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Es un motivo de celebración el surgimiento en Yucatán del bien cuidado volumen Retrospectiva de una aguja, que compendia cinco décadas de producción de la artista visual Elena Martínez Bolio. Las editoriales yucatecas no suelen producir tantos libros de arte como en otras entidades de México (Guadalajara y Oaxaca, por ejemplo). Las pocas ediciones de esta clase aparecen como excepciones luminosas (y a veces no tanto) en un medio que descree de sus artistas visuales, pues los margina e invisibiliza con el pretexto de no generar ganancias estimables.
Sin embargo, Elena Martínez –fundadora de la Casa Taller Desbordada– consiguió catalogar su obra con un registro cuidadoso, realizó la curaduría de su trabajo con el diseñador y editor Miguel Ángel Martínez de la Fuente, así como con la colaboración de la escritora Celia Pedrero, y ofrece ahora a quienes leen esta bella edición de Libro de Piedra Editores. No hay que soslayar la contribución de un buen número de fotógrafos que a lo largo de dos décadas han registrado la producción de Elena Martínez: Alejandra Tah Medina, Alejandro Atocha Crespo, Georgina Evia Marín, Iván Solís Miau, Francesca Carpinelli, Lucina Castillo, Isabella Giussani, Christian H. Rasmussen, Fernando Basulto Martínez, Marbella Martínez, Miguel Ángel Martínez, Steff Rivadeneyra, Judith Romero, Silvia Terán, Sylviane Boucher Le Landais, Alina López Cámara Glantz, Miriam Cuevas, Adda Pérez Conde, Eduardo Martínez Bolio, Luis Morales Machado, Jason Buff, Georgina Cuevas Cárdenas, Tamara Uribe, Mariana G. Abundes, Ignacio Sotelo, Raquel Araujo, Andy Castro, Emilio Rosado y Carlos de la Cruz. El esfuerzo editorial que conduce a este volumen debe ser un ejemplo a seguir en Yucatán, cuyos artistas escasamente son convocados a figurar en libros que registren de manera adecuada, digna y amplia, sus creaciones.
Elena Martínez reúne en este libro un muestrario de su obra que va de 1972 a la actualidad: cinco décadas de labor creativa en los más diversos géneros y soportes: pintura, escultura, arte textil, arte povera, ensamblajes, video. No falta en ese desbordamiento creativo la escritura que, gracias a su precisión autodefinitoria, a su preocupación autodescriptiva, trasciende el hábito confesional para convertirse en literatura testimonial. Para Elena, escribirse a sí misma es parte del tejerse a sí propia, del recrearse en cuanta manifestación halla cabida. E integra, así, otra disciplina a su vocación artística.
Hilvanar una trama que nos supera
“Mi trabajo creativo no es de prisa, tiene la misión de enlazar diversas reminiscencias, con la voluntad de hilvanar todo lo que de otro modo estaría disperso, en una trama que nos supera y nos abarca y que nos hace recordar que no estamos solos”, explica Elena Martínez Bolio al principio de su libro Retrospectiva de una aguja, buscando sintetizar con estas palabras la multiplicidad de significados que su arte coloca ante la sensibilidad táctil de quien admira su variadísima obra.
Por ello, el libro con que rememora sus diversas producciones creativas, sobre todo en el textil, es otra elaboración muy personal. Esta edición se destaca entre otros volúmenes sobre arte porque en ella interviene la artista no sólo como elemento de análisis y exhibición, sino como autora y coordinadora editorial. Otros volúmenes son integrados con fotografías de obras y con textos de otras y otros autores en torno a la persona que produce obras de arte. El de Elena se resiste a ser un simple registro de sus piezas o una invitación a ser observada; ella integra al corpus iconográfico sus propios textos reflexivos, su escritura testimonial. Elena hace de la edición un reflejo de sus obras, pero también, una manifestación de su ser creativo para establecer un diálogo, la interacción con quien lee.
No deja de sorprender que, en la aparente molicie de Yucatán, esta artista se presente como una inagotable trabajadora del arte, con manifiesto orgullo por la procedencia artesanal de su vena creativa. Como señala la escritora Celia Pedrero sobre Elena Martínez Bolio, en el estudio biográfico que es parte del libro, “al conversar y escucharla hablar sobre su trabajo uno comprende que hay personas para las cuales los días deberían de ser elásticos, días de 48 horas, horas de 120 minutos. Siempre creando: dibuja, pinta, diseña, borda, escribe, las ideas se vuelven proyectos, y éstos, hipiles, cuadros, arte objeto, instalaciones, exposiciones, videos, talleres y acciones solidarias con grupos marginales y vulnerables”.
