Rentería en el Bar Jardín
Ahora que ha fallecido a los 59 años de edad, me quedo con la presencia de Carlos Martínez Rentería (Ciudad de México, 1962-2022) —un referente de la contracultura en México— en Oaxaca porque es la última que le conocí.
Aunque es inevitable lanzar flashazos de cuando era reportero, en los años ochenta y noventa del siglo XX, en la sección cultural de El Universal cuando la dirigía Paco Ignacio Taibo I y, principalmente, de la construcción de la revista Generación a partir de 1988, el referente maldito para los hoy cincuentones —posteriores a los sesentones, setentones y más que vivieron de lleno los sesenta en México —, una de las vías para el conocimiento de la generación Beat y otros beligerantes afines, como el escritor Charles Bukowski.
Y también publicación guía para generaciones coterráneas y las de cuarentones y treitones y demás posteriores al también poeta en los, en su momento, escabrosos temas sobre la despenalización y legalización de las drogas, las diversidades sexuales y otras marginalidades.
Tengo la imagen nítida del periodista y escritor tomándose una Corona fría solo en una mesa del Bar Jardín de los portales del Zócalo de ciudad de Oaxaca en alguno de los últimos años prepandémicos.
Qué bien se veía con su colorida vestimenta, revisando alguna lectura, tomando ese sol mañanero que configura todavía un Oaxaca ajeno al del aparato turístico, pero también al del mundillo cultural que se creó como remedo de los artificiales —que no los netos, eso es muy distinto — de la Condesa, la Roma, Coyoacán y sus clones en la república mexicana: el “Oaxaca de moda” que nació formalmente con Huatulco como megaproyecto turístico en el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), el iniciador del México neoliberal, y con las etiquetas de Oaxaca como “ciudad de artistas” o “ciudad cultural” que empezaron a promoverse a finales de esos mismos ochenta y que devinieron en la impostura total, en el mezcal gourmet, la cocina gourmet, la cultura gourmet, un Oaxaca gourmet, una imagen irreal, un neofolclor y un “Oaxaca culto” —que no de culto, eso es otra cosa — que hoy promueven el gobierno estatal y, en mayor o menor medida, los sectores económicos —sean empresariales, políticos, culturales, artísticos o periodísticos; de derecha o izquierda o centro y sus variantes, que para el caso, hoy lo sabemos, da igual— que siempre han explotado a la entidad y a su población bajo el cinismo de impulsar el “desarrollo” o de “rescatar” la cultura oaxaqueña.
Desde su mesa en el Bar Jardín, seguramente Rentería miraba ese Oaxaca “underground” ancestral y reciente que grita en las calles de su capital, pues mientras más enriquecen las élites o se vuelven más “exquisitas”, más pobreza y marginación sufre la mayoría de la población: en sus ancianas vendedoras ambulantes que diariamente comen aunque sea hurgando en los botes de basura, en las protestas de pueblos que simbolizan la pobreza extrema del país —Oaxaca encabeza siempre la lista con el municipio más pobre de México, sea Coicoyán de las Flores o Santos Reyes Yucuná—, en los desarrapados de la cultura oaxaqueña ajenos al espectáculo publicitario de la cultura de ornato, sea la oficial o la de los sacrosantos centros artísticos.
Allá por 1991, llegaba Carlos Martínez Rentería a la Feria del Libro del Palacio de Minería de la UNAM y jalaba gente a lo cabrón, con él a la cabeza andábamos cotorreando con la encantadora edecán Doris, lo seguíamos por su imagen y, sobre todo, por su propuesta contracultural ya materializada en la revista de culto que es Generación —hay varias más, sin duda, ahorita recuerdo El Gallito Comics, de Víctor del Real, pero aquélla tiene su lugar perfectamente ganado en las décadas que ha existido, que son más de tres—; también lo ubico en el Salón Palacio, la cantina de la colonia Tabacalera a donde iba con mi amigo —que a la vez era amigo de Rentería—Ramón Martínez de Velasco, recientemente fallecido también, departiendo con personajes como el poeta juchiteco Macario Matus; en la Roma, lo entrevisté en la Casa del Poeta Ramón López Velarde por algún aniversario de Generación, seguramente; en Oaxaca, también charlé con él cuando instalaban la Feria del Libro en El Llano; me pedía que le consiguiera coca, pero sus amigos oaxaqueños me decían que no porque ya le daba el coma diabético; escuché decir a Leonardo da Jandra que no estaba de acuerdo con la decisión de Rentería de seguir en el jale a pesar de sus males: coincidía, pero cada quien entiende la congruencia a su modo y la lleva hasta donde quiere; alguna vez intercambiamos msn para que yo escribiera un texto sobre el número de Generación dedicado a Oaxaca.
Busco la definición de contracultura de Carlos Martínez Rentería que leí no hace mucho en algún texto digital, pero no lo encuentro, aunque ubico sus palabras al respecto en un video de la página de la Revista de la Universidad de México.
En la búsqueda encuentro algunas de sus opiniones recientes vertidas en una entrevista para El Sol de México:
«Pero bueno, la contracultura siempre será incómoda en cualquiera de sus perspectivas, tanto para conservadores como para progresistas, entre comillas, porque como vemos ahora ser de izquierda también puede ser una experiencia de conservadurismo.
“Sí… la verdad es que, como ha dicho José Agustín, la contracultura no es militante; no se suscribe a un partido político o a una dinámica gubernamental. Digamos que yo tengo una postura más anarquista”.
Y rescato algunos atisbos sobre su definición de contracultura:
Decía “José Agustín que la contracultura es una circunstancia atemporal, una dialéctica permanente entre cultura y contracultura: mientras haya cultura, hay contracultura. Pero yo digo que es al revés: mientras haya contracultura, habrá cultura, porque la contracultura es el instante en que la cultura se mueve: al movimiento de la cultura se le llama contracultura”.
Habrá que hurgar sobre la presencia de Carlos Martínez Rentería en Oaxaca: qué veía que tanto le atría como para venir año tras año, ir más allá del sentimiento oaxaqueño, inculcado malsanamente, de sentirse ombligo del mundo y asimilar su visión contestataria, saber cómo miraba el entorno, qué ubicaba como contracultura en Oaxaca, pues la hay, por más que los oficialistas y los exquisitos se esfuercen en nulificarla.