Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

Trance canábico en el Día Mundial de la Mariguana

Crónicas Solitarias

Renato Galicia Miguel

“¿Cómo se legaliza una planta?” La frase escrita con gis en el piso adoquinado del parque El Llano de la ciudad de Oaxaca me pone en trance.

Me recuerda un ejercicio que planteó una maestra de Semiología en la Fac, algo así como que dado que un “arbol” no es un arbol en sí, que ese nombre es una convención, un acuerdo —como todo en una lengua o idioma—,  tratáramos de imaginar ese ente, el “arbol”, sin el nombre, cosa que en cuarenta años no he podido hacer.

No vayan a creer que me puse pacheco este miércoles 20 de abril en medio de la  celebración a las 4 de la tarde y 20 minutos, el 4:20/Día Mundial de la Mariguana, en una casa de la calle Rayón, en el Centro Histórico,  durante el festival de Oaxaca Highland, con el toquín prehispánico a cargo de Ernesto “Jaguar” Olmos, Juan Carlos Acevedo Ruiz y Daniel Ramírez y todo el mundo atizándole a mi alrededor, y luego en El Llano, en el festival canacultural ahí efectuado, simplemente es que el absurdo que desenmascara esa interrogante me hace pensar que, en efecto, los diputados y senadores mexicanos y los sectores retrógadas de siempre están a años luz de entender de qué trata la legalización de la cannabis y por eso aquéllos no legislaron cuando debían y éstos siguen con sus tabúes y desconocimiento eterno, por lo que la Suprema Corte tuvo que declarar inconstitucional la prohibición del uso lúdico de la mariguana y el asunto quedó en el limbo.

No hay mal que por bien no venga, dijo la banda del 4:20 local y le planteó al municipio de Oaxaca de Juárez un “trato digno” para los consumidores responsables de la tatacha, que dicho sea sin eufemismos, quiere decir que la policía municipal no debe —desde el 13 de abril pasado, según el acuerdo logrado— violentar, apañar, reprimir, intimidar, extorsionar o “remitir” por “escándalo” al bote, tambo o cárcel a los jóvenes que le ponen a la mois en espacios públicos.

¿Cómo se legaliza una planta: una sansevieria, un maguey, una siempreviva, la cannabis,?, pienso mientras espero que se desocupe Tony Presidio, representante en Oaxaca del plantón 4:20 y defensor de los derechos humanos de los consumidores  responsables de cannabis, quien también está celebrando, junto con la demás banda pacheca, este Día Mundial de la Mariguana, pero en El Llano:

“Pedimos que nos respeten —comenta—, que nos reconozcan y ya dejen de discriminarnos, de creer que somos menos que ustedes por fumar cannabis  y por eso se quejen y nos lleve la policía.

“Hay que aprovechar lo que está sucediendo en Oaxaca ahora que viene la discusión nacional sobre el trato digno, los espacios de igualdad, la portación y el cultivo personal, en vez de estar peleando por leyes retrógradas que solo van a provocar que los legisladores y nosotros perdamos el tiempo”.

Mientras —pienso por mi parte—, lo que pasa en Oaxaca es que se abrió una etapa de tolerancia ante el “hueco” jurídico y al menos se reduce la inseguridad que viven los jóvenes consumidores con la represión policiaca actual y de siempre.

“Chinguen a su madre”, les gritaba cara a cara hasta el cansancio mi carnal Ramón Martínez de Velasco a los polis desde adentro de Ciudad Universitaria, exactamente en la línea divisoria con el Jardín de los Cerezos de Copilco, sin que mediara reja alguna, luego que aquéllos corretearan a fotógrafos y reporteros de Gaceta UNAM, sin alcanzarnos, por estar ingiriendo chelas en vía pública.

“Ya pinche Ramón, no te manches”, le decía yo para callarlo, pero nada. Después me aclararía: “¡es que se siente bien chingón poder mentarles la madre sin que te puedan hacer nada!”, confesaba en referencia a que del lado de CU los polis no podían entrar por el asunto de la autonomía.

Fue un gozo, un éxtasis, una especie de orgasmo, el que sintió el Ramón aquella vez. En eso pienso cuando encuadro  en vista panorámica al chavo que aspira su toque y luego lo corre, teniendo como fondo a los polis, que en esta ocasión no solo no pueden hacer nada contra la banda pacheca ahí congregada,  sino que de alguna manera están para cuidar que no tengan problemas.

El gozo, el éxtasis, casi un orgasmo que solo entenderá quien ha sido violentado, apañado, reprimido, intimidado, extorsionado o “remitido” por los polis por tomar alcohol o fumarse un toque en la calle.

Yo no fumo mota, no me gusta su efecto, mi pensamiento es por completo bukoskiano en el sentido de que pienso que le saco más a dos botes de cerveza que a un carrujo de yerba, pero veo ese acuerdo transitorio como un respiro ante tanto gandallismo que viven los pachecos por el tipo de polis que tenemos.

La banda está sentada en los arriates de las jardineras de El Llano, son jóvenes en su mayoría, hombres y mujeres, no sobresale un tipo en particular, está presente el barrio, los clasemedieros, el que tiene facha de culto, cruzan la cinta amarilla dos con pinta de estrato social alto, miran para un lado u otro, saludan a alguien, sonríen como no creyendo lo que viven, sacan el toque.

Una pareja de veinteañeros llega y se sienta en el rodete de la fuente, ella en flor de loto, él normal sobre la piedra de cantera, sacan la cannabis, forjan el toque, suena una rola, todo está relax. Busco detalles, descubro una pinta en el suelo: “Mujeres fumando, también están luchando”, dice, y luego otra: “¿Cómo se legaliza una planta?”, se pregunta en la frase. Entro en trance.

¿Cómo se legaliza una planta, qué se le dice a la Naturaleza: “señora Naturaleza, voy a legalizar su sansevieria? ¿Sí checan el absurdo que sugiere la sentencia? ¿O es que me puso pacheco el humo de la mota que respiré un buen rato?