Sus referencias vitales no dejan de aludir a un hito de su historia familiar, la conocida Mueblería de la 40 y el entorno del Chembech, barrio tradicional de Mérida donde la artista creció y desarrolló su inicial pasión creativa, rodeada de las manufacturas en madera que nunca ha abandonado. Si la fórmula de que infancia es destino puede aplicarse a una vocación artística, en el caso de Elena los oficios de la carpintería, la ebanistería y la tapicería definieron tempranamente sus perspectivas en el arte visual. Criada en una empresa familiar que valoraba sobre todo la solidez de ciertos materiales, Elena aprendió a estimar la sutileza de los textiles, la exquisitez del trabajo con pinceles, la manera en que la mano puede generar confecciones cuyo refinamiento incita a anhelar su permanencia. En sus obras de 2004 a la fecha es manifiesta esa capacidad suya de transformar lo frágil en un gozoso afán de perennidad.
A lo largo de su trayectoria, Elena Martínez Bolio trabaja con algo más que materiales sensibles y mesurables. Su arte, me parece, es una elaboración de la memoria individual y colectiva de cada mujer que la artista ha podido conocer a fondo, aun si ese conocimiento proviene de las evanescentes huellas de personas que se esfumaron tras refulgir unos instantes ante la mirada atenta de Elena. Desde su obra íntima con cabellos hasta sus instalaciones para Bienales en el extranjero, la artífice yucateca se sumerge en las historias a su alcance, las estudia para recrearlas, las imbrica en su ser a fin de resguardarlas como testimonios para una sociedad de mirada oblicua. Elena, con su minuciosa exploración, se convierte en libro abierto, en obstinado memorial de experiencias humanas que otros quisieran relegar a una difusa zona.
Relata, por ejemplo, su experiencia como instructora de talleres en una fundación dedicada a asuntos de equidad de género, en la cual fue invitada “a diseñar e impartir talleres para usuarias del refugio de mujeres víctimas de maltrato extremo, con el fin de ofrecerles nuevos horizontes laborales. Poco a poco y en cada convivencia con las refugiadas, noté que estas mujeres deseaban algo más que un solo oficio. Por lo regular, estas mujeres que compartían talleres, además del maltrato, eran de diferentes estratos sociales y económicos, de diversa escolaridad, e incluso analfabetas o con licenciatura […] Cuando la depresión era muy profunda, solíamos hacer dibujos con los ojos cerrados y movimientos circulares; a veces, algunas rompían el papel por tanta fuerza del trazo, otras solían llorar. Cuando al fin podían bordar palabras con su aguja, traducían el reverso de su bordado en signos y señales que a veces sólo ellas comprendían. Y a pesar de que pertenecían a diferentes religiones, la aguja lograba brindar cierta tranquilidad emocional”. Enseñando a estas mujeres y a muchas otras las técnicas tradicionales del bordado y otras labores textiles, Elena Martínez Bolio ha desarrollado no sólo su propia labor creativa sino su visión de que el arte puede y debe ser un motor humanista para la convivencia común, una alternativa espiritual en un mundo que suele condenarse por la aniquilación de las almas.
El arte textil, explica la artista, “es un medio que permite la expresión de una manera sencilla por utilizar elementos comunes que están en casi todos los hogares, como ese costurero emergente de siempre. Vivimos inmersos, en mayor o menor escala, en la tecnología que nos aleja del ser humano y nos esclaviza al ofrecernos distracción. Por ende, hay poca observación de nosotros mismos y de lo que nos rodea; hay prisa por todo y todo se reduce a copiar y pegar; hay ansiedad”.
Elena Martínez practica en su arte cotidiano un conjuro contra la angustia que genera la dependencia tecnológica, quizá porque ella comprende a fondo los efectos de abandonar las antiguas tecnologías corporales que han fundamentado a grandes civilizaciones. Tejer, bordar, lustrar, pulir –ocupaciones modestas mas perseverantes, que han acompañado a la humanidad desde sus inicios– son actividades justipreciadas por la inteligencia y la sensibilidad de esta artista que, desde su laborioso taller meridano, busca arropar a cada ser que toca con sus creaciones.
1 Comentario
Elena Martínez
Muchísimas Gracias apreciado Jorge por tus palabras y viaje a nuestra ciudad.
Gracias es una palabra insuficiente para todo lo que ha significado tu presencia.
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