Parte II
De acuerdo con John Favini en su artículo titulado What if competition is not as natural as we think, los científicos occidentales están comprendiendo lentamente el papel de la colaboración en la biología.
Habría que ayudar a liberar nuestra imaginación colectiva a tiempo para abordar mejor la crisis climática global.
El mismo autor refiere que el concepto de “tragedia de los bienes comunes” postula que los espacios o instituciones de propiedad colectiva, como los fideicomisos de tierras comunales o las cooperativas, a menudo se presumen como efímeros o ineficientes, condenados a sufrir porque el interés propio innato de cada miembro conduce a un uso excesivo de la propiedad.
La de los recursos colectivos es una tesis que ha sido desacreditada una y otra vez desde su primera articulación por Garrett Hardin en 1968. En pocas palabras, hemos dejado que el darwinismo establezca el horizonte de posibilidad para el comportamiento humano. La competencia se ha convertido en un supuesto rasgo básico de toda vida, algo inmutable, universal, natural.
El darwinismo es eje rector de la ciencia de la biología hasta el presente y esta teoría, de acuerdo con el mismo Favini, plantea que, derivado del viaje de Darwin a las Islas Galápagos, esta “vaca sagrada” de la biología considerado “Padre de la evolución” notó pequeñas variaciones en los picos de algunas aves, como los pinzones, revelando, se nos dice, el misterio de la variación de la vida en el tiempo y el espacio.
“La lucha por la vida”, dedujo Darwin, seleccionaría naturalmente a aquellos seres cuyas mutaciones hereditarias los hicieran más aptos para un entorno específico. Durante generaciones sucesivas, los científicos llegaron a ver la fuerza impulsora detrás de la evolución como una competencia perpetua entre individuos discretos, una carrera armamentista biológica para comer y reproducirse en un mundo de escasez. Sin embargo, como todos los humanos, Darwin llevó consigo la cultura a donde quiera que él viajara.
Sus descripciones del funcionamiento de la naturaleza se asemejan al pensamiento predominante sobre la sociedad humana dentro de los círculos ingleses de élite en ese momento. Esto no es una mera coincidencia, y vale la pena rastrear sus influencias. Era, después de todo, el apogeo del liberalismo clásico, dominado por pensadores como Adam Smith, David Hume y Thomas Malthus, que valoraron un mercado no regulado. Estaban debatiendo puntos menores dentro de un consenso sobre las virtudes de la competencia. En un momento especialmente humilde (y revelador), Darwin caracterizó los principios subyacentes a su pensamiento como nada más que “la doctrina de Malthus, aplicada con fuerza múltiple a todos los reinos animal y vegetal”.
De acuerdo con la obra de Máximo Sandín, la cual ha sido calificada como “antidarwinista”, el ahora conocido como “Darwinismo social” ha servido para justificar un fenómeno político-social-económico en el que queda plenamente justificado el dominio de una élite moral, intelectual y genética superior y muy por encima de una masa de individuos menos aptos. Es así que, en términos generales, quedan justificados temas como el racismo, clasismo, discriminación racial, desigualdad social y económica, que son problemáticas muy serias, graves y vigentes hasta el día de hoy.
En resumen, la obra de Sandín resulta reveladora y provocadora al postular la urgente necesidad de cuestionar a los pilares de la ciencia de la biología y encaminarnos así hacia la refundación de una nueva ciencia del estudio de los seres vivos en el mundo.