlo, nos da miedo mirar, nos da miedo opinar, nos da miedo reconocerlo pero sí, estamos en una sociedad donde se producen sicarios, donde hay una complicidad entre el gobierno municipal estatal y federal, esto en en otro país no es posible», señala indignada una mujer que este día ha preferido opinar y vencer su miedo.
«Sí sabemos qué pasó y tenemos que buscar la solución para que no se repita, nos ha movido fibras porque sabemos que a cualquiera de nosotros nos puede pasar, que nos estamos exentos. Nuestro país está lleno de fosas», suelta la mujer quien se ve decidida a enfrentar su miedo y contagiar a otros en el diálogo, buscando quizá que no se repita un Ayotzinapa en otro lugar del país.
Afuera la lluvia recibía a los recién llegados al IAGO, y mientras unos tomaban mezcal, como es costumbre en Oaxaca, otras y otros solo permanecían de pie en alguna esquina observando con nostalgia.
¿Cómo se siente hoy? le pregunto a una de las personas cercanas.
-Muy mal.
Allá adentro, en la cafetería se habla sobre dos temas, se dice que como sociedad a veces no sabemos qué pasa, otras veces parece que sí pero no sabemos qué hacer ¿usted qué piensa Maestro?
-Yo creo que son las dos, hay días que no sabemos qué pasa porque a diario hay desparecidos, unos dejan huella y otros no, sobre estos, uno tiene que investigar y leer para saber qué les pasó. A veces son los familiares que saben qué pasa pero fuera de ahí, ya no.
¿No sabemos qué hacer? eso también es cierto… estas cosas que hacemos, estas ceremonias como prender velas son solo actos simbólicos, pero ¿qué cosa podemos hacer? se cuestiona y al segundo siguiente responde con desánimo, no sé…yo no sé que esperan los familiares, responde y como es su costumbre, alza los delgados hombros.
El Maestro Francisco Toledo se recarga en una de las húmedas paredes de la céntrica casa que nuevamente abrió sus puertas para recordar los asesinatos de 6 personas y la desaparición de los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa; se nota cansado, son las 6:30 de la tarde y aún en su notable cansancio supervisa que todo esté bien para encender las veladoras que iluminarán pequeños fragmentos de historias o anécdotas sobre los jóvenes desaparecidos.
Luego de unos breves minutos de silencio, con voz pausada, muy baja, retoma la conversación:
«[quote style=»boxed»]Yo creo que si se qué hacer, seguir protestando, hablando, yo creo que mucho de lo que pasa es porque la gente es dócil, ha sido muy dócil durante muchos años y los políticos han hecho lo que han querido con este país, han utilizado de manera perversa la docilidad de la gente, Este país está a la deriva, ya ni siquiera es suficiente exigirle a nuestros políticos, no hacen caso, les vale, todos son cómplices».»Yo veo que la vía electoral no está funcionando, llega la peor gente a las candidaturas, los partidos tienen compromisos, no hay un partido realmente independiente y bueno el escenario es oscuro, esto es un poco desesperanzador», susurra pero inmediatamente intenta esbozar una ligera sonrisa, luego responde: «no sé que podemos hacer exactamente pero hay que intentarlo, hay que ponerlos en crisis» (sonríe).[/quote]
El premio nobel alternativo parece haber recuperado un poco de ánimo,voltea hacia al pasillo de la casa que tras los minutos, ya alberga a más personas mujeres, hombres, niñas, niños, madres, estudiantes, escritoras, escritores, poetas, incluso uno que otro reportero y reportera que con su letras o con su voz, intentan preservar la memoria de lo sucedido en Iguala, Guerrero hace un año, aquella noche del 26 de septiembre cuando policías municipales, estatales y federales arremetieron contra estudiantes normalistas, cuando asesinaron a 6 y desaparecieron a 43.
En el piso, decenas de veladoras iluminan pequeños trozos de papel con historias y en el techo los rostros de los 43 estudiantes que siguen sin aparecer.
Casi simultáneamente una marcha de los normalistas ocurría en las principales calles de la ciudad, alrededor de 350 jóvenes habían salido a manifestarse en el Día de la Indignación por la masacre y desaparición de sus compañeros de Ayotzinapa, en repudio de la «verdad histórica» y de las nulas acciones del presidente de la República Enrique Peña Nieto, a quien reclamaron no aclarar el crimen, tener un México ensangrentado y lleno de fosas.
Desde las 4 de la tarde estudiantes entre 17 y 22 años bajaban de los autobuses urbanos, algunas marcharían por primera vez para manifestar su apoyo a las madres y padres que siguen insistiendo en la justicia y en la búsqueda de sus hijos desaparecidos desde hace un año.
A las 4:40 de la tarde, al grito de ¡Pase de lista! una estudiante nombraba a las normales participantes, no eran las 11 escuelas como se había previsto pero al parecer había la convicción de manifestarse.
¡ ENBIO! ¡ENEE! ¡ENEPO! ¡Teposcolula!
¡»En pie de lucha»! respondían las y los estudiantes y se enfilaban a sus lugares para marchar.
A paso firme y a pesar del clima, caminaba el contingente de la Escuela Normal de Educación Preescolar de Oaxaca (ENEPO) integrado solo por mujeres, (el único hombre inscrito en esa escuela no había marchado) atrás otro grupo de muchachos que portaban orgullosos camisas con la leyenda “Quisieron enterrarnos pero no sabían que éramos semilla”, todas y todos dirigiéndose al zócalo de la ciudad, gritando entre sus consignas ¡ni la lluvia ni el viento, pararán el movimiento!