“Durante estos días oscuros de la pandemia…mi barco fue mi único escape…En el mar sólo la naturaleza me controlaba. Cuando pinto nadie me dice cómo pintar, qué pintar: es libertad. Cuando perdí mi barco, perdí mi libertad. La recuperé pintando”.
Arthur Miller
Una rebanada de sandía navega entre las calles de Oaxaca. Manejando el timón, el capitán Arthur Miller zarpa de San Pablo, Etla y se dirige hacia la Plaza de la Danza para encallar en Santo Domingo. Al igual que José de Espronceda en su Canción del pirata, el dios de Miller es la libertad y su patria el mar.
El maestro Rufino Tamayo enamorado del arte prehispánico creó texturas de gran calidad que utilizaba de manera recurrente. Con la misma libertad de la mano del primer hombre mezclando plantas con arcillas para manchar una piedra, Tamayo incorporó en sus creaciones composiciones, tonalidades y formas propias de nuestras culturas.
También vemos esa mano primera en Arthur Miller, como estudioso de la cosmovisión prehispánica e investigador de las preparaciones de los materiales utilizados en la pintura mural zapoteca y peninsular, incluye azules mayas únicos y rojos de las lomas zapotecas en su cartografía personal.
Los dioses Cocijo, Dzahui, Tláloc Chaac y Tajín honraron las manos de Tamayo y Miller, les dieron el poder de manejar lluvias de colores que utilizan en su obra. Para el maestro oaxaqueño su concepto era una mezcla de sentimientos, formas y texturas que ofrecía con calidez al mundo; para Miller su lenguaje es con capas de cera, aplicaciones y pátinas que sólo el tiempo logra terminar.
Las rebanadas navegan bajo el mar de estrellas. Sentado en la proa de su sandía Arthur la dirige, mira cómo se derrama el color que es hierba, cometa, año, entre babor y estribor antes que el sol se trague el mar.
“Que es mi barco mi tesoro,
Que es mi Dios la libertad,
Mi ley, la fuerza y el viento,
Mi única patria la mar»
José de Espronceda.
Para Arthur Miller en su cuatro Katún.